*
Autor: Vittorio Messori. • Año de
publicación original: 2003. • Fuente: Publicado en “La Razón” el 27 de julio
del 2003.
Tanto los colores, como los
símbolos, como su disposición provienen directamente de la devoción mariana:
son un signo explícito de devoción a la Virgen María.
¿Se trata de una de esas
«astucias de la Historia» de las que hablaba Hegel? Desde luego, el caso es
realmente curioso. El jueves 10 de julio de 2003 se presentó en Bruselas, en
solemne ceremonia, el borrador definitivo de la Constitución Europea. Pero esta
Constitución, cuando define sus propios símbolos, confirma solemnemente que la
bandera europea es azul, con doce estrellas colocadas en círculo. Pues bien:
tanto los colores, como los símbolos, como su disposición provienen
directamente de la devoción mariana: son un signo explícito de devoción a la
Virgen María.
Así es. Las estrellas son las del
capítulo doce del Apocalipsis: «Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer
vestida de Sol, con la Luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre
su cabeza». Esa Mujer misteriosa, en la tradición cristiana, es la Madre de
Jesús. También los colores provienen del culto: el azul del cielo y el blanco
de la pureza virginal. Y es que en el diseño original, las estrellas eran de
plata, y sólo en un momento posterior asumieron el color del oro. Vamos, que
aunque pocos lo saben, la bandera que ondea en todos los edificios públicos de
la Unión (y el círculo de estrellas que está sobre la inicial del país en las
matrículas de los coches europeos) son la invención de un pintor que se inspiró
en su ferviente devoción mariana.
La historia comenzó en 1949,
cuando en Estrasburgo se instituyó el primer «Consejo de Europa», encargado de
«poner las bases de una deseada federación del continente». Al año siguiente,
para justificar con alguna iniciativa su existencia, dicho Consejo convocó un
concurso de ideas, abierto a todos los artistas europeos, para una bandera
común. En la convocatoria participó Arsène Heitz, por entonces joven y poco
conocido diseñador, que en el momento de nuestra investigación aún vivía y
mantenía plena lucidez mental, aunque ya pasaba de los noventa. Del cuello de
Heitz, como del de tantos otros católicos, colgaba la conocida como «medalla de
la Milagrosa», que se acuñó tras las visiones de santa Catalina Labouré en
París, en 1830. Esta religiosa reveló que había recibido el encargo de la
Virgen misma de hacer acuñar y difundir una medalla en la que estuvieran las
doce estrellas del Apocalipsis y la invocación: «¡Oh María, sin pecado
concebida! Rogad por nosotros que recurrimos a Vos». La devoción se extendió
por todo el mundo católico de tal manera que dicha medalla se convirtió en uno
de los objetos más difundidos, con muchos centenares de millones de unidades.
Llevaba una, hecha de chapa y colgada con un cordón, santa Bernardette
Soubirous cuando se le apareció la Señora por primera vez, el 11 de febrero de
1858, vestida precisamente de blanco y azul.
Pues bien, Arsène Heitz no era
simplemente uno de los innumerables católicos que llevaba consigo aquella
medalla surgida a partir de unas apariciones, sino que cultivaba una especial
veneración por la Inmaculada. Y por tanto, pensó que haría su diseño con las
estrellas colocadas en círculo, como en la Medalla, sobre un fondo azul
mariano. Para su sorpresa, el boceto ganó el concurso. La Comisión que componía
el jurado estaba presidida por un belga de religión judía, responsable de la
sala de prensa del Consejo, Paul M.G. Lèvy, que no conocía los orígenes del
símbolo, pero al que probablemente le impresionaron los colores. Efectivamente,
el azul y el blanco (ya hemos dicho originariamente las estrellas no eran
amarillas sino blancas) eran los colores de la bandera del por entonces recién
constituido Estado de Israel.
Aquel estandarte había ondeado
por primera vez en 1891, en Boston, en la sede de la «Sociedad Educativa
Israelita», y se inspiraba en el chal rayado que usan los judíos para la
oración. En 1897, en la Conferencia de Basilea, se adoptó como símbolo de la
Organización Sionista Mundial, convirtiéndose finalmente en 1948 en la bandera
de la república de Israel.
Desde una perspectiva de fe, es
felizmente simbólica esa unión de referencias cristianas y judías. Y es que la
mujer de Nazareth es la «Hija de Sión» por excelencia, es el vínculo de unión
entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, aquella en cuyo cuerpo se concretó la
espera mesiánica. Incluso el número de las estrellas parece vincular
estrechamente ambos credos: doce son los hijos de Jacob y las tribus de Israel,
y doce los apóstoles de Jesús. Tenemos así el judeo-cristianismo que ha
construido el continente unido en una bandera.
Tenemos además que algunos años
después de la conclusión del concurso de idea, en 1955, el boceto de Heitz se
adoptó oficialmente como bandera de la nueva Europa. Entre otras cosas, para
confirmar la inspiración bíblica y al mismo tiempo devocional del símbolo, el
pintor consiguió introducir una tesis personal que fue hecha propia por el
Consejo de Europa. Efectivamente, habían surgido críticas puesto que los
Estados miembros por entonces sólo eran seis y no se veía la razón de que las
estrellas fueran doce. ¿Acaso la nueva bandera no debía remitirse a la lógica
de la Old Glory, la bandera de los Estados Unidos de Norteamérica, donde a cada
Estado federado corresponde una estrella? Arsène Heitz consiguió convencer a
los responsables del Consejo: sin revelar la fuente religiosa de su inspiración
para no provocar recelos, sostuvo que el doce era, para la sabiduría antigua,
«un símbolo de plenitud», y que no debía cambiarse tampoco si los miembros
superaban ese número (25 actualmente). Así sucedió y así ha sido
definitivamente sancionado por la nueva Constitución. Ese número de astros que,
como profetiza el Apocalipsis, coronan la cabeza de la «Mujer vestida de Sol»
no cambiará nunca.
El día de la Inmaculada.
Acabaré con un detalle que puede
servir de reflexión: la sesión solemne durante la que la bandera se adoptó se
celebró, lo hemos dicho, en 1955, en un día que no se escogió aposta, sino que
vino determinado por las agendas de los Jefes de Estado. Pero he aquí que aquel
día era un 8 de diciembre, día en que la Iglesia celebra la fiesta de la
Inmaculada Concepción, era realidad de fe prefigurada por aquella Medalla que
inspiró la bandera. Para muchos, desde luego, una casualidad. Pero para otros,
quizá, el signo discreto pero preciso de «otra» realidad, en la que tiene un
significado el hecho de que al menos durante mil años, hasta la ruptura de la
Reforma, precisamente María fuera venerada en todo el Continente como «Reina de
Europa»
Bandera de Israel
*****
**
*
**
*