Entre el día y la noche, a la
atardecida, hay un momento mágico y singular en el que la razón deja paso al
mundo de los sueños. En ese instante de transición, si hay una confluencia
entre los elementos naturales agua, tierra, fuego y, todos ellos son barridos
por un aire en forma de cierzo feroz, se produce uno de los momentos más
singulares del día. Si eres un ser ilusionado y la esperanza está viva en tu
mente, puedes robarle al ocaso toda su belleza roja, sangrante y dolorida por
la muerte, ya cansina, de la luz. Mas, si acaso sueñas con la verdad salida de
la raíz medicinal del ácoro o de la música tenaz del cálamo, vuelve tus ojos
hacia la floresta e invierte en ella el último despojo de la luz de tus ojos,
fuera ya, de toda esperanza. No hallaras en ella el parnaso que buscas ni los
labios rojos de la aurora pues ésta sólo filtra, agónica y tenaz, efluvios violáceos
de los tiempos pasados y olvidados. Mira en el ocaso la esperanza de un nuevo
amanecer rutilante y puro. Maduro, de muda nueva y mañana de domingo.