CALLE DEL POZO / DEL LAUREADO MARIANO GARCÍA ESTEBAN
PRIMER TRAMO
(De la calle del Salvador a la calle Nueva)
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CALLE DEL POZO / DEL LAUREADO MARIANO GARCÍA ESTEBAN
SEGUNDO TRAMO
De la calle Nueva a la calle de San Juan)
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CALLE DEL POZO / DEL COMANDANTE JULIÁN FORTEA SELVÍ
TERCER TRAMO
(De la calle San Juan a la plaza Bretón)
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El nombre de calle del Pozo proviene de la Edad Media y tiene que ver, con un pozo y albotón de desagüe, que había en la confluencia con la calle San Juan. Se les adjudicó a los dos primeros tramos el nombre de Mariano García Esteba, como reconocimiento por los hechos heroicos en la Guerra de África. El tercer tramo fue para el Comandante Julián Fortea Selví, heroe de la Guerra de Filipinas y cuya peripecia personal reproducimos abajo. Trasladamos íntegramente un artículo que trata sobre sus hechos militares más destacados.
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“LOS HÉROES, ESOS DESCONOCIDOS”
Fortea
Por José Román del Álamo Velasco
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Nuestra historia está plagada hechos
heroicos, en muchas ocasiones desconocidos, y da pena pensar que cuando un
hecho glorioso no se recuerda, es como si no hubiera existido y en su caso su
esfuerzo ha sido en vano.
Hace poco leí en el Diario Español
“El Mercantil” del lunes 8 de agosto de 1910 una gloriosa gesta que me
impresionó profundamente, y que paso a describir por su emotividad y belleza.
El 10 de septiembre de 1910 el vapor
“Isla de Panay” repatrió los restos del glorioso Comandante Don Julián Fortea,
muerto el 18 de Septiembre de 1898 en la defensa de Santo Domingo de Basco
(Islas Batanes).
La profunda admiración que nos
inspira el hecho sublime de Fortea nos mueve a recordarlo en estas columnas,
tratando de aventar el negro polvo del olvido con que dejan cubrir el tiempo y
nuestra frágil memoria los laureles de nuestros héroes. Muchos de nosotros,
aquí, hemos ido olvidando la acción ejemplar de aquel bravo español, otros no
la conocen ni han oído, quizá, jamás el nombre de Fortea. España en ha hecho
justicia glorificando el recuerdo de su sacrificio con el reconocimiento
oficial premiado con la Cruz Laureada de San Fernando. Vayan estas líneas como
pálida loa y homenaje a la memoria del más heroico español que entregó en estas
insignificantes islas su vida por España.
Don Julián Fortea Selví nació en
Camarena (Teruel) el día 8 de Marzo de 1845. Su vocación militar le llevó a
sentar plaza como voluntario en el regimiento de Borbón. Hizo la campaña del
Norte en la que por méritos de guerra conquistó dos ascensos. Más tarde, en
estas islas, tomó parte en las operaciones de la Paragua y en 1882 entró en la
Guardia Civil en donde prestó grandes y valiosos servicios, entre ellos la
captura de una partida de malhechores que en septiembre de aquel año apresara
un convoy en las cercanías de Manila. En esta ocasión luchó cuerpo a cuerpo con
el cabecilla Raimundo Cecilio y con dos partidarios hiriendo al primero y
desarmando personalmente a los tres.
En 1883 regresó a la Península,
volviendo otra vez a Filipinas, cuando se manifestaron los primeros chispazos
de la insurrección. Fue nombrado entonces gobernador político-militar de las
islas Batanes con residencia en Santo Domingo de Basco en donde se estableció
con su esposa, cinco hijos de corta edad y dos sobrinas.
Fue allí, en aquellas pequeñas y
apartadas islas donde la Providencia deparó que el nombre de España quedase
para siempre esculpido en sus rocas por el heroísmo sereno y consciente de
aquel español estoico.
En 1898 al declararse la guerra entre
España y Estados Unidos, estas islas quedaron totalmente desguarnecidas e
incomunicadas, Fortea no tenía fuerza alguna a sus órdenes. Previendo el
peligro trató, sin embargo, de organizar una milicia indígena, auxiliado por
los españoles don Rafael Romero, interventor de hacienda, y el médico don
Marcial Moreiras, pero bien pronto, el llegar las noticias del triunfo de la
revolución filipina en el centro y norte de Luzón, los indígenas le abandonan.
En un acto de valerosa serenidad, Fortea, seguido de sus dos auxiliares, intentan
contener la iniciativa rebelde de los isleños arengándoles conciliadora y
amistosamente, pero éstos, ya manifiestamente hostiles, hacen armas contra los
españoles, hiriendo a Romero y haciéndole prisionero en unión de Moreiras,
Fortea logra retirarse ileso a la casa-gobierno.
Reúne en ella sus huestes, las más
fantásticas y maravillosas huestes que haya mandado jamás capitán alguno: una
mujer, cinco niños y dos niñas. ¡Brava guardia¡ Fortea arma y arenga a sus
soldados. Los más pequeños, cuyas débiles manos no pueden levantar el fusil, se
encargan del reparto de las municiones, los mayores se ciñen bizarramente las
cartucheras y aquella tropa formidable, animada por el aliento heroico que su
capitán les comunica, se apresta a la defensa.
No se hace esperar la acción de los
revolucionarios, quienes, no pudiendo sospechar que el indefenso gobernador
trate de resistir, le intimidan varias veces a que se rinda, entregue las armas
y la casa-gobierno. A estas intimaciones contestó Fortea, primero con razones negativas,
después con el fuego de sus armas.
El bravo comandante no quiere
rendirse. Los rebeldes, dueños de la población y alzados todos en armas, le
ponen cerco y le atacan empezando el sitio más desigual y sin ejemplo que
registra la larga historia de las guerras de España. Acometen los sitiadores
con furor; contestan los sitiados con serena calma, al fuego con el fuego. Los
pequeños combatientes apostados por Fortea en los sitios estratégicos de la
casa, resguardados y atrincherados lo mejor posible se dirigen a sus tiros
sobre los puntos que el jefe indica, cayendo muchas veces arrastrados por el
retroceso de las armas.
Sugestionados por la calma heroica de
su padre en quien fían ciegamente, hijos cte. fortea los pobres niños se baten
de entusiasmo. La lucha enardece a los sitiadores y en el estruendo de las
descargas la casa tiembla envuelta en humo y el pavimento se cubre de astillas
y del yeso de las paredes. Fortea atiende a todos los lados, se multiplica,
anima tranquilo imperturbable, a los suyos y a los gritos e imprecaciones de
los de fuera contesta con un silencio trágico.
La esposa del héroe no quiere dejarle
solo, le sigue a todas partes trata inútilmente de alejarle de los sitios de
mayor peligro y mientras alienta valerosa a sus hijos contiene sus lagrimas
pidiendo a Dios en rezo callado y fervoroso la salvación de todos. esposa
Fortea
Así transcurren las horas crueles,
las horas eternas, durante varios días.
En una de las treguas, el enemigo,
asombrado de tan tenaz defensa trata de explorar el interior de la casa-fuerte.
Trepando por el alto ramaje de los arboles que frente a la casa se alzan,
varios soldados atalayan las ventanas y el cuadro dramático que en el interior
contemplan les espanta y emociona. Fortea en el centro de la habitación tiene a
sus pies a toda su familia pidiéndole arrodillada que la salve y que se salve
entregando el fuerte. La esposa le abraza sollozando; le muestra desesperada a
los pequeñuelos. Fortea hosco imponente con la llama del dolor en los ojos
resiste en silencio la horrible lucha interior que despedaza su corazón; aparta
suavemente a los suyos, les arenga y les señala de nuevo los puestos de
combate. Es necesario esperar, luchar, luchar más…
Atónitos comunican los indígenas a
sus jefes lo que han visto y éstos, creyendo debilitado el tesón del padre por
el llanto de los hijos, que se oye desde la plaza, destacan un sargento con
bandera blanca, como parlamentario. En vano ruega el emisario al español que se
rinda, diciéndole que los soldados indígenas no tienen queja de su mando, que
será respetado y que se le ofrece una capitulación honrosa para él, para su
familia y para todos los españoles residentes en las islas Batanes. Fortea,
asomado a la ventana, acalla las súplicas de su esposa y contesta al mensajero:
- “Sargento; agradezco sus intenciones. No puedo escuchar la voz de los
rebeldes. Mi deber me lo impide “– Insiste el emisario en su demanda y la voz
enérgica de Fortea le hace retirarse.
La llegada imprevista de un vapor
apresado por los revolucionarios engrosa con fuerzas tagalas bien armadas las
huestes de los sitiadores. El contratiempo es terrible, pero el indomable aragonés
no cede. La lucha se reanuda. Al enemigo le irrita la brava tenacidad de aquel
viejo soldado que consideran loco. Desean ocupar inmediatamente la fantástica
fortaleza, pero la empresa no es fácil mientras el pecho del héroe aliente.
Furiosas atacan todas las fuerzas revolucionarias acribillando la casa a
balazos, honrando cien veces la bandera que ondea en lo alto. La música
metálica de las balas hiende, rasga y abrasa los aires.
El instinto de conservación y la
fuerza alentadora de su padre transforma en el interior de la casa a aquellos
niños-soldados en cautos y serenos defensores que procuran aprovechar los
tiros. Su madre les besa y les anima. Fortea dispara su fusil desde los puntos
más vulnerables. Las fuerzas tagalas bien disciplinadas van cerrando el cerco
haciendo el fuego por descargas, dispuestas a no cejar en la acometida, a tomar
la casa gobierno por asalto en aquella misma noche del 18 de septiembre.
¡Trágica y memorable noche! El fragor
del combate enloquece a los sitiados; entre besos y lágrimas disparan sus
armas, pero las fuerzas, al fin decaen, los brazos desobedecen y aquellos niños
heroicos se rinden en el regazo de su madre desolada. Las niñas rezan llenas de
terror, pidiendo a gritos a su padre que no las abandone. Pero él, el viejo
león, no oye nada; ya no se oculta, ya no se resguarda; dispuesto serenamente
al sacrificio, con el solo deseo de salvar la vida de aquellos pedazos de su
corazón, quiere entregar la suya cuanto antes. Con augusta abnegación de
mártir, va en busca de la muerte, única liberación con honor. Dispara sin cesar
desde las ventanas sobre el enemigo que se llega audazmente hasta las puertas
del fuerte. Una bala le alcanza en el pecho pero sigue haciendo fuego y cuando
su esposa horrorizaba, loca, trata de abrazarse a él, frente a una lluvia de
plomo. Fortea la rechaza y entonces otra bala perfora mortalmente aquel pecho
poderoso.
Un grito de angustia anuncia a los
sitiadores que el león ha caído. La familia le arrastra hacía el centro de la
estancia mas resguardada; ¡Momento pavoroso, momento cruel en que todo calla y
los corazones sangran! De pronto una explosión de noble anhelo de venganza
impulsa a los hijos a disparar rabiosos sus armas. Su madre les acaudilla
trasfigurada. – “¡No quitéis la bandera! “ -- les grita Fortea agonizante--
“¡Mirad si están bien cargados de fusiles“! – “¡No quitéis la bandera!-“repite
entre estertores al entrar su espíritu glorioso en la Eternidad a las tres de
la madrugada, entre el estruendo del combate, reanudado con mayor furia….
La ideal compañera recoge de los
labios del héroe el último suspiro y con él su temple indomable. Al nacer el
nuevo día los sitiadores rendidos apagan sus fuegos pero los defensores ocupan
sus puestos y la bandera continua enhiesta en lo alto de la casa. El panteón
del héroe quedaba custodiado por la heroína, la brava castellana Dª Ascensión
García San Martín, viuda de Fortea.
Cuando después de algunas horas esta
valerosa mujer, falta ya de municiones, agotadas las fuerzas físicas, aceptó
las proposiciones de honrosa capitulación ofrecidas por un parlamentario, los
revolucionarios penetraron silenciosos y emocionados en la casa del gobierno.
Al poner el jefe filipino su planta en ella, atónito dudaba de lo que veían sus
ojos: una mujer y siete niños rodeando armados el cadáver de su capitán. Fortea
Con generoso impulso dispuso allí mismo que se procediese al entierro de Fortea
con todos los honores militares y que no se arriase la bandera española
mientras el cuerpo no recibiera sepultura. “Como prueba de admiración a un
“hecho de tanta bravura, tanta lealtad y señalado patriotismo”.
Este es el glorioso hecho de armas
del comandante Fortea. Por su grandeza estoica ha sido comparado al de Guzmán
el Bueno por su semejanza, al de mártir de la Independencia, Don Vicente Moreno
que acepta el suplicio antes de reconocer al Rey “intruso”, rechazando las
súplicas de su mujer y de sus cuatro hijos.
Pero más grande, mas dramático é
interesantes que éstos, es el caso de Fortea, el cual no tiene igual en la historia
de nuestras armas.
Fortea que “hubiera podido capitular
honrosamente con garantías y condiciones”, según informe de consejo supremo de
Guerra y Marina, Fortea, sacrificando sus más caros amores, su propia vida, al
cumplimiento del Deber y haciéndolo sereno, reflexivo, consciente, es la idea
pura levantándose sobre el imperio de la materia. Los apagados espíritus
sanchunos que no aciertan a comprender estos sublimes sacrificios, no podrán
mirar de frente sin quedarse cegados por esa luz deslumbradora que irradia tan
alta espiritualidad. Estos héroes, estos “locos sublimes”, son los que salvan y
afirman los más nobles conceptos que dignifican nuestra alma. Sin la obra de
estos héroes de que tan pródiga fue nuestra tierra, España hubiera perdido su
grande é inconfundible personalidad. Martín Cerezo, Dujiols, Comas – aquel
bravo capitán Comas, héroe impulsivo, temerario, arrebatador, de muchos
desconocido y de todo olvidado, que fue el ídolo de los soldados de la división
Lachambre- y Fortea, el más grande de todos, cuando todo se perdía en estos
mares, salvaron lo más preciado: el nombre y el honor de España.
Honremos reconocidos su memoria, que
el culto a los héroes es la más alta manifestación del culto a la Patria.
A sus órdenes Comandante Fortea
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LAUREADAS DE SAN FERNANDO EN LA PROVINCIA DE TERUEL
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