IGLESIA DE LA ASUNCIÓN
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Cuatro cisnes blancos volaban
inmaculados rozando la bóveda de la iglesia parroquial de Cañada vellida. Para
entonces, Urbano, ya se había ido a celebrar a Villalba Alta. Era una tarde
fresca y primaveral, en la que algunos torrejones se acercaban por el puerto
del Esquinazo amenazando lluvia. Los molinos eléctricos fabricaban luz sobre aspas tendidas al viento, como naves medievales ancladas a una planicie verde. Las puertas de los
grandes almacenes estaban abiertas, de su interior salían y entraban como a
bocanadas, enormes tractores en dirección a la vaguada verde. Verde y azul,
precisamente, son los colores con los que han repintado la iglesia renacentista
de la Asunción, como el cielo y el trigal hermoso de abril. En la portada pone
1590 y los estucos acasetonados se van
perdiendo conforme pasa el tiempo. Qué trabajos hacen los hombres del campo en
estas fechas, pregunto a la mujer que porta las llaves del templo:
sulfatiar contesta seca y rápida. Bien es verdad que algunos yermos se
están labrando pues, ha llovido mucho, y hay buena sazón en la tierra. Paseamos por el interior de una nave
desmantelada en la Guerra Civil (36-39) y por eso mismo parece aún más grande, más
desolada. Las imágenes son todas modernas. Conserva una predicadera, una pila
bautismal y tiene un coro bajo a los pies. La torre es cuadrada y maciza de
tres cuerpos con campanario en el último. Suenan las campanas y el valle, la
cañada, se agita en un volar de pájaros y en un esbolastriar de sueños
imposibles. Ya nunca será nada como antaño. Un pasado de estudios humanistas
apenas recordado. Gira la llave en la recia cerradura y nos vamos para la
ermita de San Juan Bautista y para la de San Miguel.
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