Baldosa de cerámica en la fachada de la iglesia parroquial de Andorra (Te) representando un Calvario. El azulejo fue "picado" por tropas republicanas.
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Nada más producirse el pronunciamiento del 18 de julio de 1936 España se dividió en dos bandos, Nacionales (azules) y Republicanos (rojos). Las zonas ocupadas por ambos bandos fueron "limpiadas" de enemigos, conforme el modelo de "revolución romántica" que hemos comentado en otras ocasiones. Andorra fue ocupada por los "rojos". Consecuencia de ello fueron todos los sucesos que se conocen y que dejaron rastro. De todos esos "sucesos" es significativa la muerte de Mariano Alcalá Pérez (68 años) que aquí abajo, reflejamos. Por aquellas fechas (1936), Ángel Alcalá Galve, sobrino del Mariano que aquí nos ocupa, era un niño de unos 8 años de edad.
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ASÍ FUE LA MUERTE
DEL PADRE MARIANO ALCALÁ PÉREZ, MAESTRO GENERAL DE LA MERCED (Fray Joaquín
Millán Rubio).
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Vino al mundo en
Andorra, Teruel, el 11 de mayo de 1867, decimosegundo hijo de Tomás y Vicenta,
que lo llevaron a la pila bautismal al día siguiente. Buen comienzo para una
vida exquisitamente dedicada a Dios
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Placa en la fachada de la
parroquial de Andorra (Te) rememorando a los muertos en la Guerra Civil (36-39)
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... Seguía en
Lérida, cada día más achacoso, cuando el 8 de marzo de 1936 su sobrino Ángel,
casado con Luisa, se lo llevó a Andorra para ver que recuperara la salud. Lo
tuvieron en su hogar hasta después del 18 de julio. Ella atesta: Era un gran
místico, y cuando le comunicamos el triunfo de la revolución, previendo lo que
se veía venir, y algunos le manifestamos un cierto temor, dijo preparémonos a
morir bien, si debiese ser el caso. Margarita Vall asevera cómo supo que murió
con gran disposición de ánimo, sobre todo las veinticuatro últimas horas antes
de morir, como si estuviese contento de ir a la muerte. A María Ristol le
manifestó que la gracia de las gracias era el martirio y estaba alucinado por
obtenerla, pero dudaba de ser digno.
Porque la casa
de Ángel era peligrosa, como farmacia muy frecuentada por los rojos, lo
llevaron a casa de su sobrina Vicenta Alcalá, que manifiesta: Aquí vivía como
en el convento, se levantaba a la misma hora, dedicaba a la oración y a sus
trabajos el mismo horario que en el convento; meditaba, leía, escribía cartas
de dirección espiritual; hacía el tiempo de recreación conversando con la
familia; celebraba diariamente la santa misa; a veces paseaba con los
sacerdotes, que se embelesaban con su palabra. En el pueblo todos admiraban su
bondad, su afabilidad, su delicadeza, nunca reprochaba nada a nadie, no se
lamentaba de nada, mostraba una paciencia admirable. Mosén Rafael Galve observó
cómo aunque estaba en el hogar de sus familiares, se le veía ensimismado en la
presencia de Dios, en tal modo que parecía no oír cuando se hablaba del mundo,
aunque fuesen cosas familiares, en cambio hablaba con entusiasmo y fervor de
temas espirituales, sobre todo de las preferencias de su devoción, el Corazón
de Jesús, el Espíritu santo, la Virgen, santa Teresita, santa Gema, el Ángel de
la Guarda, y más aún gustaba de comentar de Roma y del Papa. Algunos días antes
del martirio, pese a su vejez, aún manifestaba deseos de ir a Roma, para el
capítulo general. Nunca jamás le vi hablando tú por tú con una mujer, prueba de
cuánto estimaba su castidad.
Y sobrevino la
Guerra civil, y con ella lo que esperaba, el martirio. Cuando se hablaba de los
rojos decía: no hablemos, recemos. Su disposición era serena, esperando el
cielo y consolando a sus familiares. El 26 de julio ya no pudo ir a la iglesia,
por la inminencia de la llegada de los rojos. Quedó escondido en casa de sus
sobrinos, de Ángel, primeramente, de Vicenta, después, que fueron conminados a
presentar a su tío so pena de volar sus casas. El 26 de agosto tuvo que acudir
al comité. Lo acompañaron ambos sobrinos; los facinerosos ni le dirigieron la
palabra; lo menospreciaron; a ellos les prometieron interceder por su vida. Lo
devolvieron porque lo vieron viejo y agotado, a la ida y al regreso fue rezando.
Vicente Aguilar
nos habla de este trance: su disposición de ánimo era serena, pensando en el
cielo; comunicaba esperanza a sus familiares; consolaba a los suyos que no
perderían nada con su muerte. Cuenta Vicenta: El 15 de septiembre, sobre las cinco
y media de la tarde el comité me llamó para que acompañase a mi tío hasta allí,
a fin de que el pueblo no se diese cuenta y se alarmara; rehusé
categóricamente, pues me dijeron que aquella noche lo iban a matar. A las seis
de la tarde, vino un pelotón a buscarlo; le avisé de que debía presentarse al
comité y me rogó que lo acompañase, y acepté; luego de bajar unas gradas, se
retornó a su habitación, compareciendo inmediatamente; a la puerta lo esperaban
los milicianos, que me impidieron acompañarlo; lo llevaron a la casa
consistorial donde estaba el comité. Él se entregó sin resistencia alguna,
resignado ante los empellones y amenazas que le proferían, azuzado porque no
podía andar a su ritmo. Pasados unos días de esto, pues estuve fuera, regresé
obligada por el comité, entrando en la habitación que tuviera mi tío, encontré
sobre la mesa su reloj y su rosario, que nos dejaba para recuerdo, pues eran
dos objetos de su predilección, el reloj porque se lo había regalado su padre
el día de la ordenación y el rosario por su devoción a la Virgen.
José Artigas
sigue el relato: El día 15 sobre la seis de la tarde me avisaron que fuera con
el camión a la plaza Nueva para cargar cebada. Una vez allí, vi todo ocupado
por milicianos armados, me hicieron meter la parte trasera del camión frente a
la entrada de la Casa consistorial, advirtiéndome que no dejase el volante.
Entonces comenzaron a salir hacia el camión varios hombres, unos armados y
otros maniatados. Me ordenaron tomar la carretera de Alcañíz, pero cuando llegamos
al cementerio de Andorra, a los muros orientados hacia Alcañíz, me ordenaron
pararme, porque iban a ser fusilados de inmediato, según lo que me dijeron los
armados, todos los maniatados en el camión. Me encontraba angustiadísimo,
adivinando lo que iba a suceder, retirándome un poco hacia la puerta del
cementerio para no asistir a un acto tan terrible; mientras pasaba por la
puerta trasera del camión, vi entre otros y reconocí al padre Mariano Alcalá,
entre dos le ayudaron a bajar del camión, lo reconocí distintamente y cómo sus
labios se movían fervorosamente; volví a observarlo y constaté nuevamente que
estaba rezando muy fervorosamente. No vi más, pero percibí perfectamente y sin
perder tiempo, los disparos, algún lamento y un ¡viva la Virgen del Pilar! Dos
días después, oí decir que el padre Mariano había gritado ¡viva Cristo rey!,
cosa que yo no oí, tal vez porque estaba a una cierta distancia o porque el
padre Mariano tenía poca voz.
El padre Mariano
ni se lamentó, ni suplicó, ni protestó; rezaba y expiró diciendo con voz queda
¡viva Cristo rey!, abrazado a su sobrino Ángel, que gritó ¡Viva la Virgen del
Pilar!. Fue sepultado con los otros seis fusilados.
Así cayó aquel
prócer y gran maestro espiritual.
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