EL DÍA EN QUE TODOS LOS MOROS COMAN CERDO
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Estamos en la era de la estética y de la hipocresía. No queremos ver
morir a un cerdo, pero nos encanta el jamón. No queremos ver guerras pero usamos el petróleo sin tasa. Presumimos de anticapitalistas con una buena tarjeta de crédito en el bolsillo y, así..., un largo etc.. Maquillamos la vida a nuestro antojo
haciendo de ella, una realidad virtual. Llega el día, 11 de noviembre y llega San
Martín de Tours. Para esas fechas se dice (se decía) que: “A todo cerdo le
llega su San Martín”. La costumbre era matar el puerco en casa o en la puerta
de casa. Todo un rito desde que pisaba los umbrales de la casa el “cortante” o “matachín”.
Los niños recibíamos una lección práctica de anatomía veterinaria, asombrados ante el innumerable
número de piezas que salían de aquel animal. Los hombres, barracha o cazalla tras cazalla,
llegaban al rito del suculento almuerzo. La mueres a limpiar el mondongo al río.
Los gatos afilaban las uñas sabedores de que algún trozo caería al menor
descuido. No era día de ir al colegio, sino de atizar la lumbre, de darle a la capoladera o a la embutidora o, quizá, de hinchar la vejiga del cerdo y jugar con ella
como si se tratara del mejor balón. Costumbres que se van perdiendo por
bárbaras y antiguas. Mientras, los moros siguen sin comer cerdo. Si acaso cambiaran
de costumbre, más de mil millones de nuevos clientes tendrían las granjas porcinas
del Jiloca. Ni que decir tiene que el jamón de Teruel se dispararía hasta
cifras increíbles. Hay, pues, que
convencer a los moros de que coman cerdo… ¡qué es exquisito! No saben lo que se pierden...
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