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Tomó mi mano y yo a su vez, con
gesto dulce, se la envolví con la mía. Mi nieta tan pequeña… tan sutil… me
llevó hasta el cuarto opaco que se encuentra al fondo del callejón. Allí, por efecto
de la suave luz que filtraba un ventanuco y, también, por la acción calorífica
de los rayos solares, habían florecido dos bulbos de narciso. Uno de ellos
blanco como la nieve, el otro rojos como el carmín. La niña no dijo nada, sólo
me mostró estos dos milagros de la vida. Con su incipiente lengua me dijo:
¡Yayo, flor! Sí, le dije, dos hermosísimas flores que son el anuncio de la
primavera. Luego, tras ese inicial descubrimiento, salimos al campo y el yayo
le señalaba complacido: flor de almendro, de peral, de cerezo…, violetas en el
prado, albianas en el brazal. Los verdes campos de trigo y ya en las viñas, los
panpános despuntar. Era una total eclosión de vida primaveral. Los vencejos,
golondrinas, gorriones, tórtolas y picarazas empezaban los nidos a componer. ¿Cómo explicarte mi
niña, lo que la primavera es?
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ROJO NARCISO
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Sobre la triste penumbra de un arruinado cuartucho, filtraba
la luz solar espeso, sucio cristal. Delante reja de forja y, sobre la forja,
cuajada la luz de abril. El robín de los herrajes por efecto de la brisa, tan
húmeda y matinal, dejaba sobre el cemento gruesas gotas de metal. Un haz de luz
matutina cada día, calentaba, la tierra donde crecía, una planta singular. El
calor del débil rayo, hizo al fin fructificar, una flor hermosa y tierna, que nadie supo admirar. Sobre un tallo de
verde hoja, roja flor, limpio cristal. Era la fuerza rotunda de un día
primaveral.
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