LA CAJA DE LAS POSTALES
Hemos pasado, sin darnos cuenta,
de la caja metálica de carne de membrillo en la que guardábamos las tarjetas
postales de nuestros viajes, al móvil y el archivo electrónico de fotos. Del
daguerrotipo al carrete y, de éste, a la fotografía electrónica. Quedan todavía,
sin embargo, cajas llena de postales y fotos antiguas en algún rincón de la
casa. Muchas de las tarjetas escritas en el reverso, nos recuerdan el lugar y
la fecha. “Queridos padres: He llegado a Castellote, es un pueblo preciosos del
Maestrazgo”… etc., etc.
Ahora, cuando llegas a un pueblo,
lo primero que preguntas es si hay cobertura de móvil. Nos hemos convertido,
todos, en reporteros intrépidos y, urge sobremanera, mandar un selphy a la
familia para que vean que estamos bien y, sobre todo, dónde estamos. No hace
mucho, por el contrario, íbamos a la tienda del pueblo a comprar una tarjeta
postal y un bolígrafo marca Bic. Tras la comida, en el tiempo de reposo, se aprovechaba
para escribir unas letras. ¡Qué pereza da ahora escribir! ¡También leer! Las
dos cosas se hacen atropelladamente y cometiendo numerosísimos errores. ¡No hay
tiempo que perder! Y no es verdad que se pierda, deberíamos ganarlo recreando y
reflexionando lo vivido. Seguro que así no seriamos meros consumidores de imágenes
y nos acercaríamos al prototipo deseable de viajero que trata de comprender la
forma de vivir y de crear cultura del pueblo o la ciudad que visita.
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