A JOSEFA GASCA
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No supo esperar a que los
almendros florecieran. Ni siquiera trató de aguardar a que los pámpanos brotaran para Santa Cruz y
que la tierna y sonrosada flor de la gabardera tintineara por el camino de
Santa Quiteria. Pudo incluso pensar, tal
vez soñar, con que las golondrinas hicieran de nuevo nido bajo los aleros de la
calle de la Cuesta o que en el callejón, de nuevo, las risas de los niños le
anunciaran nuevos amaneceres. La razón le llevó a hacer proyectos factibles,
próximos en el tiempo, creíbles.
¡Volveremos al pueblo! dijo un día. Y
Armando, tomó su voz con el cuidado con el que se apresa una luciérnaga cuando
en la noche hay luna nueva. Luego, pausadamente, tendió el deseo en los hilos
de la luz y caminó sin medida tras los atardeceres rojos de la sierra de
Algairén. Jamás podrá la noche matar la luz del día, ni el olvido ocultar los
alegres y festivos recuerdos de los días de infancia en las Espeñas. El agua
cantarina de la fuente sigue fluyendo y esperado tu llegada con el cántaro de
niña. Los yunques suenan y los repiques del hierro contra el hierro te llaman.
Los días de vendimia, cansados y amarillos, aún laten, y de los viejos trujales
de la villa salen voces y rumores inciertos. ¡Ha muerto Josefina!...¡Josefina,
ha muerto! Y como un eco increíble lo repiten mil veces la campanas, desde la
iglesia, hasta Santa Cruz. Las mujeres
se persignan y aclaman su memoria: era toda bondad, una mujer buena. Engendró a
su parvada, alimentó a sus crías y Dios, antes de llamarla, le concedió el
deseo de conocer a sus biznietos. Es
poco o es mucho el tiempo que gozamos en la tierra. Siempre parece poco y
querríamos alargar nuestra estancia para seguir protegiendo a los nuestros.
Pero Dios que es muy sabio, un día dice: PUNTO,
Josefina, ya has vivido bastante. Es preciso que subas por la escala
infinita, hasta el hogar celeste donde
hallarás las viñas que a partir de ahora deberás cultivar. Despídete
tranquila, que yo sabré cuidar lo que en la tierra dejas.
MURIÓ EN ZARAGOZA
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