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miércoles, 17 de septiembre de 2014

Septiembre2014/Miscelánea. LA IGLESIA DE VALACLOCHE ESTÁ DEDICADA A LA VIRGEN DE LORETO

MISINA ENTRA EN CELO BAJO EL CORO DE LA IGLESIA DE VALACLOCHE
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Faltaban cuatro días para la llegada del otoño y Misina todavía sondormía al calorcillo de los últimos rayos del sol de verano. Enroscada, sobre un suelo de cemento blanco, dejaba pasar la tarde con los ojos cerrados y la tranquila quietud que da, ser gata en Valacloche. Encima de su cabeza, una tupida parra llena de racimos de uva proyectaba una sombra, más que espesa, sobre su brillante y acicalado pelo blanco grisáceo. Los pájaros revoloteaban, ahora que no rondaban los amos, por entre los sarmientos y las hojas verdes de la vid buscando granos de uva, tan morados como dulces. De vez en cuando pasaba el molesto ruido de un motor de coche o, quizás, los pasos inciertos de algún caminante serrano. Eran pasajeros del verano venidos de las costas levantinas hasta el verdor y la frescura de este valle azul, dulce y aterciopelado.
Tras cumplir los 11 años de vida Misina se hacía, poco apoco, más reflexiva, opaca y silenciosa. Prefería las zalamerías y la comida de su ama al duro trabajo de cazar ratones por corrales, cambras y teñadas. También gustaba de los sitios frescos y, muy a menudo, acompañaba a su dueña a la iglesia. Unas veces para hacer la limpieza, pues era la beata del pueblo, y otras empero, para oír misa o recogerse en el hábito sempiterno de la oración, la meditación y el silencio, entre aquellos blanquecinos muros.
Misina había restregado miles de veces su lomo por las paredes de la nave central del templo y había contemplado, gracias a  la luz que se filtraba por los ventanales de la parte de levante, la magnífica estructura barroca de aquella construcción dieciochesca.  El templo era sólido, de una sola nave y Misina tenía en él, pocos espacios para ocultarse. A pesar de ello le gustaba subirse al coro en la parte trasera del templo, donde no era molestada y podía pasar tardes enteras gratificando a su cuerpo sin hacer absolutamente nada. Otras veces se estiraba a sus anchas debajo de la pila del baptisterio a la espera de algún roedor despistado pero, como siempre, con poco entusiasmo por la caza. No osaba nunca refugiarse en la sacristía, ya que el sacerdote se llevaba mal con los gatos, pese a que considerase su presencia vital para que los ratoncilos no le comieran las albas, las casullas, los roquetes, las capas, y menos los manteles, primorosamente bordados, de los altares.
A la torre la habían subido tan sólo una vez y fue para su desgracia. Ella, de su interior, conocía bien su estructura de cuatro cuerpos y los ventanales abiertos a San Pablo, que le daban esbeltez y altura. En el tercer cuerpo se alojaban las campanas y desde uno de sus ventanales, para fiestas, los mozos la habían arrojado sobre el fosal situado en la parte colindante. De tal día y tan fecha guarda amarga memoria y la pérdida segura de una de las siete vidas que suelen otorgarles los humanos a los felinos.
Misina había oído hablar de la brutalidad de estos mamíferos bípedos pues, contaban los humanos más viejos del lugar, que durante una guerra pasada habían quemado altares y santos de la iglesia junto a los archivos del pueblo.
Pasó aquella tarde un pasajero del verano, más tarde otro, y luego otros que formaban una familia venida de Cullera con apariencia de rango abolengo ajado por las crisis económicas sobrevenidas. Y estaba el valle en flor, y los huertos aromatizados con el perfume de las tomateras y los árboles frutales. Vio luego que debajo de una higuera un galán arrullaba a una dama y  allá, a lo lejos, adivinó a unos labriegos recogiendo la cosecha de patatas. Pensó Misina, a la vista de tan empalagosa escena amorosa, trasladar ruborizada sus felinas posaderas debajo de las hojas de una tupida noguera o quizá, todavía mejor, seguir a su ama que se dirigía a la iglesia. Allí, debajo del coro y abrazada por la quietud del desangelado templo, desplegó de nuevo un ronroneo tibio y empalagoso, como si de nuevo el mecanismo reproductivo de su menudo cuerpo entrara en celo.
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Cristo de Valacloche.
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