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viernes, 11 de enero de 2019

Enero2019/Miscelánea. REY DE REYES (Alfonso I: el rey batallador)


REY DE REYES
Jesús es el rey soberano.
Cristo es soberano sobre todos los reyes y gobernantes. Como súbditos de su reino, debemos serle completamente leales. Estoy seguro de que todos coincidimos en que nadie, salvo nuestro Señor Jesucristo, merece tan augusto nombre. No es exclusivamente Rey, ni tampoco es el Rey más grande que hayan visto los siglos, ni es un emperador soberano sobre todos; no, su Nombre es infinitamente más grande que todo eso. Él es Rey de Reyes. A lo largo de toda la historia ha habido multitud de reyes como gobernantes, prácticamente en todos los países del mundo, e incluso en los más remotos pueblos o tribus, la autoridad ha estado casi siempre representada por un rey. Desde los más grandes imperios hasta las más humildes aldeas, las dinastías reales se han perpetuado a lo largo de los siglos. (Punto de vista religiosos, tomado página de la Biblia de Internet)
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ALFONSO VII REY DE LEÓN Y EMPERADOR DE HISPANIA
AÑO 1135
Viendo que la coyuntura le era totalmente propicia, el 26 de mayo de 1135, día de Pentecostés, Alfonso Raimúndez fue coronado Emperador de Hispania en la catedral románica de León, y como tal fue reconocido por los demás reinos cristianos, por el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV (su cuñado, por estar casado Alfonso VII de León con Berenguela de Barcelona). Un año después de la muerte de su padrastro Alfonso I de Aragón, Alfonso VII de León obtiene la “potestas” como EMPERADOR DE HISPANIA.
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MUERTE DE ALFONSO I DE ARAGÓN (EL BATALLADOR) AÑO 1134 SIN DESCENDENCIA
El Batallador muere, el 7 de septiembre de 1134, en Poleñino.
Hereda el trono de Aragón Ramiro II el Monje
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POTESTAS
En Derecho romano se entiende por “potestas” el poder socialmente reconocido.
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UN TÍTULO EXCESIVO
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Es evidente que Alfonso I de Aragón no era hijo de un dios ni, tampoco, emperador aunque hiciera uso del título como lo hacían lo reyes de León sin la “potestas” hasta que fue proclamado Alfonso VII de León en 1135 (un año después de la muerte del Batallador) y reconocido por todos los reinos de España (ahora sí, ya tenía la potestas). Como tampoco tuvo descendencia, encontramos que el titulo de este libro primorosamente editado es excesivo. El casamiento de Alfonso y Urraca tiene ciertas similitudes con el que luego se realizó entre doña Petronila y Ramón Berenguer IV (mucho más claudicante el firmado a favor de los condes de Barcelona) y en concreto señala que: “Los monarcas firmaron un pacto según el cual los cónyuges se otorgaban recíprocamente potestad soberana en el reino del otro, declaraban heredero de ambos al hijo que pudieran engendrar y que, si de la unión entre ambos no naciera heredero alguno, cada cónyuge sucedería al otro en caso de muerte de alguno de ellos”.
El libro tiene un marcado tono nacionalista y no entra en un análisis necesariamente crítico/analítico del reinado del que sin duda fue un gran rey aragonés: Alfonso I de Aragón conocido como el Batallador.
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