EL DÍA EN QUE EL TIO DONATO ESCAGARRUCIÓ A LOS SOLDADOS DE EL MULETÓN
(Relato verídico)
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En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejercito Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado.
El Generalísimo
Franco
Burgos 1º de abril de 1939
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El año 38 comenzó mal, muy mal. La guerra
continuaba y parecía que el mundo se hubiera vuelto loco. Al tio Donato,
natural de Tortajada, le encargaron que cada día subiera hasta El Muletón, con
el macho, una carga de agua pues habían dejado allí un retén de soldados. Él lo
hacia sin rechistar pasando como un ser invisibles entre soldados, pertrechos,
olor a pólvora, blasfemias y juramentos, desde la iglesia (ahora almacén) a la plaza de los Porches. Tomaba el camino de
Riagatos hasta Villalba Baja y en la fuente del lugar cargaba la dichosa agua.
No sabía por qué tenía que ser el agua de Villalba, pero así se lo habían dicho
y él lo hacia sin rechistar. Volvía siguiendo la flecha de la carretera
nacional mas, Donato, prefería caminar paralelo
a ésta, siguiendo el viejo trazado del tren que nunca pasó ni tuvo vías.
Al llegar a la estación abandonada que se encuentra frente a la Venta Pilata, tomaba el desvío a la derecha por los Aliagares. Luego, todo era subir y subir
hasta los 1.088 metros de altitud de los que goza El Muletón. Los soldados agradecidos recibían con agrado
al visitante y, recibían también, los encargos de tabaco y coñac que hacían a la
cantina del pueblo. Ya llevaban muchos días allí y todo era rutina. Estaban
contentos pese al frío invierno pues, “no pegaban un tiro” y eso significaba de
momento salvar el pellejo. A la vuelta, el tio Donato, a veces pasaba por el barranco de la Grajera y
replegaba un poco de carbón que metía en los clujones del serón y miraba a ver
si había caído algún conejo en los cepos. Llegado a casa se dedicaba a abiar a
los animales, hacer leña y, al anochecer, salía a ver lo que se decía en la iglesia, el trinquete y la cantina. Los soldados excitados, hablaban entre ellos de la
marcha de la guerra y a muchos no se les entendía su lenguaje pues eran
extranjeros. Supo luego que pertenecían a las Brigadas Internacionales. Con
alguno de ellos que hablaban alguna palabra en español llegó a intercambiar
alguna frase y a interesarse por la marcha de la guerra y quién la ganaría. Un
soldado rubio y bien plantado quiso sincerarse con el tio Donato y le espetó de cuajo:
Franco malo…, nosotros tontos. Sin duda expresaba la idea de que sus mandos no
ejecutaban con inteligencia la estrategia debida para ganar la guerra.
Aquella noche le parió la burra y
de madrugada se quedó dormido. Cuando despertó tuvo que espabilarse y hacer
deprisa los mandaos de los soldados. Con todo, llevaba más de dos horas de
retraso conforme a lo que en él, era normal. Así que ese día no fue a Villalba y
cogió el camino de las Suertes río abajo del Alfambra, luego giró a la derecha
hasta la Cruz de la Orden. En ese punto había y hay un humedal conocido como
Los Praos, en él cargó el agua, tanta como le era habitual. Desde Los Praos, rápidamente
salió a la carretera y a la venta Pilata, para tomar el camino que le llevaría
de nuevo a El Muletón. Llegó con la hora justa y todo parecía haberse resuelto
sin ninguna contrariedad. Tornó a casa y
al día siguiente volvió a retomar el viejo camino de Villalba Baja. Nada más
llegar a El Muletón, los soldados salieron a su encuentro demacrados y
temblorosos. Habían perdido el color y los brazos y las piernas no les sujetaban. Al tio Donato empezó a picarle la nariz por el olor ácido y putrefacto que expedía la tropa. Tenían los republicanos los pantalones manchados y al carecer de agua las heces tan líquidas les estaban adobando la ropa. Algunos gritaban: ¡traición! y ¡sabotaje! No se explicaban lo sucedido y dónde podía estar la causa de
aquellas diarreas que los había dejado sin fuerzas y en un estado tan lamentable. A Donato se le mudó también la color pero nada dijo y nada
comentó de lo sucedido, no fuera que lo fusilaran por traición, pero no volvió
a tomar las aguas de Los Praos. Veinte
años después de este suceso bebí agua de este manantial sin que nada me
sucediera. El tio Donato no la bebió nunca más, tal era el miedo que pasó aquel día
pensando que lo fusilarían por alta traición.
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Rulos de paja en los Aliagares.
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Barranco de la Grajera.
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Al fondo, El Muletón.
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Paraje en el que se desarrollo parte de la batalla.
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Restos de fortificaciones.
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Bancales junto a El Muletón, ahora yermos,
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Es fácil encontrar restos de la batalla, todavía.
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Tras la batalla hubo que quitar las piedras del campo para cultivar trigo. Allí donde antes se hiciera la guerra, ahora los vencedores se dejaban el alma trabajando unas tierras estériles.
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Vista de Los Praos desde el Muletón.
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