…yo soy un Fraile Francisco, y por consiguiente ni puedo ni
tengo que darles;
pero si pudiera tener, sería muy limosnero…
(Fray Pedro Selleras)
*
Salimos de Visiedo hacia el
pueblo en el que se sintió morir el padre Pedro Selleras Lázaro nacido en Torre los
Negros, gran franciscano, gran predicador y promotor de la limosna. La primavera había extendido
el verdor de los trigos por toda la llanura y en los ribazos crecían flores que
recogía Matías Abad, de Rillo, para hacerlas yunque y fuego con el que adornar las
ventanas de los ricos de Teruel. El gallo de San Pedro nos despidió en Visiedo al pasar el castillo y la estanca para recorrer el pequeño trecho que
separa a estas dos localidades del Altiplano. Pronto vimos los peirones y a Don Joaquín con una excursión
que visitaba la Comarca, así supimos que estábamos cerca y que la torre de la
iglesia nos guiaría sin pérdida hasta el lugar. Habló el ardacho, siempre impertinente, para advertir que Lidón es mejor
pueblo que Visiedo. Mejor pueblo…, mejor pueblo…, repetía el fardacho sin cesar
y sin que la mosca cojonera que se había parado a beber agua en la fuente,
rechistara. Lo que veréis en Lidón será maravilla, señaló con voz queda un fraile que apareció
caminando a nuestro lado, mientras que el buitre carroñero revoloteaba sobre
nuestras cabezas haciendo círculos cada vez más inquietantes. Queda poco de lo
que fue el tesoro artístico de la parroquial de Santiago matamoros pero, por
los restos recuperados, debió ser mucho y muy bueno. Una vez que el viajero se
aposentó y refrescó en el Multiservicio El Horno, nos deslizamos como sangartesa a visitar la iglesia, primero, y el resto de la población después.
Fray Pedro desapareció y volvió a
su tumba de Hijar, la mosca voló en dirección a Rillo para posarse en una reja de Matías y el ardacho nos lo mostró
muerto un mozo del pueblo. “¡Hazle una foto!, me dijo, ...está muerto. La pena por
la muerte de un animal tan bello nos acompañó todo el día y durante la visita
al templo no pudimos retirarlo de nuestro pensamiento.
Volvimos apenados (por el
fardacho) a Visiedo para comer en el bar del Ayuntamiento. Se hacía la hora de la
partida del guiñote y los jubilados empezaron a llegar a cuentagotas. Con
cuatro se formó partida y el resto, según iban llegando, se acomodaban a mirar
y a meter “cuchara” en la conversación de los que jugaban. Por la tarde vimos el pueblo de los argentinos...