REY DE REYES
Jesús es el rey soberano.
Cristo es soberano sobre todos los
reyes y gobernantes. Como súbditos de su reino, debemos serle completamente
leales. Estoy seguro de que todos coincidimos en que nadie, salvo nuestro Señor
Jesucristo, merece tan augusto nombre. No es exclusivamente Rey, ni tampoco es
el Rey más grande que hayan visto los siglos, ni es un emperador soberano sobre
todos; no, su Nombre es infinitamente más grande que todo eso. Él es Rey de
Reyes. A lo largo de toda la historia ha habido multitud de reyes como
gobernantes, prácticamente en todos los países del mundo, e incluso en los más
remotos pueblos o tribus, la autoridad ha estado casi siempre representada por
un rey. Desde los más grandes imperios hasta las más humildes aldeas, las
dinastías reales se han perpetuado a lo largo de los siglos. (Punto de vista
religiosos, tomado página de la Biblia de Internet)
*
ALFONSO VII REY DE LEÓN Y EMPERADOR
DE HISPANIA
AÑO 1135
Viendo que la coyuntura le era
totalmente propicia, el 26 de mayo de 1135, día de Pentecostés, Alfonso
Raimúndez fue coronado Emperador de Hispania en la catedral románica de León, y
como tal fue reconocido por los demás reinos cristianos, por el conde de Barcelona
Ramón Berenguer IV (su cuñado, por estar casado Alfonso VII de León con Berenguela de Barcelona).
Un año después de la muerte de su padrastro Alfonso I de Aragón, Alfonso VII de
León obtiene la “potestas” como EMPERADOR DE HISPANIA.
*
MUERTE DE ALFONSO I DE ARAGÓN (EL
BATALLADOR) AÑO 1134 SIN DESCENDENCIA
El Batallador muere, el 7 de
septiembre de 1134, en Poleñino.
Hereda el trono de Aragón Ramiro II
el Monje
*
POTESTAS
En Derecho romano se entiende por “potestas”
el poder socialmente reconocido.
*
UN TÍTULO EXCESIVO
*
Es evidente que Alfonso I de Aragón
no era hijo de un dios ni, tampoco, emperador aunque hiciera uso del título
como lo hacían lo reyes de León sin la “potestas” hasta que fue proclamado
Alfonso VII de León en 1135 (un año después de la muerte del Batallador) y
reconocido por todos los reinos de España (ahora sí, ya tenía la potestas).
Como tampoco tuvo descendencia, encontramos que el titulo de este libro primorosamente
editado es excesivo. El casamiento de Alfonso y Urraca tiene ciertas similitudes con el que luego se realizó
entre doña Petronila y Ramón Berenguer IV (mucho más claudicante el firmado a favor de los
condes de Barcelona) y en concreto señala que: “Los monarcas firmaron un pacto
según el cual los cónyuges se otorgaban recíprocamente potestad soberana en el
reino del otro, declaraban heredero de ambos al hijo que pudieran engendrar y
que, si de la unión entre ambos no naciera heredero alguno, cada cónyuge
sucedería al otro en caso de muerte de alguno de ellos”.
El libro tiene un marcado tono
nacionalista y no entra en un análisis necesariamente crítico/analítico del
reinado del que sin duda fue un gran rey aragonés: Alfonso I de Aragón conocido
como el Batallador.
***
**
*
**
*