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Había comenzado el segundo milenio de
nuestra Era Cristiana, tras años llenos de temor e incertidumbre por la llegada
del fin del mundo, con una terrible sequía que había traído asociada la guerra,
la peste y la muerte. Aquello que había
sido un hermoso valle marchitaba debido a la falta de agua y, también, debido a
la desidia y abandono de los hombres pues, el acueducto que otrora
construyeran los romanos estaba destrozado e inservible. Pensaron luego
asentar, aguas arriba, una torre donde reunir a los moros que caían prisioneros
en las batallas que desde hacía unos años estaba dando en esta tierra el rey
Alfonso de Aragón para, con sus brazos, ayudarse a construir un cauce y sacar
el agua de la laguna que ahora llaman, del Cañizar, y poder fertilizar tan
ricas y extensas llanuras.
Vivían
pues, los hombres de estas tierras, afanados en sus tareas diarias para el año
que sería, del Señor, de mil y ciento y veinte y siete, tras pacificar la
tierra nuestro señor el rey de los navarros y de los aragoneses Alfonso,
nombrado el primero, de la casa de Aragón. Cuando, por el camino real, se
vieron aparecer dos figuras de hombre que llevaban un bulto entre sus brazos
envuelto en tela de seda y recubierto de arpillera. Las dos figuras iban
creciendo en tamaño conforme se acercaban a la venta de Albónica. Llegados al
lugar pidieron agua, sal y un lugar junto a la lumbre. El ventero, a su vez,
les preguntó de dónde venían y si eran gente de paz o por el contrario iban en
busca de fortuna a la guerra contra los moros.
De paz, señalaron, somos gente trabajadora del reino de Navarra y vamos
buscando nuevas tierras donde levantar casa, donde pastar nuestros ganados que
atrás llegan y, un buen lugar, donde cultivar la tierra. Si es así, aquí seréis
bien acogidos. Sin embargo hemos de advertiros de que a pesar de tener tan
magnífico y ancho valle sufrimos una terrible sequía que nos está aniquilando.
Las obras del cauce que se está escavando y que, tras finalizarse nos traerá el agua de la
laguna, están paradas en la torre-cárcel y, por el momento, no se aprecian
avances significativos.
Preguntó el ventero por aquel fardo
tan bien liado que llevaban lo viajeros y del que no se separaban en ningún momento.
Es la Virgen de los Navarros, le dijeron. Por nada del mundo nos separaríamos
de ella. Es una Virgen cuya protección nos ha sacado de innumerables apuros y nos
ha permitido poder sobrevivir, a nosotros y a nuestros ganados, en las
situaciones más desesperadas. Mañana mismo, le dijeron al ventero, nada más
buscar un solar para levantar casa le haremos un monumento con una hornacina de
piedra seca para que proteja este lugar, a sus gentes, a sus ganados y nos de prosperidad.
De esta manera tan sencilla, aquellas
gentes que vinieron a repoblar este territorio construyeron con sencillos
materiales el primer santuario a la Virgen. Sin embargo, la expectación creció
en el momento que procedieron los navarros a retirarle las telas a la Virgen y
a quitarle las vendas que la protegían. Un clamoroso silencio acompañó a la
ceremonia de despojarla del envoltorio y colocarla en su primitiva hornacina.
Era una talla de medianas proporciones, con un niño de pie sobre las faldas de
una mujer sentada que portaba, en su mano derecha, una pera o fruto con el que
premiar a aquellos de sus fieles que fueran más cristianos. El rostro de la
Virgen era de una belleza particular y su mirada acogía compasivamente a sus
hijos.
Hincados de rodillas, aquel primitivo
grupo de fuenteclarinos rezaron con devoción a la que iba a ser para siempre su
virgen protectora y patrona del lugar. La primera petición que le hicieron fue
una especial protección para la tierra, para los ganados y para todas sus
gentes. Luego le rogaron les sacara de aquella espantosa sequía que tantas calamidades,
hambre, peste y muertes les estaba ocasionado. La Virgen, por boca de un niño, les
indicó el lugar en que deberían cavar. De esta manera, nacieron los Ojos de
Fuentes Claras. Un manantial de aguas claras y cristalinas que no ha cesado
hasta el día de la fecha.
Pasó el tiempo y creció en todo el
valle la fama milagrera de la Virgen de los Navarros de forma que, hasta este
lugar, venían de toda la contornada a pedirle favores. En una ocasión, ante el
desconsuelo de un padre por haber encontrado a su hija muerta en el campo
mientras cuidaba el ganado la Virgen, apiadada por tan consternable y doloroso
suceso, le devolvió la vida. Pero, donde sin duda la Virgen manifestó su
vocación decididamente fuenteclarina, fue con ocasión del robo de la imagen por
uno viajeros que desde Navarra marchaban hasta Valencia. Los fuenteclarinos, pasados unos años, le
habían construido a la Virgen una residencia permanente. Se trataba de una ermita
situada junto al Camino Real (antes calzada romana) a la que adornaron con
hermoso retablo y joyas. Nunca faltaban flores en su altar ni las continuas
vistas de sus vecinos. Aquella mañana, advirtieron con terror, que la imagen
había desparecido y que la hornacina estaba vacía. Dada la alarma en el lugar,
todos los vecinos acudieron al instante a contemplar el ignominioso acto de la sustracción de la imagen venerada
de Nuestra Señora de los Navarros. Postrados de rodillas rogaron a la Virgen obrara
el milagro de volver por su propia voluntad a SU CASA, de volver intacta a Fuentes Claras.
A la mañana siguiente la Virgen de
los Navarros volvía a estar en su altar hornacina. Tal suceso se contempló y es tenido por milagro verdadero. Pero, lo que es todavía más sorprendente es
que, en los tiempos actuales (tiempos de poca fe), cuando Erik el Belga
saqueaba nuestro patrimonio, la Virgen de los Navarros, tras ser sustraída,
volviera a aparecer.
Ahora, la Virgen está protegida en la
iglesia del lugar. Pero todas esta son señales inequívocas, para muchos
vecinos, de que la Virgen sigue siendo la Madre y protectora que siempre fue y
que, de ninguna manera, dejará desamparados a los vecinos de Fuentes Claras.