Era día, 7 de septiembre y Daniela cumplía 7 años. Su abuela le compró una tarta y una vela con la forma del número de años que cumplía, que es un número mágico. Tras la comida de los cebrianes en el restaurante de Ramiro, en Peracense, la abuela sacó la tarta de cumpleaños y colocó sobre ella la vela.
Sucedió entonces que nadie llevaba encendedor ni cerillas con que prender la vela de la tarta. Tampoco, nadie en el restaurante tenía con que prender fuego. De pronto el padre de Daniela, Papá Cerilla, sacó del bolsillo una caja tallada en madera y dorada con pan de oro. No se..., dijo, nunca la he utilizado... la compré en una feria y me dijeron que las cerillas eran mágicas. Sin embargo, no se cuál es su efecto y si, en verdad, produce alguno. En cualquiera de los casos era preciso continuar pues, Daniela, ya tenía los monfletes de la cara inflados de aire y su abuela estaba preparada para cantar la cancioncilla típica y aplaudir.
Por fin Papá Cerilla encendió la vela, todos cantamos la canción y Daniela: sopló y sopló.....
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Sopló tan fuerte que la llama fue a parar a la cabeza de Papá Cerilla ante el asombro y estupor de todos los asistentes. Daniela, como si de un juego divertido se tratara, en un instante, fue a coger la llama de la cabeza de su padre. Pero la llama se desvaneció por arte de magia. ¡Es mágica!, dijo Daniela dado botes de alegría. ¡Yaya, las cerillas son mágicas! Repitió alborozada.
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Pensó Daniela que ahora la llama se desvanecería definitivamente y volvió a soplar sobre la vela que había encendido Papá Cerilla con otro mixto mágico, de la caja mágica. Sopló, ahora, un poquito más fuerte...
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Y la llama se dividió en dos y fue a posarse en las cabezas de Mamá Cerilla y de Abuela Cerilla que estaban a su espalda. Daniela quedó de nuevo asombrada y pensó que el poder de aquellas cerillas era inagotable. ¡Papá, papá! Vuelve a encender de nuevo, esto es muy divertido...
Pero Papá Cerilla vio, al sacar de nuevo la caja, que ésta tenía una inscripción en un lateral que decía: Fosforos del Pirineo. No puede ser la caja, se dijo, ni tampoco las cerillas pues son de lo más corriente.
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Volvió Papá Cerilla a encender la vela por tercera vez y volvió Daniela a soplarla, ahora, con más fuerza y aire que la primera y la segunda vez. Sopló...y sopló.... .
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Y la llama se multiplicó por seis y se posó en la cabeza de Tío Cerilla. Todos contaron y, efectivamente, eran seis las llamas que se habían posado en su cabeza.
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Papá Cerilla que a estas alturas ya había comprendido el misterio de las supuestas cerillas mágicas, dijo a su hija Daniela, encendiendo de nuevo la vela. Ahora hija: sopla con todas tus fuerzas, ¡sopla con fuerza siete! Y Daniela, llenando los carrillos de aire como dos enormes y aterciopelados globos: sopló... y sopló... y sopló.... y sopló.
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Y el restaurante Casa Ramiro se convirtió en un Pentecostés. Todas las cabezas de los comensales se cubrieron con llamas de fuego. La sabiduría llenó sus mentes y se produjo el fenómeno paranormal de la xenoglosia.
No es que las cerillas sean mágicas, dijo abuelo Rubén, reflexionando sobre lo acaecido. Lo que sucede es que el verdadero conocimiento está en las cosas sencillas y en la limpieza de espíritu, dones que sólo poseen los niños.
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