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jueves, 29 de enero de 2015

Enero2015/Miscelánea. LA GRAN CRUZ DE HIERO DE MAS DE JACINTO (RINCÓN DE ADEMUZ)

LA CRUZ  DEL  MAS
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Al tio Tomás de Torrealta le llamaban de apodo el “Cagaostias”. Mal hablado y blasfemo, a menudo envolvía a todos los santos con el fiemo de su boca. De todos los pecados e imprecaciones que destilaba cuando se le torcía el genio, el más genuino era el que hacía referencia a la Cruz del Mas. Se sobrentiende que se refería a Mas de Jacinto, población vecina a su lugar de residencia permanente desde que naciera, allá por los años 25 del pasado siglo, hasta su reciente fallecimiento en el hospital de Teruel.
Hasta pasada la Guerra Civil (36-39) la cruz había permanecido sobre el puntal que corona el caserío. Era una cruz alta y esbelta, de líneas rectas y sin molduras ni adorno alguno. Según un relato cierto, estaba hecha a base de forja sobre el yunque de alguna fragua del valle. Su antigüedad nadie podía precisar  pero se estaba  seguro de que se remontaba más allá de la memoria humana.  Clavada en el monte sobre una base de cemento su altura sobrepasaba cuatro tallas humanas (unos 7 metros). La Cruz del Mas siempre fue un misterio para sus vecinos y nunca supieron la razón de sus existencia. Unos aventuraban que procedía de la época de los moros y otros, los menos, de los primeros años de la cristianización de la península. Urbano, el cura rojo de Castielfabib, señaló en el sermón de un 29 de enero, día de san Valero, que la cruz procedía de los tiempos de la persecución de Diocleciano y que señalaba el paso por el lugar de los dos santos, Vicente y Valero camino de Valencia. Esta teoría no está confirmada ni aclarada por los historiadores ni por los eruditos y, por lo tanto, debemos tomarla con  las debidas precauciones.
A la muerte de Tomás sus familiares revolvieron en armarios, alacenas y arcones en busca de objetos y materiales que tuvieran alguna utilidad con el fin de hacer limpieza y arreglar una caserón que se hundía ya, por los cuatro costados. Finalmente subieron a las cambras y allí encontraron un arcón forrado con pieles de cabra, tachonado con clavos dorados, aunque ya rumientos y, mostrando en su frente, tres cerrojos con tres llaveras. Como fue imposible encontrar las llaves para su apertura, se procedió a forzar las cerraduras haciendo uso de una palanca. Abierto el arcón iniciaron de forma ordenada a revisar su contenido. A primera vista no había más que legajos antiguos, pergaminos con una letra gótica espesa y, en muchos casos, borrada por las filtraciones del agua y de los muchos años de abandono.
Se barruntaron que todos aquellos legajos podrían formar una miscelánea con estructura de libro a la que tan aficionados eran, según se sabía desde antiguo, los Marcilla. Decidieron pedir ayuda a un historiador originario del Rincón de Ademuz y experto en Diplomática para que les sacara de sus dudas. Así lo hicieron y, tras sesudos estudios, el experto puso algo de luz en aquel marasmo de hojas de pergamino emborronado y comido por las ratas. 
Una parte de los documentos hablaba, efectivamente, de la Cruz del Mas y de algunas de sus peculiaridades. Una cruz que en algunas ocasiones, era amada por los vecinos del valle y que, en tantas otras ocasiones, era odiada. Un signo soberbio y sobrenatural sobre cuya verdadera naturaleza nada se aclaraba allí. Sin embargo, los documentos eran abundantes a la hora se señalar los momentos en que la cruz había “hablado” a través de manifestaciones y de signos sobrenaturales.
Uno de los últimos legajos almacenado y de más reciente escritura, al parecer, había salido de la mano de Tomás, propietario de la casa y continuador de la saga familiar desde que los Marcilla establecieran su señorío en aquel imponente caserón. Decía el documento que, sobre el día 14 de abril de 1931, la cruz tomó un color rojo, como el fuego o como la sangre. Sin embargo, señalaba que para el día 18 de julio de 1936, el color que tomó fue azul. Las gentes del valle, dedicadas en aquellos tiempos a sus labores agrícolas y ganaderas no supieron interpretar el significado de tales signos. Sin embargo, Tomás los dejó anotados, tal como habían hecho hasta la fecha sus antecesores.
            Observó, el agudo historiador, que los documentos se encontraban fechados entre los años 1321 y 1957, lo cual constituía un dato, de momento sorprendente, pero carente de significado alguno. Al principio no supo la razón de fechas tan rotundas ni la causa de la aparición de los relatos alucinantes y mistéricos sobre aquella singular cruz. Hubo que repasar la historia de la zona circunscrita a la cruz desde Valencia hasta Guadalaviar y los acontecimientos más relevantes acaecidos para, al hilo de los sucesos, ir compaginando fechas de la historia general con la datación fehaciente de manifestaciones extraordinarias en torno a la cruz.
Los primeros textos estaban redactados en romance aragonés, tal como solían hacerlos los Marcilla. Se hizo fotocopia de los manuscritos y se remitieron a Conrado Guardiola. No cabía duda, apuntó con rotundidad, los textos eran de principios del siglo XIV. En ellos se hablaba de sucesos extraordinarios, de luces nocturnas en torno al tozal donde apareció más tarde el signo o señal. Resplandores, auroras boreales, lluvias de estrellas y tormentas con gran aparato de rayos tuvieron a la población consternada. Días después de la misteriosa aparición de la gran cruz, el cielo se desplomó sobre las cabezas de aquellos primitivos pobladores cristianos. Las barranqueras bajaron crecidas tras la lluvia y el río arrastró animales, plantas, árboles y casas. Muchos hombres morían y eran arrastrados por las aguas que de vez en cuando hacían torbellinos y se engullían todo lo que encontraban en su perímetro. Sonaron las campanas en todo el valle y ante la percepción clara de la llegada del fin del mundo los hombres y las mujeres hacían ayuno, tomaban confesión, expiaban sus pecados y daban todo lo que tenían para los pobres. Al tercer día de la aparición rotunda sobre la cima del caserío, de la que luego se llamaría Cruz del Mas, los cielos se despejaron y las aguas fueron bajando poco a poco su caudal. Vino la calma y hubo que recomponer haciendas y ganados. Sólo la Cruz quedó clavada allí sin cimientos, para siempre. Como si su raíz saliera del fondo de la tierra y como signo de que lo sucedido no era una fantasía, una creación anómala de la mente humana, un espejismo contado por locos.
Pasaron los tiempos y la cruz volvió a manifestarse en numerosas ocasiones, siempre en circunstancias terribles para los habitantes del valle del Turia. Quisieron los Marcilla trasladar la cruz hasta Torrealta excavando en su base, pero desistieron al no encontrar los alizaces o fundamentos de la misma y, tras cavar cientos de metros de profundidad. Las últimas anotaciones (de mediados del siglo XX) señalan que la cruz estaba clavada en una base de cemento, sin embargo, ello se debe a una actuación humana sobre la misma consecuencia de lo señalado anteriormente.
Se tiene constancia de la desaparición misteriosa del signo o señal sagrado de la cima del Mas de Jacinto en fechas que comprenden entre el 14 y el 17 de octubre del año 1957. Una datación tan explícita es fácil de comprender si tenemos en cuenta los sucesos de esos días. Para los días 14 y 15 de ese mes y año, tuvo lugar la última y gran riada del río Turia y sus desastrosas consecuencias en la ciudad de Valencia.
Los documentos no son muy explícitos con referencia a la forma en que desapareció esta gran cruz o signo celestial que anunciaba o predecía grandes catástrofes en el valle del Turia. Son, por otra parte, frecuentes los signos y señales divinas que a lo largo del valle del Guadalaviar o Turia han existido o se han documentado. En la misma ciudad de Teruel, la divinidad se hizo presente en fechas muy próximas al inicio de este soberbio suceso (siglo XIV), con la aparición del Cristo de las Tres Manos sobre las aguas revueltas y torrencialmente desbordadas del mismo río al comienzo de su nombre. Finalmente, sí que hace mención el documento a un extraordinario estertor o terremoto de la tierra tras el ocaso del día 17 de octubre. La tierra gimió (señala un escrito que parece salido de la mano del tio Tomás) como un parturienta y sus lamentos fueron escuchados, por un instante, desde las cimas de los montes Javalambre y Peñarroya. Las entrañas de la montaña se desgarraron y se fagocitaron en un instante la gran cruz. Luego la herida se cerró y la tierra y sus gentes permanecieron en silencio hasta hoy día.
 No sabemos, ni lo dice el documento, si su desaparición se debe a que no están previstas catástrofes en un tiempo inmediato o, por el contrario, se debe a la incredulidad del hombre, a su falta de fe, al inicio del imperio de la razón y del relativismo.
Mas de Jacinto
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Mas de Jacinto
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Torre palacio de los Marcilla en Torrealta.
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29 de enero
San Valero (rosconero)
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