ESPERANDO A CHOMSKY JUNTO AL JILOCA
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Soy natural de un pueblo de esos
que molestan al hacer un mapa, no sabes donde ponerlo porque queda en una
esquina. Por ello ha pertenecido administrativamente a varias cabeceras:
Albarracín, Calamocha y Teruel. Las aguas de este pueblo no abocan a ninguna
cuenca pues tiene una laguna (endorreica) donde se guardaban desde hace
milenios. Ya existía esta población para la Edad de Hierro, pero sin que dicha
Edad lo supiera. Tal es así que, en previsión de posibles conflictos
posteriores al nacimiento de Chomsky, lo nativos decidieron enterrar un vaso en
forma de campana (campaniforme) que al encontrarlo los del Museo de Teruel
dijeron: ¡Anda, un vaso campaniforme! Bueno pues, yo nací en este lugar
innombrable e inclasificable sin saber a que comarca pertenecía el pueblo ni yo.
Pero llegó el siglo XX y nombraron a Isidoro Esteban Presidente de la
Diputación Provincial de Teruel. Al visitar el lugar les inquirió, Isidoro, con
tono solemne… ¿Qué queréis los de Almohaja? Y el eco de tan rotunda pregunta
llegó hasta San Ginés difuminándose en ...Aja…aja…aja…aja. Sin dudarlo un instante contestaron, señor:
desde el siglo XIX llevamos pidiendo que se deseque la laguna pues no sabemos a
que comarca natural pertenecemos, ya que nunca hemos visto el discurrir de su caudal fuera de sus bordes. Hágase, pues, dijo Isidoro con la solemnidad de un Moisés. Entonces supimos
que las aguas de Almohaja van al Jiloca pero, para complicar aún más las cosas, José
Ángel Biel se empeñó en que el pueblo debería estar adscrito a la comarca de
Teruel. Nací pues, en Almohaja, y al año de vida me bajé a la estación Minera
de Cella. Allá, para los dos años, empecé a hablar y a los tres ya le pude
preguntar a mi padre si existía Dios. Me miró muy reflexivamente y me dijo,
cuando leas a Chomsky lo sabrás… Estas palabras llenas de misterio me han
traído siempre preocupado. Así que, desde niño, empecé a buscar libros de
Chomsky, pero como estábamos en el franquismo no pude leer ninguno. Tuvo que
ser, por fin, la bibliotecaria de Aliaga quien me proporcionara el primer
artículo de Noam el día en que Tejero daba su golpe de Estado. Pero esto es
adelantar mucho los acontecimientos.
En las extensas llanuras de Cella junto a la estación de la CMSM, cegado por el polvo del mineral de hierro de Ojos Negros que esparcían los convoyes del Señor, Don Ramón de la Sota, empecé a conocer el
valle y su complicada hidrografía (jilos, lagunas, pozos artesianos...). La primera planta que descubrí fue el cáñamo
y quedé sorprendido de como en una tierra tan seca crecía una planta tan
frondosa y alta. Del cáñamo y su producción yo, como niño que era, pasaba por
completo. Mas avezado estaba cuando mi madre hacía para San Antón tortas de
cañamones. Eran aceitosas, de olor a horno caliente, rociadas de azúcar y de
las semillas del cáñamo espolvoreadas por toda su superficie. Luego conocí la
remolacha azucarera que también se cultivaba en secano. Esta remolacha se hervía y con el caldo dulce tras la cocción se hacía un sucedáneo de café con cebada tostada. También era común la remolacha forrajera, de mayor tamaño por cultivarse en huerta, y dedicada casi exclusivamente a alimento para los animales. A
partir de ahí, la diosa Ceres, me fue mostrando todo cuanto en este amplio
valle cultiva el hombre desde los más remotos tiempos.
Pasé, luego, varios años de mi vida
buscando a Chomsky en la capital de la provincia. No había forma de
encontrarlo. Pese a mi insistencia y a mi amistad con el director de la
Biblioteca Pública de Teruel, un tal Carlos Luis de la Vega y Luque, todas las pesquisas
resultaron fallidas. Así pues, pensaba en si mi padre no habría tratado de
confundirme, o quizá se había equivocado al pronunciar un nombre tan singular
para nuestra cultura (Noam Chomsky).
Volví, pasados los años, al
Jiloca con una fe en Dios cada vez más endeble y un ansia que se hacía, día a
día, más feroz por encontrar a Noam. En
vano fueron las excursiones con Zapatones hasta la Matilla o subir a Peracense.
Nada podía distraer mi atención focalizada, como un obseso, en este misterioso
personaje que se me representaba como un nuevo Mesías y en cuyo conocimiento
tenía puestas todas mis esperanzas. Durante mi estancia en Villafranca del
Campo conocí la publicación de la revista Xiloca. Traté de contactar con este
grupo de intelectuales por si ellos podían echar agua fría al hierro candente
de mi frustración chomskyana.
En Villafranca me dijeron que el
río, tras su renazedura en los Ojos, se hacía más y más fértil. Viaje pues
allende Monreal buscando nuevos frutos. Para entonces la remolacha estaba en
proceso de extinción y se anunciaba el cierre de la fábrica azucarera de Santa
Eulalia. El golpe dado a la producción de esta raíz fue fatídico para el resto
de cultivos sociales asociados. El azafrán empezó a decaer pues la mano de obra
emigró y se puso en venta colorantes artificiales más del gusto de una sociedad
que se hacia cada día más urbana y refinada. Se inició el monocultivo del
cereal y de forrajes, en la vega, para el ganado...
Fui llegando hasta el límite
provincial siguiendo el cauce del río y, por fin, di con San Martín del Río.
Para entonces ya vivía en el lugar el actual párroco, el mismo que ahora no me
recordaba. Por aquí, el río, ya es el río de la fruta. En los secanos
almendros, cerezos, melocotoneros, cereal… En la vega la famosa manzana
Reineta, esa que gustaba tanto a la castiza y fogosa reina Isabel II de España. Pero junto a las
manzanas, las peras y los higos, el cultivo de la vid dio lugar a una
alcoholera y más tardíamente a una cooperativa. Paseando por el pueblo verá, el
viajero, restos de tiempos de mayor esplendor en escudos y casas señoriales. Un
patrimonio religioso importante o muy importante que debe ser protegido a toda
costa.
La cosa era previsible conforme
la economía se fue internacionalizando.
¿Quién les iba a decir a los de San Martín que en la puerta de su casa
se vendería uva de Chile? Su Cribatinaja ya no tiene salida y su vino no puede
competir con las grandes zonas vitivinícolas, así que, los agricultores, han
vendido sus “derechos sobre la vid” y con ello la situación es irreversible.
Apenas queda el recuerdo de las cerezas de San Martín, tan sabrosas, y de su afrutado
vino…
Poco a poco fui comprendiendo el
declive de extensas áreas geográficas de nuestra provincia, la formación de
monopolios comerciales y la desertización de nuestro territorio. Así como el
agricultor ha tenido que pasarse al sector turístico y servir de espectáculo jotero,
Chomsky (ese judío rebelde como antaño lo fuera Jesús) ha dejado la filología y,
ahora, es un destacado líder ANTICAPITALISTA. Pero a mi, personalmente, lo que más me ha "cuajado" es la frase pronunciada por un hombre del campo (un jilocano) que al meditar sobre esta tierra y su incierto futuro exclamo: "¡¡TIENE QUE HABER UN DIOOOS!!" Y fue una exclamación, mezcla, de plegaria y blasfemia.
La tarde empezó a caer sobre San
Martín del Río con su caserío recostado sobre la hermosa y fértil vega. Yo seguía dormido/durmiendo con terribles pesadillas, debajo de la sombra
de una higuera. Esther (mi compañera) me despertó resolutiva: ¡"Vámonos ya para Teruel, que se
hace tarde"!
Si, buana, dije yo por lo bajinis….
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Edificio del reinado de Carlos III
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Museo del vino.
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Cerezos en secano.
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Vega del Jiloca.
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