Cementerio con seis mil muertos en La Batalla de Teruel.
FOTO MIÑANA
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La Batalla de Teruel termina en una carnicería a pesar de la retirada estratégica que organiza el general Rojo. Rojo salva lo mejor del ejército republicano y da una segunda oportunidad a la república luego, en la batalla del Ebro. Se asegura
que murieron 37.000 soldados: 20.000 del bando republicano y 17.000 del bando
nacional. Valentín Solano Sanmiguel señala que las pérdidas en el bando
nacional entre muertos, heridos y desaparecidos fueron de 43.000 y las del
bando republicano de 54.000. Los dos contendientes habían reunido en Teruel en
torno a los 200.000 soldados. La Batalla de Teruel se desarrolla entre el 15 de
diciembre de 1937 y el 22 de febrero de 1938. En total, pues, en torno a los
37.000 fallecidos que la mayor parte de los turolenses ignora donde fueron
enterrados en primera instancia. Luego, fueron levantadas sus tumbas y
trasladados “todos” al Valle de los Caídos.
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Estamos cerca del 15 de diciembre, fecha de comienzo de
la Batalla de Teruel y hay que recordar, para consuelo de los no avisados, que
una guerra es la corrupción y la estafa total. En primer lugar, en una guerra
se producen principalísimamente la pérdida de vidas humanas, hecho irreparable
y definitivo. Pero, añadido a esto hay otro fenómeno propio de las guerras y es
la pérdida de la identidad de los individuos, que siempre ocasiona una segunda
muerte entre los familiares y amigos. En esta foto no muy conocida ni difundida,
que presentamos arriba, se señala una cifra de 6.000 muertos enterrados en este
cementerio improvisado a las afueras de Teruel. Tras La Batalla de Teruel esos cadáveres fueron
trasladados y enterrados en el Valle de los Caídos, a los identificados se les
puso su nombre en un registro. Sin embargo, para todos, al estar en un túmulo
común la pérdida de la identidad es palpable, los cristianos le llaman “las
santas masas” para señalar un conjunto al que no se puede rendir tributo
individualmente. Para aquellos que murieron de una maneja injusta, traumática y
básicamente por razones ideológicas, como los fusilados en cunetas o arrojados
a pozos, la muerte les llenó de noche y de silencio. La muerte fue para ellos y
la angustia para la familia. Además, el traslado, también, al Valle de los Caídos,
produce un dolor y un resentimiento difíciles de paliar, aún con el tiempo que (dicen)
todo lo cura.
La guerra produce en segunda instancia la desestructuración
de la familia con éxodos, cárceles y segregación del núcleo familiar. También añade dramatismo al hecho, la
destrucción de lo material, casas, enseres, objetos queridos. Duele sin
embargo, de forma singular, la perdida del patrimonio artístico. En este caso
hay que recordar que la Batalla de Teruel y la invasión catalana del Aragón
Oriental fue dramática en este aspecto. En el tema patrimonial hay un libro que
cita Santiago Sebastián y que se titula “Evacuation du tresor artistique de
Teruel”. Barcelona, 1938. Debe o debería contener (este libro) las obras de
arte que salieron de Teruel con ocasión de la Batalla de Teruel y deducir las
que se destruyeron y las que desaparecieron por robo o sustracción. Denuncian
algunos turolenses la desaparición del viril de oro de la custodia mayor de la
Catedral.
Efectivamente, la guerra es el peor de los males, pues es
provocado voluntariamente por el hombre (salvo guerra defensiva legitimada por la ONU). Si nuestra naturaleza humana nos hace
frágiles y temerosos frente al destino adverso e imprevisto (accidentes,
enfermedades...). ¿Por qué voluntariamente provocamos la destrucción? La guerra
tarda muchos años en borrarse de la memoria colectiva y la muerte deja su
rastro de sangre tras de sí. De esta forma hemos visto recientemente un accidente
provocado por una bomba de nuestra pasada contienda civil, casi a los 76 años del
comienzo de La Batalla de Teruel (Alberto, un niño, es la última victima de La Batalla de Teruel ya en 2013).
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TESTIMONIO
"Cuando los nacionales volvieron a entrar en Teruel,
desenterraron los cadáveres que habían quedado tras la batalla para
identificarlos y se los llevaron. Yo, en teoría, estaba ahí. A mi madre le
enviaron un telegrama comunicándole mi muerte e incluso hubo un funeral por mí
en San Sebastián. Pero yo no estaba muerto. Yo estaba, en aquellos momentos,
prisionero" (El País, Testimonio de Eugenio Azcárraga).
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El Mansueto y Santa Bárbara al fondo, en primer término, El Planizar.
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