EQUINOCCIO DE OTOÑO
El otoño comienza oficialmente el día, 23 de septiembre del año 2014, a la 04 horas y 29 minutos.
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EL BOSQUE OSCURO
Dejó de creer en Dios y en el hombre. Le
decepcionaba la omnipotencia de uno y la constante torpeza del otro. Estaba convencido de que los
humanos anidaban desde siempre en este nicho de miseria infinita, por culpa de su empecinada
pulsión a repetir erróneamente conductas arcaicas, obsoletas… pero, sobre todo, por
desconfiar de la ciencia y fiar al destino la solución de sus problemas. Ellos
habían acabado con casi todas las especies que un día dieron equilibrio a una
naturaleza prodigiosa. Por ello, aquella primera mañana de otoño salió de su
casa dispuesto a sentir con los primeros rayos de sol el pálpito, bajo sus
pies, de una naturaleza que en pequeños espacios aún permanecía virgen. Tomó el
camino que atraviesa la frondosa vega y se envolvió en el aroma del pipirigallo
y el panizo. Recorrió los márgenes secos donde medraba el espliego, la gabarda, la zarza y la
ginestra. Atravesó los campos de rastrojeras que junto a las vides verdes y
frescas absorbían la luz de los rayos matutinos. Avanzó hasta los aspros
pinares donde habita el corzo y el ciervo. Desde la colina sus ojos reposaron
sobre enormes encinares vírgenes. Bebió agua de las fuentes y se alojó en
cuevas y parideras durante las noches. A veces, sentía el aullido de los lobos
sin que ello le causara temor. Poco a poco su piel se fue endureciendo, haciéndose
costra y escudo contra el dolor y el frío. Sus ojos se alargaron como la espiga y como el pez en un rostro reconvertido en dos mandíbulas prominentes que se
adelantaban más allá de sus manos, ahora garras que aprisionaban los guijarros
del campo con extraordinaria naturalidad y soltura. Su marcha se había vuelto onduleante como
la de un cauce de alta montaña y le había crecido una cola larga y fina que le
ayudaba en aquel movimiento ágil y sibilino. Sorteaba los riscos, se colaba por
las rendrijas y trepaba por las paredes verticales de los desfiladeros con
absoluta maña. Había alcanzado la potestad del reptil, pero todavía conservaba
el instinto predador del hombre. Con su lengua bífida cazaba todo tipo de
insectos y aunque su sabor, al principio le fuera desagradable, poco a poco se
fue acostumbrando.
Culminada la metamorfosis subió al pico más alto, a
la más alta atalaya de la cordillera, desde la que se divisaban lomas pobladas
de pino y carrasca y planicies moteadas de vides y cereal. Desde allí, desde lo
alto, quiso emitir desde su garganta el grito de rebeldía que había ido
cultivando y atesorando durante años y años de superdepredador. Quiso devolver la ira
contenida, saldar las cuentas, manifestar el reproche a la acción destructora
del hombre. Mas de su garganta apenas salió un leve silbido estrujado entre sus
mandíbulas y su lengua.
Giró entonces su cuerpo en dirección al poniente, apartó la mirada de
aquel paisaje que tan cotidiano le era y con un movimiento firme y seguro
inició el camino que le llevaría a perderse en el bosque oscuro del que no
saldría jamás.
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