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jueves, 22 de agosto de 2013

Agosto2013/Miscelánea EL OCASO DE TERUEL

Para la segunda mitad del siglo XX más de setenta mil (70.000) turolenses emigraron. Luego, continuó y continúa un goteo constante de jóvenes que marchan a estudiar y no vuelven. La demografía es una ciencia que nos insulta constantemente. Se cierran escuelas y crecen los cementerios y las residencias de ancianos. Los pueblos han llegado a su agonía y el canto del cisne fue el grito: TERUEL EXISTE. Ya sólo nos quedan estos bellísimos paisajes cubiertos de soledad y misterio.
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Tiene Teruel atada la tarde a los peirones para que nunca llegue la negritud eterna. Encalados calvarios sembrando los caminos. Veletas que surgiendo de torres-campanario señalan el destino que te arrastra y te ciega. Setenta mil latidos, setenta mil diástoles, setenta mil portazos hacen eco a la ausencia. Los brazos vigorosos de recios almogávares, señores del arado, dejaron esta tierra abierta hacia el ocaso. Volvieron golondrinas verano tras verano y al final del agosto echan siempre el candado. Besan el aire azul que peina el monte pardo. Recorren las vaguadas, celadas y collados con el alma en un puño, con el cuerpo cansado. A dónde va esta tierra, qué futuro le espera al río y al collado.  No ha nacido en el olmo, ni rama, ni hoja tierna.  El último en partir que eche la cancela y que arroje la llave en una sima negra.
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Homenaje a los turolenses emigrados.
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