Hace ya unos años que viajamos a
Alcaine, entonces nos pareció un pueblo fantástico y singular. Asentado en las
laderas escarpadísimas del valle que abre entre montañas las aguas del río Martín,
debió de estar habitado desde la más remota antigüedad. Por ello, no son
extraños los vestigios de pinturas rupestres. Sin embargo, el medioevo le dio la
configuración actual. Se trata de una plaza defensiva que no necesita murallas
pues las escarpadas rocas hacen de paredes infranqueables, colocando de trecho
en trecho una torre defensiva o pica. El lugar tiene mil ángulos de visión y
mil perspectivas distintas según la posición del viajero. Además de la
naturaleza y el paisaje que le aporta el estar enclavado en el Parque Natural y
Cultural de Río Martín, es pueblo que tiene una historia interesantísima de
solidaridad y acogida, recogida en las páginas de la revista “La Pica de
Alcaine”. Tiene un caserío arracimado en las laderas de la montaña y una iglesia
barroca del siglo XVII. La iglesia tiene una cúpula mayor sobre el presbiterio,
cuatro en las naves laterales y un retablo de estuco que por esa razón no se
pudo quemar en la guerra pasada. Alcaine podría ser, con la debida ayuda económica,
el Albarracín de las Cuencas Mineras por su singularidad y
sus atractivos naturales. Pero en Alcaine queda mucho por hacer y las
circunstancias económicas actuales no son las mejores para emprender la ingente
tarea de restauración que precisa. Esperemos que los tiempos cambien y el
futuro se apodere de este encantador rincón de la provincia.
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