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No se sabe a ciencia cierta la razón
por la que a aquella mujer la apodaban, La Ferida. Lo cierto es que a su
familia, como suele ser costumbre en estos lugares, siempre la habían llamado
así. Y, si por curiosidad o por impertinencia, alguien trataba de averiguar la razón de tal
mote, contestaba que ésta se hallaba en lo más remoto y oscuro de la historia
del lugar. Posiblemente, añadía, tenga que ver con lo que le aconteció a un antepasado mío en tiempos del cataclismo. Se explayaba en la explicación señalando que, aquel día se abrieron los cielos y de una nube
oscura brotó, como por ensalmo, una bola de fuego que acabó con cualquier
rastro de vida en varias leguas a su alrededor. Cosa del demonio aseguraba ella
y, también, lo creían todos los que habían oído alguna vez el terrible relato.
Se piensa que aquella bola de fuego que llevaba tras de sí una cola luminosa y
dejaba en el aire un desagradable olor a azufre, tenga que ver con lo que ahora nos relata El Facho.
Señalan los más antiguos del lugar
que, aquella soleada mañana, había salido el cura del lugar a una placeta que
había delante de su casa a tomar el benigno sol otoñal. Sentado tranquilamente
en su silla, leía el breviario y meditaba sobre las cosas de la Fe y los
peligros y tentaciones a que a menudo nos somete el maligno. Tuvo un mal pensamiento,
su mente le inclinaba al pecado… Se opuso con todas sus fuerzas a la tentación pero, por un instante su fortaleza cedió, dejo
el libro en un costado y se entregó a los más impuros pensamientos.
Todavía no habían pasado unos
instantes desde que el mosén hubiera entrado en el tortuoso mundo del pecado,
cuando una “bola de fuego” pasó rozando el Torretón y fue a caer sobre el
pobre curica. En ese lugar se produjo un
profundo agujero o sima. Pronto, alarmada por el suceso, acudió una mujer que
estaba en las inmediaciones. Vio al cura como caía al abismo entre terribles
gritos de dolor y nubes de polvo negro. Quiso la mujer, haciendo un supremo esfuerzo
ayudarle a salir pero nada pudo hacer. En ese instante en el que el mosén se
sumergía en el abismo, surgió del fondo una bestia con terribles deformidades y cuernos de macho cabrío que
trató de arrastrar también a la mujer a los infiernos, junto al párroco. Pudo,
no sin un denodado esfuerzo, salvarse la mujer pero, de aquel trance le quedó en
su rostro una terrible “ferida”. La herida le partía el rostro de arriba abajo rompiéndole
la nariz y la boca, pero salvándole los dos ojos.