(Cuentos para mis nietos)
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A pesar de vivir en un humilde arnal
hecho de barro y pajas, eran famosos en todo el Maestrazgo por haber vivido
grandes aventuras y haber sobrevolado el universo de los hombres. Fizeta, la
valiente, arriesgada y veloz abeja y su inseparable amigo Zumbador, trabajaban
infatigablemente en los campos de flores que rodeaban el pantano de Santolea. Su
miel era tan apreciada que hasta este apartado lugar acudían desde los más
remotos lugares de la provincia, otras abejas, a degustar su delicado sabor y sus
aromáticos matices.
Un impreciso día de principios de diciembre
fueron llamados ambos (Fizeta y Zumbador) a presencia de la reina madre. Ésta
les dijo: atended a lo que os tengo que decir. Os he escogido especialmente a
vosotros, muy consciente, de que sois los únicos insectos de mi colmena capaces de resolver con
prontitud y eficacia el encargo que tengo encomendado por carta sellada. Dicha
carta, me ha sido remitida en secreto por
ángeles voladores, venidos hasta mí presencia. Lo que esperábamos ha sucedido o,
mejor dicho, está a punto de suceder. El Rey de Reyes está en trance de venir al mundo y
es preciso que, también las abejas, vayamos a adorarle y a llevarle, como presente,
el fruto de nuestro trabajo. No sabemos ni el día, ni la hora, ni el lugar, pero sabemos una
cosa cierta, miles y miles de personas y animales están ya en marcha y caminan
desesperados en su busca. Hasta el último momento, no sabréis el lugar pues hay
un rey malo que quiere matarlo. Se trata de Herodes Antipas, del que deberéis
cuidaros muy mucho en relación a detallarle el lugar del nacimiento del Redentor,
una vez hayáis logrado encontrarle. Tomad pues la mejor y más fresca miel del
arnal y partid cuanto antes. Espero que tengáis suerte en la búsqueda, seáis prudentes
en vuestras conversaciones y no desveléis por ninguna circunstancia el lugar de
su nacimiento. De ello depende el futuro de la humanidad.
Partieron pues, nuestros amigos, portando
una buena porción de miel de Bordón en sus mochilas. Zumbador, que era más corpulento
y fuerte, llevaba doble de cantidad que Fizeta que, sin embargo, era más ágil y
mejor exploradora que él. No teniendo más datos, ni más orientación,
emprendieron el vuelo en dirección a la salida del sol. Seguro que en el
oriente por donde sale el sol, se dijeron, tienen alguna noticia del nacimiento
del Salvador de los hombres. Volaron todo el día y, al anochecer, decidieron
descansar en las ramas de un árbol grande y frondoso que estaba a la orilla de
un camino. Nada más oscurecer vieron en el cielo una estrella muy brillante y
tras ellas un reguero de otras más pequeñas pero también muy luminosas que le
seguían. Fizeta, tan aguda como era, en seguida se percató de aquel fenómeno
tan singular y le dijo a Zumbador: ¡Mira, sin duda es una señal! Estoy segura
de que esta estrella nos guiará hasta el lugar del nacimiento del Hijo de Dios.
Así pues, decidieron cambiar por completo el orden de su búsqueda. A partir de
entonces descansaron durante el día y volaron durante la noche.
Tal como pensaron ambos, lo hicieron
los demás seres que hasta el Enviado querían llegar. Todos comenzaron a viajar
de noche y a descansar de día y pronto comenzaron a encontrarse con un
innumerable e indescriptible número de viajeros que caminaban en la misma
dirección. La dirección era la contraria a la que traían Fizeta y Zumbador. De
ahora en adelante caminaría hacia poniente. Su viaje llevaba, pues, la misma
dirección del sol.
Observaron que no solamente eran
seres humanos los que acudían a adorar al Señor de todo lo creado, por el contrario,
animales de todas las especies estaban ya en camino. Unos arrastrándose sobre
su barriga, otros caminando sobre pies y, otros muchos como ellos, volando.
Vieron a la luz de las estrellas un innumerable río de seres caminando todos en
una sola dirección.
Fizeta y Zumbador, entusiasmados por
el espectáculo que aparecía ante sus ojos decidieron adelantar la marcha.
Buscaron la cabeza, principio de aquel reguero de seres que caminaba todas las
noches sin descanso y por fin lo encontraron. Siguieron volando todavía más y
llegaron hasta la morada de un rey. Este les preguntó que, a dónde iban y que
buscaban por su reino. Ellos le dijeron que venían a adorar al Rey de Reyes
pues, según sus noticias, estaba a punto de nacer. El rey les contesto que,
otros tres reyes, ya habían pasado por allí hacía unos días con las mismas
pretensiones pero que, marcharan en paz, antes les rogaba que una vez lo
hubiesen adorado volvieran a comunicarle el lugar, pues él mismo pensaba acudir
a rendir pleitesía a tan alta dignidad.
Zumbador pensó que aquel rey era muy
amable y muy buena persona, pero Fizeta desconfió desde el principio del
personaje. A los pocos días de vuelo siguiendo la estrella se encontraron con
los tres Reyes que venían de Oriente siguiendo la estrella. Así pues, tras
saludarse, nuestros amigos les pidieron
permiso a los Magos para unirse a su caravana.
Debían de estar muy cerca de su destino porque, aquella misma noche, se
produjeron dos fenómenos muy especiales. En primer lugar la estrella se paró en
su cenit y ya no volvió a moverse más. Luego, un coro de angélicos seres bajo
desde lo más alto cantando unas estrofas que decían: ¡Sálvanos, te lo pedimos!
¡Hosanna en el cielo! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Fizeta y Zumbador quedaron atónitos
ante semejante espectáculo de luz y de color. Luego, un ser angélico se acerco
y les dijo: No reveléis a Herodes el lugar, pues es un rey malvado que quiere
matar a niño Jesús que acaba de nacer. Así lo hicieron y jamás revelaron el lugar
de nacimiento del Señor. Pasado un tiempo se supo que el lugar había sido en
Belén de Judea.
Fizeta y Zumbador, maravillados por
el sublime momento histórico que les había tocado vivir, bajaron a tierra,
recogieron sus alas y le entregaron al Niño la miel de Bordón que le habían traído
en ofrenda. El Niño miró a ambos de
reojo y les dijo con el pensamiento… “a vosotros
ya os conozco… ya estuvisteis en una ocasión en la CASA DE MI PADRE…” ¡Gracias!
De vuelta al arnal de Bordón, todos
sus miembros formaron enjambre con la
reina en medio. Fizeta y Zumbador comenzaron entonces, pausadamente, el relato
alucinante del viaje más inverosímil y fantástico jamás realizado. Viaje
irrepetible en el reino de los insectos, por los siglos de los siglos…
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