CUENTOS POR TELÉFONO
«Érase una vez… el señor Bianchi, de Varese. Su profesión de viajante de
comercio le obligaba a viajar durante seis días a la semana, recorriendo toda
Italia, al este, al oeste, al norte, al sur y al cetro, vendiendo productos
medicinales. El domingo regresaba a su casa y el lunes por la mañana volvía a
partir. Pero antes de marcharse, su hija le recordaba:
–Ya sabes, papá: un cuento cada noche.
(—) Y así cada noche, estuviera donde estuviese, el señor Bianchi
telefoneaba a Varese a las nueve en punto y le contaba un cuento a su hija».
Este es el prologo del libro de
"Cuentos por teléfono" de Gianni Rodani, es un libro escrito para que
podáis contar un cuento por teléfono o skype cada noche a vuestros nietos.
Gianni Rodari, (1920-1980) escritor, periodista y pedagogo, especializado en
educación infantil y juvenil.
*
En la playa de Ostia
A pocos kilómetros de Roma está la
playa de Ostia, adonde los romanos acuden a miles en verano; en la playa no
queda espacio ni siquiera para hacer un agujero en la arena con una palita, y
el que llega el último no sabe dónde plantar la sombrilla. Una vez llegó a la
playa de Ostia un tipo extravagante, realmente cómico. Llegó el último, con la
sombrilla bajo el brazo, y no encontró sitio para plantarla. Entonces la abrió,
le hizo un retoque al mango y la sombrilla se elevó inmediatamente por el aire,
sobrevolando miles y miles de sombrillas y yéndose a detener a la misma orilla
del mar, pero dos o tres metros por encima de la punta de las otras sombrillas.
El desconcertante individuo abrió su tumbona, y también ésta flotó en el aire.
El hombre se tumbó al amparo de la sombrilla, sacó un libro del bolsillo y
empezó a leer, respirando la brisa del mar, picante de sal y de yodo. Al
principio, la gente ni siquiera se dio cuenta de su presencia. Todos estaban
debajo de sus sombrillas, intentando ver un pedacito de mar por entre las
cabezas de los que tenían delante, o hacían crucigramas, y nadie miraba hacia
arriba. Pero de repente una señora oyó caer algo sobre su sombrilla; creyó que
había sido una pelota y se levantó para regañar a los niños; miró a su
alrededor y hacia arriba y vio al extravagante individuo suspendido sobre su
cabeza. El señor miraba hacia abajo y le dijo a aquella señora: -Disculpe, señora,
se me ha
caído el libro.
¿Querría usted echármelo
para arriba, por favor? De la sorpresa, la señora se cayó
de espaldas, quedándose sentada sobre la arena, y como era muy gorda no lograba
incorporarse. Sus parientes acudieron para ayudarla, y la señora, sin hablar,
les señaló con el dedo la sombrilla volante.- Por favor -repitió el
desconcertante individuo-, ¿quieren tirarme mi libro?- ¿Pero es que no ve que
ha asustado a nuestra tía?- Lo siento mucho, pero de verdad que no era ésa mi
intención.- Entonces, bájese de ahí; está prohibido.- En absoluto; no había
sitio en la playa y me he puesto aquí arriba. Yo también pago los impuestos,
¿sabe usted? Mientras, uno tras otro, todos los romanos de la playa se pusieron
a mirar hacia arriba; y señalaban riendo a aquel extraño bañista.- ¿Ves a
aquél? - decían-. ¡Tiene una sombrilla a reacción!- ¡Eh, astronauta! - le
gritaban-. ¿Me dejas subir a mí también? Un muchachito le echó hacia arriba el
libro, y el señor lo hojeaba nerviosamente buscando la señal. Luego prosiguió
su lectura, muy sofocado. Poco a poco fueron dejándolo en paz. Sólo los niños
de vez en cuando, miraban al aire con envidia, y los más valientes gritaban:-¡Señor!
¡Señor!-¿Qué queréis?-¿Por qué no nos enseña cómo se hace para estar así en el
aire? Pero el señor refunfuñaba y proseguía su lectura. Al atardecer, con un
ligero silbido, la sombrilla se fue
volando, el desconcertante individuo
aterrizó en la
calle cerca de
su motocicleta, se subió a ella y se marchó. ¿Quién sería aquel tipo y
dónde compraría aquella sombrilla?
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