LOS VERANEANTES
(La fiesta de la Asunción de la Virgen se celebra, en todas las comunidades autónomas españolas, el día 15 de agosto.)
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A nuestros pueblos, en agosto, más
que turistas llegan “los veraneantes” que no son otra cosa que los hijos del
pueblo y a la vez, nietos de la emigración. Más de 70.000 personas abandonaron
nuestra provincia a finales de los sesenta y los setenta del pasado siglo. Cada
vez vienen menos pues los nietos ya notan el desapego de la tierra de sus
ancestros. Los que sobreviven a los contratiempos de la vida y de las crisis
tornan ávidos por reconocer y recordar aquellos lugares por los que crecieron y
jugaron de niños. Buscan las pozas de los ríos donde se bañaban en “porreta”.
Las fuentes donde merendaban de lo que había en el “saquillo”. Subir a la gran
carrasca que sigue creciendo en el ribazo del bancal. Reconocer la sabina y la “alcacia”
donde anidaban los picarazos. Recorren las eran, los pajares y las teñadas
donde se afanaban de niños ayudando a recoger el grano y la paja. Llegan a las
parideras a reconocer el olor a oveja y a “sierle”. Nombran las cosas haciendo hincapié
en su forma genuina y recalcándole al nieto de forma clara su pronunciación,
como si sintieran que esta es la última vez que la pronuncian: COR-BE-LLA,
ZO-QUE-TA, BA-LAS-TRO.
Bien es verdad que su vida mejoró
en la gran ciudad y que en el pueblo no había sitio para todos. Hoy, cuatro
tractores “arreglan” el término y los huertos están yermos. Los agricultores de
aquí también se han vuelto “señoritos”, como los obreros de la ciudad, van del
coche al tractor y del tractor al médico para mirarse el colesterol. Las casas
tienen calefacción y ya se derribó el fuego bajo que llenaba de humo la cocina.
En las trancas del granero ya no cuelgan los chorizos, las morcillas, las
güeñas y los perniles… ahora tienen un arcón o dos, con productos congelados de
“mercadona”. La vida no es ni remotamente lo que era. Si acaso perdura algo, es
el paisaje. Buscando el agua corriente para las casas se han sondeado pozos y
los ríos y arroyos bajan secos. Los años como este, de mucha lluvia, la maleza
crece sin conocimiento por las “zaicas”, las umbrías y las barranqueras.
El plato fuerte del veraneante
son las fiestas del pueblo que ahora se hacen en casi todos los sitios en
agosto o como mucho, a principios de septiembre. Para el Pilar no queda ninguno
sin cumplir. Si se quemó la virgen para la guerra se ha comprado una imagen
nueva que se saca en procesión y se le tiran cohetes. Se reparte el “pan
bendito” que muchos guardan para los enfermos y se dan la “paz” en la misa
mayor con gran afectividad y desasosiego. En pocos sitios se “bandean” las
campanas como antes, pues lleva su peligro. Las costumbres han cambiado entre
los jóvenes. Las peñas han arruinado la convivencia y los que vienen al baile
de la noche se traen el botellón incorporado. Se gasta lo justo y se mira el
euro hasta el céntimo…
Acabado el veraneo, el aire
otoñal peina de nuevo los chopos de la ribera. Si hay robellón vendrán en fin
de semana. Luego, el invierno serrano se estira por las esquinas de estos
pueblos olvidados en las serranías turolenses. Hasta las fiestas del año
siguiente no se sentirá el bullicio, la música y los gritos de la juventud por
las calles.
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La banda de música de Encinacorba ha tocado, para fiestas, en centenares de pueblos turolenses.
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Más de ochocientos (800) pueblos de Aragón ha recorrido la Banda de Música de Encinacorba.
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La Banda de Encinacorba fue fundada en 1880 y es la decana de Aragón.
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En cada casa, un músico.
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