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Al tio Tomás
de Torrealta le llamaban de apodo el “Cagaostias”. Mal hablado y blasfemo, a
menudo envolvía a todos los santos con el fiemo de su boca. De todos los
pecados e imprecaciones que destilaba cuando se le torcía el genio, el más
genuino era el que hacía referencia a la Cruz del Mas. Se sobrentiende que se
refería a Mas de Jacinto, población vecina a su lugar de residencia permanente
desde que naciera, allá por los años 25 del pasado siglo, hasta su reciente
fallecimiento en el hospital de Teruel.
Hasta pasada la
Guerra Civil (36-39) la cruz había permanecido sobre el puntal que corona el
caserío. Era una cruz alta y esbelta, de líneas rectas y sin molduras ni adorno
alguno. Según un relato cierto, estaba hecha a base de forja sobre el yunque de
alguna fragua del valle. Su antigüedad nadie podía precisar pero se estaba seguro de que se remontaba más allá de la
memoria humana. Clavada en el monte sobre
una base de cemento su altura sobrepasaba cuatro tallas humanas (unos 7 metros). La
Cruz del Mas siempre fue un misterio para sus vecinos y nunca supieron la razón
de sus existencia. Unos aventuraban que procedía de la época de los moros y
otros, los menos, de los primeros años de la cristianización de la península. Urbano,
el cura rojo de Castielfabib, señaló en el sermón de un 29 de enero, día de san
Valero, que la cruz procedía de los tiempos de la persecución de Diocleciano y
que señalaba el paso por el lugar de los dos santos, Vicente y Valero camino de
Valencia. Esta teoría no está confirmada ni aclarada por los historiadores ni
por los eruditos y, por lo tanto, debemos tomarla con las debidas precauciones.
A la muerte de
Tomás sus familiares revolvieron en armarios, alacenas y arcones en busca de
objetos y materiales que tuvieran alguna utilidad con el fin de hacer
limpieza y arreglar una caserón que se hundía ya, por los cuatro costados.
Finalmente subieron a las cambras y allí encontraron un arcón forrado con
pieles de cabra, tachonado con clavos dorados, aunque ya rumientos y, mostrando
en su frente, tres cerrojos con tres llaveras. Como fue imposible encontrar las
llaves para su apertura, se procedió a forzar las cerraduras haciendo uso de
una palanca. Abierto el arcón iniciaron de forma ordenada a revisar su
contenido. A primera vista no había más que legajos antiguos, pergaminos con
una letra gótica espesa y, en muchos casos, borrada por las filtraciones del
agua y de los muchos años de abandono.
Se barruntaron
que todos aquellos legajos podrían formar una miscelánea con estructura de
libro a la que tan aficionados eran, según se sabía desde antiguo, los
Marcilla. Decidieron pedir ayuda a un historiador originario del Rincón de
Ademuz y experto en Diplomática para que les sacara de sus dudas. Así lo
hicieron y, tras sesudos estudios, el experto puso algo de luz en aquel marasmo
de hojas de pergamino emborronado y comido por las ratas.
Una parte de
los documentos hablaba, efectivamente, de la Cruz del Mas y de algunas de sus
peculiaridades. Una cruz que en algunas ocasiones, era amada por los vecinos
del valle y que, en tantas otras ocasiones, era odiada. Un signo soberbio y
sobrenatural sobre cuya verdadera naturaleza nada se aclaraba allí. Sin
embargo, los documentos eran abundantes a la hora se señalar los momentos en
que la cruz había “hablado” a través de manifestaciones y de signos
sobrenaturales.
Uno de los
últimos legajos almacenado y de más reciente escritura, al parecer, había
salido de la mano de Tomás, propietario de la casa y continuador de la saga
familiar desde que los Marcilla establecieran su señorío en aquel imponente
caserón. Decía el documento que, sobre el día 14 de abril de 1931, la cruz tomó
un color rojo, como el fuego o como la sangre. Sin embargo, señalaba que para el
día 18 de julio de 1936, el color que tomó fue azul. Las gentes del valle,
dedicadas en aquellos tiempos a sus labores agrícolas y ganaderas no supieron
interpretar el significado de tales signos. Sin embargo, Tomás los dejó
anotados, tal como habían hecho hasta la fecha sus antecesores.
Observó, el agudo historiador, que
los documentos se encontraban fechados entre los años 1321 y 1957, lo cual
constituía un dato, de momento sorprendente, pero carente de significado
alguno. Al principio no supo la razón de fechas tan rotundas ni la causa de la
aparición de los relatos alucinantes y mistéricos sobre aquella singular cruz.
Hubo que repasar la historia de la zona circunscrita a la cruz desde Valencia
hasta Guadalaviar y los acontecimientos más relevantes acaecidos para, al hilo
de los sucesos, ir compaginando fechas de la historia general con la datación
fehaciente de manifestaciones extraordinarias en torno a la cruz.
Los primeros
textos estaban redactados en romance aragonés, tal como solían hacerlos los Marcilla.
Se hizo fotocopia de los manuscritos y se remitieron a Conrado Guardiola. No
cabía duda, apuntó con rotundidad, los textos eran de principios del siglo XIV.
En ellos se hablaba de sucesos extraordinarios, de luces nocturnas en torno al
tozal donde apareció más tarde el signo o señal. Resplandores, auroras
boreales, lluvias de estrellas y tormentas con gran aparato de rayos tuvieron a
la población consternada. Días después de la misteriosa aparición de la gran
cruz, el cielo se desplomó sobre las cabezas de aquellos primitivos pobladores
cristianos. Las barranqueras bajaron crecidas tras la lluvia y el río arrastró animales, plantas, árboles y casas. Muchos hombres morían y eran arrastrados
por las aguas que de vez en cuando hacían torbellinos y se engullían todo lo
que encontraban en su perímetro. Sonaron las campanas en todo el valle y ante
la percepción clara de la llegada del fin del mundo los hombres y las mujeres
hacían ayuno, tomaban confesión, expiaban sus pecados y daban todo lo que
tenían para los pobres. Al tercer día de la aparición rotunda sobre la cima del
caserío, de la que luego se llamaría Cruz del Mas, los cielos se despejaron y
las aguas fueron bajando poco a poco su caudal. Vino la calma y hubo que
recomponer haciendas y ganados. Sólo la Cruz quedó clavada allí sin cimientos,
para siempre. Como si su raíz saliera del fondo de la tierra y como signo de
que lo sucedido no era una fantasía, una creación anómala de la mente humana,
un espejismo contado por locos.
Pasaron los
tiempos y la cruz volvió a manifestarse en numerosas ocasiones, siempre en
circunstancias terribles para los habitantes del valle del Turia. Quisieron los
Marcilla trasladar la cruz hasta Torrealta excavando en su base, pero
desistieron al no encontrar los alizaces o fundamentos de la misma y, tras
cavar cientos de metros de profundidad. Las últimas anotaciones (de mediados del siglo XX) señalan que la
cruz estaba clavada en una base de cemento, sin embargo, ello se debe a una
actuación humana sobre la misma consecuencia de lo señalado anteriormente.
Se tiene
constancia de la desaparición misteriosa del signo o señal sagrado de la cima
del Mas de Jacinto en fechas que comprenden entre el 14 y el 17 de octubre del
año 1957. Una datación tan explícita es fácil de comprender si tenemos en
cuenta los sucesos de esos días. Para los días 14 y 15 de ese mes y año, tuvo
lugar la última y gran riada del río Turia y sus desastrosas consecuencias en
la ciudad de Valencia.
Los documentos
no son muy explícitos con referencia a la forma en que desapareció esta gran
cruz o signo celestial que anunciaba o predecía grandes catástrofes en el valle
del Turia. Son, por otra parte, frecuentes los signos y señales divinas que a
lo largo del valle del Guadalaviar o Turia han existido o se han documentado.
En la misma ciudad de Teruel, la divinidad se hizo presente en fechas muy
próximas al inicio de este soberbio suceso (siglo XIV), con la aparición del
Cristo de las Tres Manos sobre las aguas revueltas y torrencialmente desbordadas
del mismo río al comienzo de su nombre. Finalmente, sí que hace mención el
documento a un extraordinario estertor o terremoto de la tierra tras el ocaso
del día 17 de octubre. La tierra gimió (señala un escrito que parece salido de
la mano del tio Tomás) como un parturienta y sus lamentos fueron escuchados,
por un instante, desde las cimas de los montes Javalambre y Peñarroya. Las entrañas de la
montaña se desgarraron y se fagocitaron en un instante la gran cruz. Luego la
herida se cerró y la tierra y sus gentes permanecieron en silencio hasta hoy día.
No sabemos, ni lo dice el documento, si su desaparición
se debe a que no están previstas catástrofes en un tiempo inmediato o, por el
contrario, se debe a la incredulidad del hombre, a su falta de fe, al inicio
del imperio de la razón y del relativismo.