LÁGRIMAS MUDÉJARES
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De lágrima fácil. Ya se lo decía
Diego desde que eran unos críos y jugaban en la placeta de San Miguel. Isabel,
por cualquier cosa te “impresionas”. Cuando fueron mayores él, un día le dijo,
temen los débiles, los pusilánimes. Volveré rico y poderoso. Por nada debes de
preocuparte.
Aquel año lo había conseguido. Iba a
representar la figura de la mítica Isabel
en las Bodas y eso, para ella, era a lo máximo que podía aspirar en esta
vida. El día que le dieron el papel estuvo llorando toda la tarde. No había
consuelo posible. Sus amigas se burlaron un poco… si sigues así, será imposible
que interpretes tu papel con dignidad, le dijeron. Pero aquella primera explosión
de llanto no fue liberadora, por el contrario, fue preludio de otros síntomas
con los que se levantaba cada mañana. Una opresión asfixiante y angustiosa en
el pecho comenzó a invadirla y a
atormentarla. Fueron al médico y este no
pudo dar explicación cierta de los achaques. Reposo e infusiones. Conocía el
texto que iba a interpretar con tanta precisión que llegó a pensar que no era un relato de ficción… era el relato de
su vida. Pasaban los días y no había mejora. En sus arrebatos de llanto sus lágrimas
llegaron a tener un color sonrosado y sus padres, ahora, llegaron a preocuparse
de verdad. Lágrimas mudéjares, decían sus amigas. Es amor de verdad lo que
siente. Pensaron en llamar a Diego, su novio, que estaba haciendo un Máster en
EEUU. Pero no, se dijeron, seguro que en unos días se
repone. Isabel, sin embargo, no se reponía. Cada día su angustia, su zozobra,
su estado emocional trasmitía más preocupación a su entorno. Llamaron a Diego.
Es preciso que vengas, Isabel no encuentra consuelo. Sus lágrimas ya son
sangre.
Llegó Diego a Teruel el mismo día en
que enterraban al de la leyenda y, sin siquiera poder dejar el equipaje, se
situó con el público en la plaza de la Catedral a ver el final del drama. La
vio parar y por su estado de ánimo no se atrevió a decirle nada. Pensó que
aquel rostro desencajado respondía a la necesaria acción dramática. Pero, algo…
una intuición… un presentimiento… una idea loca le decía que algo trascendental
iba a suceder aquella mañana en Teruel. Y por fin… tras minutos angustiosos,
vio Diego como Isabel daba el último beso a su amado. Sintió repentinamente
celos por no ser él el que yacía en el catafalco. Pero luego se asustó. Comenzaron a temblarle las piernas. Isabel no
se retiraba… ¡No era posible! Y un estruendoso grito sonó entre las paredes que
rodean la recoleta plaza: ¡NOOOOOOOOOO!
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