El castillo de Peracense, como una nave, navega por el valle del Jiloca.
*
La historia del Jiloca es siempre
una vuelta al pasado, un volver a tiempos mejores por estar dibujados en
nuestra fantasía con los colores de la añoranza de tiempos lejanos. Cuentan las
leyendas urbanas que, antaño, las cajas fuertes de los bancos de Teruel estaban
llenas de azafrán del Jiloca. El azafrán era la medida del ahorro y la medida
de todo lo que se compraba de cierta importancia: un par de machos, unas
fanegas de tierra en la huerta, una casa… También el azafrán se vendía para
casar a los hijos o si había una enfermedad, de esto nunca faltaba.
Hoy, sobre el cielo del castillo
de Peracense, he fotografiado las nubes del color del azafrán. Quizás sea sólo
otra fantasía o pudiera ser una intuición cierta. Estas nubes, he pensado,
tienen que traer la prosperidad a un valle que bien se lo merece y que ha
sufrido la crisis como ninguno.
El castillo es de una belleza
singular y atrae todos los años a multitud de turistas. Estamos, pues, ante una de las fortalezas más atractivas de España.
Sin duda alguna hay que volcarse en él, mejorando sus accesos, sus
instalaciones, su museización y difundiendo su existencia a los cuatro puntos
cardinales. Porque, este reclamo, es la base de futuras actuaciones en el campo
del turismo. Los atractivos que tiene toda las Sierra Menera son muchos y los
proyectos pendientes deben de desempolvarse y ponerse en marcha.
Nosotros les dejamos con la
visión de esta fantasía hecha realidad que es el castillo y, con la esperanza, de
un desarrollo turístico digno para el valle. Un valle que posee recursos en
abundancia en este campo y que están sin explotar.
*
*
*
*
*
*
*
*
*