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lunes, 8 de septiembre de 2014

Septiembre2014/Miscelánea. EL CRIMEN DE ALMOHAJA

EL CRIMEN DE ALMOHAJA
Los hechos que aquí se narran acaecieron en la década de los años cuarenta, del pasado siglo. Todavía hay en el lugar, memoria viva de los trágicos sucesos.
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Teodoro Báguena estaba recibiendo la extremaunción de manos del párroco del lugar en la alcoba de la Sala Grande de su casa de Almohaja. En el preciso instante en que el sacerdote le ungía con los Santos Óleos en los ojos, exclamó con un grito débil, lacrimógeno y primigenio: ¡"Enterradme con Ramona"! El sacerdote quedó parado y en suspenso por un momento. Entonces le inquirió, ¿qué dices hijo? ¿”Qué me quieres decir en este trance final de tus días”?... ¡"Qué yo maté a Ramona, padre"!... "Yo maté a mi hermanica"!...  ¡¡¡“YO LA MATÉ Y QUE DIOS ME PERDONE”!!!, dijo Teodoro con todas las fuerzas que aún permanecían en su menudo, débil y enfermizo cuerpo. Ante tan sorprendente confesión, el cura mandó llamar a Ignacio Anquela, a la sazón, Juez de Paz del lugar.
La vida transcurría con sosiego en el lugar. Los trenes de la Compañía Minera de Sierra Menera pasaban de forma cadenciosa y programada por la estación de Almohaja. Algunos paraban a tomar agua, mientras que otros, pasaban de largo hasta la estación de Ojos Negros si subían de vacío o hasta la de Cella, si bajaban cargados de mineral de hierro hasta el Puerto Sagunto. Las minas y el ferrocarril de vía estrecha eran el epicentro de la economía del pueblo y desde que don Ramón de la Sota iniciara la explotación, a principios de siglo XX, el pueblo había mejorado su economía de forma exponencial. Casi todo el mundo trabajaba en la Compañía y, luego, tras el trabajo “oficial”, atendían sus campos y sus ganados. Teodoro era uno de ellos. Todas las mañanas iba a Ojos Negros a trabajar en la mina de hierro y, por las noches, volvía a dormir a su casa. Casa que compartía con su hermana Ramona. La Ramona, alta, fuerte, bien parecida, con sayas hasta los tobillos y pañuelo a la cabeza siempre, era la estanquera del pueblo y tenía, además, un rebaño de cabras para el que había contratado un cabrero. Una estanquera con casa,  huerto, 200 cabras y unos campos de labor, era la envidia del lugar. También, en el plano de la administración de sus bienes era una hormiguica y de vez en cuando le gustaba presumir de lo que tenía ahorrado. A su hermano lo provocaba, por hacerlo rabiar, y por ver como se lo llevaban los demonios cuando le decía: “Me voy a casar y tú te quedarás sin nada de lo mío”. Su hermano, que tenía echadas las cuentas de forma muy aproximada de cuanto atesoraba su hermana, se enervaba y salía enfurecido hacia el barranco Cardoso o hacia la laguna hasta que se le pasaba el sofoco.
Había, sin embargo, un día al mes en que Ramona abandona su casa por pura necesidad laboral. Tenía, como estanquera del pueblo, que ir a Albarracín para hacer la saca del tabaco. Un día viajaba a Albarracín, donde dormía, y al día siguiente volvía a Almohaja con su saca en la burrica cargada de cuarterones, caldo, farias y paquetes de cigarrillos liados, particularmente Ideales, Peninsulares y Celtas largos y cortos. Su hermano estaba al tanto de los viajes de su hermana. Sabía que salía después de comer y tomaba el camino que le llevaba por el barranco Cardoso hasta Pozondón, y de aquí, a Albarracín. La vuelta la hacía siguiendo el recorrido inverso, pero al día siguiente, pues temía a la noche.
Teodoro, corroído por las constantes provocaciones de su hermana a la vez que, aguzado por la codicia de poseer ya lo que un día esperaba obtener de forma natural, planeó, con total frialdad como ya hiciera Caín, el más horrendo y primigenio de los crímenes, el fratricidio.
Para el domingo siguiente Rafael Gómez, uno de los mozos del lugar, tenía echadas ya las tres amonestaciones y apalabrada la ceremonia con el párroco, mosén Joaquín. Nada más comer, Rafael bajo a casa de la estanquera y le encargó lo necesario para la boda. Se trataba de 20 puros habanos de la mejor calidad, otras tantas farias y algún paquete de cigarrillo rubio de “Las Tres Carabelas” o “Bisonte” para las mujeres, pues ese día se permitían el lujo de fumar, aunque no de forma explícita. Ramona le dijo que no parara cuidado pues, al día siguiente, tendría todo en Almohaja. Con ello, se despidió  tranquilo Rafael sin intuir, lógicamente, el problema que le ocasionaría esa visita.
Aquella noche Ramona no fue a Albarracín pues su hermano la mató con el cuchillo de cocina. Dejó que se desangrara en el suelo empedrado de la planta baja y se echó a dormir. Por la mañana madrugó y antes de que saliera el sol  se fue a su faena de Ojos Negros. Dejó las cabras en el corral, sólo cerradas con la tarranclera, tal y como hacía Ramona cuando se iba a Albarracín. El cabrero no sospechó nada y las cabras, el cabrero y Teodoro pasaron el día lejos de la casa. La gente estaba en la cuenta de que Ramona andaba de viaje y que no volvería hasta la tarde.
Fue, precisamente, a la vuelta del cabrero del campo, ya atardecido, cuando se conoció el suceso. Al llamar a Ramona para entregarle el ganado y no contestar, entró en la casa por la puerta del corral, que siempre permanecía abierta.  El hombre se encontró con la mujer muerta y tendida en mitad de la cocina. Salió de la casa dando gritos y haciendo aspavientos de horror.
El asunto se puso en manos de la Guardia Civil y del Juzgado de Albarracín. Se llamó a todos a declarar y se concluyó que el culpable era Rafael, por ser el último en ver a la mujer con vida. Rafael no se casó y fue condenado a prisión perpetua. Permaneció en la cárcel hasta el día de la muerte de Teodoro que lo confesó todo.
Nota: Ramona, en este relato verídico en lo sustancial, es el nombre verdadero de la victima, mientras que a los demás personajes se les ha cambiado el antropónimo.
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Vista de Almohaja desde San Ginés
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Peirón a la entrada del lugar.
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La casa donde se perpetró el crimen.
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