ALIAGA/AULAGA
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A
Aliaga no le queda pasado, se lo gastó todo en ducados y mayorazgos. El
presente es, cuando menos, problemático y el futuro incierto. Guarda escondidas
joyas naturales y del arte religioso en el alto valle del río Guadalope. Pero,
tan corto verano, no da para tirar de sí todo el año. En su interior guarda
carbón y en el exterior manda la geología y una hermosa naturaleza que, allí
donde se sujeta un palmo de tierra, deja acrecer las más bellas flores con las lluvias de
abril y el sol de la primavera. Las aguas del río de la Val de Jarque (que
vienen del altiplano de las Cerradas y Petrachos) y las del Guadalope que bajan a su vez de
Sollavientos, por Villarroya de los Pinares y Miravete de la Sierra, abren el
valle en canal, dejando aliagas amarillas en sus costados como las llagas
sangrantes de un Cristo crucificado. Aquí pasé un año de maestro y puedo decir
junto al poeta local R. Latorre que:
“Yo
contemplé esas montañas que te envuelven,
tus
rocas gigantes, testigo del tiempo;
tus
claras fontanas de linfas tan puras
tus
olmos y chopos, agujas del cielo;
tu
valle quebrado, donde serpentea,
cual
cristal pulido, tu río sereno;
la
gala sublime de tu bella ermita,
la
rica esmeralda que fulge en tus huertos,
tu
Porra y Castillo, heraldos que cantan
tu
antiguo linaje, tu carácter férreo…”
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Los ingenieros suizos que construyeron esta central térmica se hospedaban en el Hotel Turia de Teruel y viajaban, todos los días, hasta Aliaga.
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