EL OTOÑO EN MORA DE
RUBIELOS
*
En LAGASO, recostado sobre una
pared, el otoño se recrea a sí mismo en forma de cucurbitácea, de hierba seca,
de flor marchita y pipirigallo molido. No lejos, junto al surtidor de gasolina,
la falda de la joven huele a limón y a mandarina de levante. Puente de la Purisma, han
subido por ver las fuentes en las que mana el agua que riega buen aparte del reyno.
Por mirar el rojo tierno de las manzanicas de pastor (majuelo), la gota sutil
de agua clara colgando de los escalambrujos y por alcanzar, finalmente, el
capricho enrobinado de los robellones. Acaso, luego, coman saboreando el aroma
de la trufa en algún restaurante. Mientras, el sol otoñal les da cobijo y un cálido
dulzor les acompaña toda la mañana. El castillo, las murallas, la calle de las
Parras, las Cuatro Esquinas, la excolegiata, el Ayuntamiento… todo el conjunto
monumental les hace soñar y rondar sobre sus cabezas mil historias de caballeros
cruzados y de maestres en Rodas. Pero, más
allá de la piedra sillar, de la mampostería, del arco conopial, está la dehesa de reses bravas,
el prado límpido, la fuente cantarina y la catarata risueña. Insólitos espacios naturales amurallados por
imponentes rocas, cercando un mundo mágico y extraño. Un mundo que sobrecoge,
que aprisiona para siempre el alma del visitante y que, finalmente, termina por habitar, aquí,
buena parte del año. Mora es inacabable, como su historia, como un mundo
concreto, secreto y fugaz en perpetuo movimiento. Lugar único que eligió Juan Fernández
de Heredia para fundar su señorío. Para fundar su escuela Humanista, la que habló
el mejor aragonés de todos los tiempos. ¡Sí, aquí en Mora! Villa de ensueño que
dejarás feliz tras haber conocido a sus gentes y su entrañable franqueza, hija ésta,
de una época alejada de prisas y de ruidos. Pero no hay inquietud, pues… el
otoño, se alarga este año como la esperanza de un pobre. Se hace al fin, largo,
tibio y dorado en la villa de los Fernández de Heredia.
*
*****
***
**
*
***
**
*