COSAS QUE AGRADAN Y QUE NO AGRADAN A
DIOS
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Desde el Génesis queda claro que, hay
cosas que agradan a Dios y ofrendas que le desagradan. Abel ofrecía los primeros
frutos de su ganado y por ello, estos, eran gratos al Señor; sin embargo, no
recibía con agrado las ofrendas de Caín, que cultivaba la tierra. Esta
tendencia de Dios a recibir con preferencia las primicias y los mejores frutos
puede hacerse extensible a todas las religiones. Tan es así que en las cultura/religión Maya, los sacerdotes ofrecían en sacrificio a los dioses el vencedor en un
juego o en una contienda. Se hacía así porque el vencedor era el mejor, el más
valiente, el más fuerte… el más inteligente. Comprendían que de esta manera sus
ofrendas serían gratas a su Dios. Hay leyendas como la de San Vicente Ferrer en
las que se ofrece al primogénito de pocos meses en banquete al santo. Está en
la línea que señalamos, a Dios se le ofrece siempre, LOS MEJOR.
Hay quien piensa que los lugares de
culto son suntuosos por puro placer humano y no es así. La idea básica es la
ofrenda a Dios y, Dios, no puede estar en cualquier lugar, Dios debe situarse
en la cima de todo. Aparecen, pues, lugares tan suntuosos como catedrales,
basílicas e iglesias. Los objetos de culto igualmente deben ser suntuosos. Esta
idea también se plasma en los crucifijos. Los materiales allí donde alcanza el
dinero son de gran calidad: ORO, PLATA, MARFIL, BRONCE… y, desde luego,
tallados por los mejores artistas del momento. De esta forma ha llegado a
nuestros días, a pesar de las guerras, robos y destrucciones, una cantidad
imponente de cristos crucificados que pueden verse en iglesias y en colecciones
particulares.
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ORIGEN DEL SÍMBOLO DE LA CRUZ EN LOS
CRISTIANOS
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“Durante los tres primeros siglos
parece que no se representó plásticamente la cruz: se preferían las figuras del
Pastor, el pez, el ancla, la paloma…
Fue en el siglo IV cuando la cruz se
convirtió, poco a poco, en el símbolo predilecto para representar a Cristo y su
misterio de salvación.
Desde el sueño del emperador
Constantino, hacia el 312 ("In hoc signo vinces": con esta señal
vencerás), que precedió a su victoria en el puente Milvio, y el descubrimiento
de la verdadera Cruz de Cristo, en Jerusalén, el año 326, por la madre del
mismo emperador, Elena, la atención de los cristianos hacia la Cruz fue
creciendo.” (Tomado de Internet)
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Siglo XV
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Marfil, Museo Episcopal
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Propiedad del Ayuntamiento de Cariñena
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Detalle
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CUATRO CRISTOS EN EL HOSTAL DE LOS REYES CATÓLICOS DE SANTIAGO DE COMPOSTELA
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