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NOVELA
La nave de los locos, 1925.
La acción se
desenvuelve durante la Primera Guerra Carlista.
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DESCRIPCIÓN DE LA
CIUDAD DE ALBARRACÍN POR EL FAMOSO NOVELISTA
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IV
EL TEJEDOR DE
ALBARRACÍN
A la vuelta de un camino,
Alvarito divisó Albarracín a lo lejos, sobre cerros blancos y amarillentos, en
un cielo azul, tachonado de nubes como bloques de mármol.
Cuando Álvaro vio Albarracín
desde larga distancia, le dio la impresión
de que debía de ser ciudad importante y grande.
Pararon en una posada de las
afueras y Álvaro se lanzó a subir por la principal calle de Albarracín, y se
encontró, con sorpresa, con un pueblo vacío. Era día de fiesta, Jueves Santo;
no se veía un alma por ninguna parte.
Pensó si la gente se hallaría en
la iglesia; pero, no; en la ancha nave habría quince o veinte personas en
conjunto; entre ellas un vendedor de carracas, con una especie de percha en la
mano izquierda y en la derecha una carraca grande.
Llegó a la parte alta de la
ciudad, donde se terminaban las casas. Aquel pueblo trágico, fantasmático,
erguido en un cerro, con aire de ciudad importante, con catedral y sin gente en
las calles, ni en las ventanas, ni en las puertas, le produjo enorme sorpresa.
Bajó de nuevo por la misma
cuesta, contemplando algunos miradores en las aristas de los edificios y las
rejas con sus adornos y sus clavos. Dos o tres mujeres, vestidas de fiesta, con
pañoletas de color, y tres o cuatro hombres, formaban en conjunto toda la
población vista por él en Albarracín.
Marchó a la posada, comió y en
compañía del Peinado, fue después a un café pequeño, en donde se reunían docena
y media de personas.”
VI
EL CAMPO
…. “Con el profesor, Álvaro
visitó los alrededores. Estos aledaños de Albarracín eran despoblados,
desnudos, de una terrible soledad.
El profesor mostró a Alvarito las
murallas de la ciudad antigua, y juntos recorrieron las colinas de peña caliza
por donde pasa el Guadalaviar desde las sierras Idúbedas.
Todo aquel campo tenía un aire
desolado como pocos; era una tierra de anarquismo cósmico, bronca y
maravillosa; un paisaje para aventuras de caballeros andantes; despoblado,
desierto, sin aldeas, con barrancos dramáticos llenos de árboles, con cuevas
sugeridoras de monstruos y endriagos. La
tierra de las proximidades de Albarracín, según dijo el profesor, se iba
haciendo cada vez más fría, sin saber por qué, y la viña desaparecía
paulatinamente de los contornos. Unos días después, el señor Golfín y Álvaro se
alejaron de la ciudad, hacia el país de los madereros. Allí no se notaba, ni la
guerra ni la paz, porque aquello parecía un lugar desierto y abandonado.”