En memoria de Emilio Bujeda, de Peracense
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A mediados del siglo XX todo hombre del mundo rural, apenas llegaba a la pubertad, sus padres lo ponían a
trabajar en el campo, (a las mujeres en las fanenas de la casa y, si salían del pueblo, lo hacían de monjas o a servir). Había ido tres o cuatro años a la escuela, a veces no de
forma continua, pero sabía leer, escribir, cuentas y catecismo. Su relación con la
Iglesia se resumía en ir a misa los
domingos (por imperativo legal) y comulgar por Pascua Florida (por imperativo legal). La comunión
anual llevaba aparejada la confesión y la Iglesia tenía un libro de confesiones
en el que estaba apuntado todo el vecindario sin exclusión alguna. Así que,
este libro, constituía un “libro padrón” que permitía conocer a los habitantes
de un lugar con sus nombres, parentescos y casas donde habitaba. Por una copia
de este libro sabemos que en Alcorisa vivía la familia de Damián Forment.
La vida “embrutecida” de estos
hombres no le permitía disfrutar de “bienes” que sí eran apreciados por la
pequeña burguesía urbana como eran la libertad, la especulación filosófica, el
conocimiento científico… Por ello, ya en los años 60 del siglo veinte, estos
padres mandan a sus hijos a estudiar y casi
todos van a los seminarios. Pero las cosas están cambiando muy rápidamente y
apenas una década después la inmensa mayoría se ha marchado del Seminario e
iniciado una carrera o un negocio, es la generación conocida como “los rebotaos
de cura”.
El padre seguirá en el pueblo
hasta su jubilación o hasta su muerte y seguirá siendo fiel a ese mínimo cupo
de valores humanos que grabó en su cerebro la “caña de la doctrina”. La
existencia de un ser superior es algo que no se discute, ni se verbaliza. Esa
idea del Dios Padre, sólidamente arraigada, conforma la arquitectura
intelectual y social del hombre del mundo rural. Y bajo ese principio básico
siguen el resto de valores con los que se guía de forma permanente y continua
sin necesidad de “guía” ni de ejercicios
espirituales. Se trata del respeto a la vida (propia y ajena) y a la propiedad
en términos absolutos. No parece preocuparle a este hombre temas como la
familia (sus lazos son indisolubles), la vivienda (tiene casa propia), el aborto
(no existe), los derechos de la mujer (¿?), el divorcio (no existe), la
libertad de educación (¿?), el acceso a la sanidad o la libertad (¿para qué?)…
La Libertad es un valor muy tardío
en nuestra civilización y todavía más en nuestro mundo rural, ahora ya, casi
desaparecido. Sin embargo, de este mundo rural aragonés han salido importantísimas
personalidades intelectuales que han sido un referente claro para las gentes de
nuestro ámbito religioso-cultural en un sentido o en otro.
Francisco Peña, de Villarroya de
los Pinares e hijo de un herrero, elaboró más de la mitad de la legislación con
la que se juzgaba a los herejes. Miguel Servet, de Villanueva de Sigena, es
considerado el precursor de Derecho a la Libertad de
Pensamiento y de Expresión. Y finalmente, Miguel de Molinos, de Muniesa, es
considerado como uno de los mayores heterodoxos del catolicismo.
Por todo ello, porque la sociedad avanza por
caminos dispares y derroteros tortuosos;
porque los filósofos y pensadores no son escuchados hoy día; porque la ideología suele
arrasar con la lógica y la razón; y, porque en nombre de la LIBERTAD se cometen
un buen numero de tropelías. Es por lo que es preciso reflexionar desde el
pasado y revisar los procesos que nos han llevado hasta aquí. Madurar en
conceptos, valores básicos y, establecer acuerdos sobre qué cosas
debemos (todos) respetar, es vital para crear una sociedad del futuro sin traumas
irreparables.
ANÉCDOTA EN UN PUEBLO DEL JILOCA
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HACER BIEN LA CONFESIÓN
Como casi todo el
mundo sabe/sabía, para hacer bien la confesión son necesarios cinco pasos:
1º.- EXAMEN DE
CONCIENCIA
2º.- DOLOR DE LOS
PECADOS
3º PROPÓSITO DE LA
ENMIENDA
4º DECIR LOS PECADOS
AL CONFESOR
5º CUMPLIR LA
PENITENCIA.
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Al menos una vez al año, los católicos, tenían/tienen que confesarse y comulgar. Cuando llegaban esas fecha había que ponerse en paz con la Iglesia (con Dios) y los hombres del campo, poco acostumbrados a los oficios religiosos, pasaban un mal trago. Así que resolvían la papeleta como mejor podían.
Bueno, pues el mosén
del lugar en que yo estaba de maestro me decía que estos sencillos y nobles hombres del Jiloca
no lo hacían de la forma señalada arriba, si no de otra mucho más sencilla y clarificadora:
FELIGRÉS
Ave María Purísima.
SACERDOTE
Sin pecado concebida.
FELIGRÉS
Hace un año que no me
he confesado.
SACERDOTE
¿Cuáles son tus
pecados, hijo mío?
FELIGRÉS
Padre, ni he matao. Ni
he robao, ni he hecho mal a nadie.
Ahora… sonsáqueme
usted.
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A partir de ese
momento el sacerdote iba repasando los Mandamientos y preguntándole al feligrés
en cuál o cuáles había cometido pecado. Los dos conceptos básicos con los que
se movía eran que matar y robar era pecados insuperables. Luego, no había que
hacer daño a nadie, ni en su estima, ni en su honor, ni en sus bienes. Con esta
moral tan sencilla podías marcharte de casa, dejar la puerta abierta y nadie te
tocaba nada.