TORMÓN
Marfil, bruñido acero o, tal vez,
espeso calicanto cubriendo las cañadas de azules nubes-rosa. Atraviesas un
bosque inmenso de sabinas, de pinos centenarios, de carrascas baldías y, al
final del camino encuentras dulce valle que acaricia tu entraña. El agua
cantarina que desliza cascadas de risa y de frescura. Un tormo poderoso, un
terrón te vigila y un calicanto de agua en tu sueño suspira. Aguzas los oídos con
la mirada fiera, sobre montes altivos, sobre las aguas quietas, sobre paisajes
yertos sin huerto y sementera. Monumento de roca que protege a los hombres de
visitas inciertas, a veces oportunas, otras veces inquietas. Se adelantan las
sombras en la tarde festiva a dar cobijo al sueño, enredado en esquinas de rodeno labradas. Un reloj da las horas y
en la plaza, una fuente, avisa cantarina que los cuervos acechan tras de las cardelinas. Y, hay en el
aire esquirlas de explosivos silencios. Y, hay rumor en los chopos de la pronta llegada
de los veraneantes. Primavera crecida que amamanta esperanza. Primavera dorada,
de calicanto y agua. Tormo de corazones latiendo en una plaza, latiendo, en la
esperanza.
*