Vistas de página en total

viernes, 3 de abril de 2020

Abril2020/Miscelánea. CUENTOS POR TELÉFONO DE GIANNI RODANI


CUENTOS POR TELÉFONO
«Érase una vez… el señor Bianchi, de Varese. Su profesión de viajante de comercio le obligaba a viajar durante seis días a la semana, recorriendo toda Italia, al este, al oeste, al norte, al sur y al cetro, vendiendo productos medicinales. El domingo regresaba a su casa y el lunes por la mañana volvía a partir. Pero antes de marcharse, su hija le recordaba:
–Ya sabes, papá: un cuento cada noche.
(—) Y así cada noche, estuviera donde estuviese, el señor Bianchi telefoneaba a Varese a las nueve en punto y le contaba un cuento a su hija».
Este es el prologo del libro de "Cuentos por teléfono" de Gianni Rodani, es un libro escrito para que podáis contar un cuento por teléfono o skype cada noche a vuestros nietos. Gianni Rodari, (1920-1980) escritor, periodista y pedagogo, especializado en educación infantil y juvenil.
*
En la playa de Ostia
A pocos kilómetros de Roma está la playa de Ostia, adonde los romanos acuden a miles en verano; en la playa no queda espacio ni siquiera para hacer un agujero en la arena con una palita, y el que llega el último no sabe dónde plantar la sombrilla. Una vez llegó a la playa de Ostia un tipo extravagante, realmente cómico. Llegó el último, con la sombrilla bajo el brazo, y no encontró sitio para plantarla. Entonces la abrió, le hizo un retoque al mango y la sombrilla se elevó inmediatamente por el aire, sobrevolando miles y miles de sombrillas y yéndose a detener a la misma orilla del mar, pero dos o tres metros por encima de la punta de las otras sombrillas. El desconcertante individuo abrió su tumbona, y también ésta flotó en el aire. El hombre se tumbó al amparo de la sombrilla, sacó un libro del bolsillo y empezó a leer, respirando la brisa del mar, picante de sal y de yodo. Al principio, la gente ni siquiera se dio cuenta de su presencia. Todos estaban debajo de sus sombrillas, intentando ver un pedacito de mar por entre las cabezas de los que tenían delante, o hacían crucigramas, y nadie miraba hacia arriba. Pero de repente una señora oyó caer algo sobre su sombrilla; creyó que había sido una pelota y se levantó para regañar a los niños; miró a su alrededor y hacia arriba y vio al extravagante individuo suspendido sobre su cabeza. El señor miraba hacia abajo y le dijo a aquella señora: -Disculpe,   señora,   se   me   ha   caído   el   libro.   ¿Querría   usted   echármelo   para   arriba,   por favor? De la sorpresa, la señora se cayó de espaldas, quedándose sentada sobre la arena, y como era muy gorda no lograba incorporarse. Sus parientes acudieron para ayudarla, y la señora, sin hablar, les señaló con el dedo la sombrilla volante.- Por favor -repitió el desconcertante individuo-, ¿quieren tirarme mi libro?- ¿Pero es que no ve que ha asustado a nuestra tía?- Lo siento mucho, pero de verdad que no era ésa mi intención.- Entonces, bájese de ahí; está prohibido.- En absoluto; no había sitio en la playa y me he puesto aquí arriba. Yo también pago los impuestos, ¿sabe usted? Mientras, uno tras otro, todos los romanos de la playa se pusieron a mirar hacia arriba; y señalaban riendo a aquel extraño bañista.- ¿Ves a aquél? - decían-. ¡Tiene una sombrilla a reacción!- ¡Eh, astronauta! - le gritaban-. ¿Me dejas subir a mí también? Un muchachito le echó hacia arriba el libro, y el señor lo hojeaba nerviosamente buscando la señal. Luego prosiguió su lectura, muy sofocado. Poco a poco fueron dejándolo en paz. Sólo los niños de vez en cuando, miraban al aire con envidia, y los más valientes gritaban:-¡Señor! ¡Señor!-¿Qué queréis?-¿Por qué no nos enseña cómo se hace para estar así en el aire? Pero el señor refunfuñaba y proseguía su lectura. Al atardecer, con un ligero silbido, la sombrilla   se   fue   volando,   el   desconcertante   individuo   aterrizó   en   la   calle   cerca   de   su motocicleta, se subió a ella y se marchó. ¿Quién sería aquel tipo y dónde compraría aquella sombrilla?
***
**
*