RONDA POR LA MURALLA
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Pero
Abad descendía de aquella noble y hacendada familia cuyo antepasado había
copiado y, aún mejorado, el Poema del Mío Cid. Naturales de Celfa la del Canal
se habían instalado junto al portal de Daroca, desde aquí, tenían buen acceso a
sus huertas y parrales del Cubo, camino de Concud. Ahora, cuando sus faenas particulares
le dejaban tiempo, ejercía la Jefatura de las Milicias del Concejo a las órdenes
del Tenente de la Comunidad, cuando no, del Juez de la villa de Teruel. Desde
el año 1169, antes que el rey Alfonso II el Casto les diera el Fuero, habían estado
arrastrando piedra y combatiendo al moro a la vez. Resultado de ese esfuerzo
agotador eran una corona o perímetro amurallado en el que resplandecían
cuarenta (40) torres, dos extraordinarias puertas de acceso (Guadalaviar y
Zaragoza) y varios portillos que daban servicio a la población para entrar y
sacar con más facilidad los ganados. Aquella tarde de febrero del año 1217 habían
llegado, a la puesta de sol, dos frailes de San Francisco a la villa de Teruel.
Eran Juan de Perusa y Pedro de Saxoferrato, venían a instalarse entre nosotros
para siempre. Habían oído hablar de la muerte de un Marcilla, pero nada sabían
con total seguridad. Pocos momentos después, Isabel, que iba como una posesa de
la puerta de Guadalaviar a la de Zaragoza,
topó con dos fugitivos Cátaros que decían haber estado en Muret y
conocer a un Marcilla muerto en combate. Las noticias no podían ser más
aterradoras y hasta el momento en que Pero Abad cerró las puertas de la ciudad,
Isabel, no cesó de inquirir a cualquier viajero que llegaba a la villa, sobre
su amado.
Cuando
Pero Abad pronunció con voz atronadora, ya caída la noche, aquellas palabras
fatídicas:¡¡PUERTA DE ZARAGOZA!! Y la guardia le contestó: ¡CERRADA! Sintió,
Isabel, que un muro de dolor cerraba también su corazón. El mundo había quedado
aislado de Teruel. Dos partes constituían el universo amoroso del Orbe Cristiano. De una parte, la amurallada villa de Teruel que con sus sólidos
cimientos ahogaba toda esperanza de que en el último instante llegara Marcilla.
Por otra parte, el campo abierto, los caminos inciertos por donde debería
caminar su amado de vuelta a Teruel apurando un plazo (5 años) que se hacía ya
insoportable. Pero Abad, aquella noche, cada vez que cerraba una puerta o un
portal sentía como propio el dolor de Isabel. Acabada la ronda, la noche, el
silencio y la sombra de la muerte se extendieron por toda la ciudad. Sólo el
lamento amargo de Isabel era sentido, como propio, por cada uno de los vecinos
del Concejo de la Villa de Teruel.
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Laura Martínez.
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Isabel y el Tenente (Luis Caballer).
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Pedro de Segura (Juan Joaquín Marqués) con su hija (Isabel) y el Tenente.
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En el centro Francisco Barón (bispe d´Albarrazín)
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