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miércoles, 21 de enero de 2015

Enero2015/Miscelánea. FIZETA Y ZUMBADOR (CUENTOS PARA MIS NIETOS)

FIZETA Y ZUMBADOR
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Érase una vez...
Los montes de la serranía turolense habían nacido aquella primavera, aterciopelados. Eran un manto verde sobre el que crecían numerosas aromáticas y se extendía hasta más allá de donde alcanzaba la vista. Flores y más flores de vivísimos colores atraían y se estrellaban contra los ojos compuestos y el olfato megaoloroso, de las abejas. El enjambre, colgado en la rama de un árbol, estaba en plena ebullición y los vuelos rasantes atravesaban Sollavientos una y mil veces en busca de néctar dulce y del agua pura del Alfambra. Fizeta era una abeja exploradora que, lo mismo llegaba a Santa Isabel, que trasponía los montes hasta Santa Quiteria. Luego, a la vuelta y tras atravesar la carretera, llegaba frente al panal y realizaba, a la vista de las demás obreras, numerosos vuelos acrobáticos con los que señalar los más ricos rincones plagados de prados en flor.
La abeja reina le asignó de escolta a Zumbador, un zángano joven y apuesto. Si todo iba bien y la producción era aquel año abundante,  podría dividirse la población de obreras y ella sería la nueva reina resultante. Partieron pues, aquella dulce y cálida mañana de mayo en dirección a Santa Quiteria. Zumbador, siempre atento a las indicaciones de Fizeta, entró dentro del templo por el orificio de la cerradura. Tras él, penetró su compañera, y los dos se acercaron curiosos hasta el altar. Una luz resplandecía entre las oscuras paredes del pequeño templo.  La causa del asombroso espectáculo luminoso era una vela compuesta por la cera que envolvía una mecha de fibra animal. Fizeta analizó bien el fenómeno y pensó que aquello era digno de ser conocido por todo el enjambre y, desde luego, por la Reina Madre.
La Reina Madre asintió. Ella conocía bien el fenómeno y sabía que en numerosos templos de todo el orbe, los dioses, eran ofrendados con el consumo de las velas confeccionadas  con el trabajo de las humildes abejas. Los hombres nos utilizan y obtiene pingues beneficios de nuestro trabajo, esclavizándonos y sin que nosotras obtengamos nada a cambio. Esta situación de total injusticia debe cambiar. La Reina Madre encargó pues, a Fizeta y Zumbador, la misión más arriesgada jamás ejecutada por ningún insecto en el planeta Tierra.
Aquella noche, aprovechando la luna llena, volaron hacia el cielo, hacia lo más alto, en busca de la verdadera Morada Divina. A la hora del Ángelus del siguiente día, con el sol en su cenit, Fizeta  primero y Zumbador de escolta, ya habrían sobrepasado la altura del sol en varios millones de kilómetros terrestres. El peligro de ser abrasados había pasado, ahora se dirigían, felices, en busca del Creador de todas las cosas. Llegados a la cancela de la Morada Celestial, Zumbador inició sus sonoros vuelos e inmediatamente apareció San Pedro que portando una descomunal llave, abrió la puerta y les hizo adentrarse en aquel fantástico y florido jardín.
Se presentaron ante el Señor de las barbas blancas: Yo soy Fizeta, del panal de Sollavientos (provincia de Teruel) y este es Zumbador, zángano guardián del mismo panal. Venimos en misión especial enviados por nuestra Reina Madre. Hemos comprobado que con nuestro trabajo, que con la elaboración de esta cera que tan fatigosamente obtenemos, se rinde el más grande de los tributos al Padre Celestial que sois Vos. A cambio de nuestro trabajo pedimos dos cosas. Primera, vivir en un palacio de oro y, segunda, que para poder defendernos de los humanos, al clavarles nuestro aguijón mueran inmediatamente.
Llamó entonces el Creador a Salomón, famoso en el firmamento celeste por sus juicios y por sus salmos. Seguidamente le ordenó que dictara una sentencia de acuerdo a las circunstancias que claramente se advertían en las peticiones de los mensajeros. Así lo hizo el rey Salomón y, metiendo su contenido en un sobre cerrado y lacrado con cera de las abejas, mandó a los dos emisarios de retorno al planeta Tierra. Id y entregar este mensaje a la Reina Madre del parte del Creador de todas las cosas.
De vuelta al panal de Sollavientos, los emisarios fueron recibidos con grandes vuelos de aclamación y fueron, sin lugar a dudas, considerados y tratados como verdaderos héroes. Nadie, jamás, había hecho un viaje de tan extraordinarias proporciones.
Abrió la Reina Madre el sobre y leyó, primero en silencio e interiorizando el contenido de aquella letra, espesa y gótica, salida de la mano del rey Salomón. Luego ya, ante la mirada atónita de obreras y zánganos leyó:
Estas peticiones que hasta mi habéis hecho llegar  salen de un punto de orgullo y arrogancia ajeno a vuestra naturaleza. Habéis olvidado que la admiración que por vosotras sienten todos los seres nace de la solidaridad y de la humildad de vuestro trabajo. Que sois ejemplo de un trabajo cooperativo y anónimo. Así pues, mi sentencia inapelable es la siguiente.
A la primera petición: De ahora en adelante viviréis en arnales hechos con barro, cañas y excrementos de animales.
A la segunda petición: Sabéis que el hombre es la obra más felizmente ejecutada por mi mano, que está hecho a mi imagen y semejanza. Por ello cuando vuestro aguijón se clave en un ser humano, seréis vosotras los que moriréis.
Cúmplase la sentencia.
Un silencio espeso y frió recorrió toda la estructura del panal. La Reina Madre aseguró que había comprendido el mensaje divino y que no quedaba más que aceptarlo con humildad. Desde entonces, las abejar son más queridas por el hombre y continúan en la tarea, siempre inacabada, de acompañar a éste en sus oraciones, en todas y cada una de las partes del planeta.
Y colorín colorado….
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