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CUENTOS DEL ALTIPLANO TUROLENSE
(El misterio de los trigos blancos)
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A la salida de la escuela solían, los
zagales, hacer sus juegos en la plaza durante el invierno. Justo hasta el
momento en que sus padres les llamaban para hacer alguna faena en la casa o en
la majada. Había un momento crítico y era ese en el que llegaban los pastores al pueblo con los ganados y había,
forzosamente, que “estajar”. Con la cartera y las ocho o diez ovejas que salían
de la vecera o dula particular, marchaba el zagal para casa sin apenas despedirse
de los amigos. El resto de la zagalería seguía inmutable con sus juegos hasta
que llegaba su atajo.
Para estas fechas además de los
juegos se estaba atento a otra actividad llamémosle mágica. Se trataba de coger
unas macetas o parterres de la iglesia y llenarlas de tierra mezclada con
ciemo. Se sembraba en ellas trigo o cebada y se metían en una bodega o en un
armario oscuro. Para cuando llegaba Semana Santa y se hacía el Monumento, el
cereal había tallado y al no tener luz, pues claro, no había hecho la función clorofílica.
A tal efecto los tallos eran rectos uniformes y blancos. Cuando bajábamos a la
bodega para coger las macetas y llevarlas a la iglesia, teníamos la sensación
de que algo maravilloso había sucedido, aquellos granos de trigo habían dado
unos tallos blancos que contrastaban con los que se veían en los campos del
Altiplano. ¿Sería aquello Milagro? o, por el contrario, ¿Qué clase de prodigio
había sucedido para que nacieran esos “florones” plateados?
Total que, para la Pascua, íbamos dándole
vueltas a la cabeza y era tema de conversación diaria con los amigos del lugar.
Nace así el trigo, decía uno…, porque lo hace Dios. No, es al contrario, lo ha
hecho el Diablo porque no quiere que eso trigos sean como los del campo y, que
nos da Dios, para comer. Es cosa de brujas, decía un tercero. Pues mi abuelo
dice que es cosa de duendes. El fin, que las opiniones que se aventuraban eran
de lo más variado. A muchos nos crecía la duda, cada vez más, sobre la
naturaleza del suceso.
Manuel Martín Sánchez (MMS) era un
amigo del lugar que estaba seriamente preocupado con la naturaleza del suceso
al no haber nadie capaz de explicarnos el fenómeno. El maestro de la escuela, que era maestro por ser mutilado de guerra y apenas sabía leer y escribir,
tampoco dio con la solución. En tal caso lo achacó, de forma contundente y
cortando la pregunta del muchacho, al Poder Divino y con eso quedaba la
cuestión resuelta.
Pero, MMS quería saber más, quería
saber la verdad, cuál era la razón última de aquel suceso tan extraordinario.
Para nosotros, un suceso extraordinario era que pariera una oveja o una vaca…
¡Extraordinario sí, pero tangible y predecible! Sin embargo, aquello de las
matas de trigo blanco no estaba nada claro.
No sé… no sé…, decía a menudo MMS rascándose
la cabeza. Tengo que encontrar la
respuesta a esta cuestión. Así que pito y bien mandado, un año para San Antón
decidió que él iba a descubrir el misterio de los trigos blancos.
Aquella mañana le dijo a su madre, ¡mamá escucha!,
que me voy a casa de los tíos de la masada de Santa Ana, así que no me esperes
en dos o tres días. Sin decir nada a nadie cogió del arcón del pan una torta de
cañamones y se la ató a la cabeza con un paño húmedo de la cocina de su madre.
A renglón seguido se metió en la bodega y se sentó muy quieto junto a las
macetas que su madre había preparado ya para el Monumento.
Su madre estaba tan tranquila, pues
al mocete le gustaba a rabiar ir con su tío a la masada y, a la vez, ella descansaba
pues no paraba nunca de hacer preguntas, el zagal era un sinvivir.
A los tres días justos apareció por
casa el tío de la masada Santa Ana y nada más entrar preguntó a la madre por
MMS. La madre quedó petrificada. ¡Ahora sí que es buena! ¡¿Dónde está mi hijo?!
Llamaron a los vecinos, a los amigos,
revolvieron “Roma con Santiago”, hasta que por fin entraron con una vela en la
bodega. Y, hete aquí, que hallaron al mozé sentada en un banco junto a las
macetas a punto de desmayarse, pues no había bebido agua ni había comido cosa
en tres días.
El zagal parecía un Ecce Homo con la
cabeza ladeada de tanto cansancio y sobre la torta le había creció una seta
azul.
La madre que lo vio de esa guisa no
sabía si reír o llorar. Por una parte su alegría era inmensa al haber
encontrado al hijo pero, por otra parte le habría partido la cara.
Cuando se corrió por el lugar la
noticia de lo ocurrido, MMS, estuvo una semana sin salir de casa esperando que
el ruido de los comentarios y de las burlas, se apagaran un poco. Nunca se
apagaron del todo pues, desde ese momento en adelante, tuvo por mote: SETA AZUL.
Y es que en los pueblos todos
teníamos mote, por una u otra circunstancia. En numerosas ocasiones el mote era
heredado.
MMS se ganó con esta estrepitosa hazaña, aquel apodo, que habría de determinarlo para toda su vida. Pero, para las gentes del lugar había nacido otro nuevo misterio. Cómo era posible el nacimiento de aquella hermosa seta azul. Tallos de trigo blanco y... una seta azul... ¡Seguro, debía de ser cosa del Diablo!
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Con función clorofílica
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