Organizando en un cuarto
su primera guardería.
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Es posible que no haya en España un caso semejante al de Encinacorba en el que, dos mujeres invidentes, organizan una guardería no solamente con función asistencial sino, también, didáctica. Nunca tuvieron el más mínimo problema o, dicho de otra forma, los niños tenían que estar activos para ser oídos, reconocidos y controlados. En la villa se recuerda con cariño y admiración la labor de estas dos mujeres invidentes. Aquí se inventó la integración en su más plena expresión. Si en España se organizó la ONCE como forma de supervivencia para las personas que tenían en la ceguera la mayor carencia de una persona, aquí en Encinacorba, estas dos mujeres, se ganaron la vida con un trabajo digno y ejemplar. Los padres confiaban en ellas y ellas conocían a cada uno de los niños por la voz y el tacto. Las dos cieguecitas de Encinacorba, no solamente guardaban a los niños sino que les enseñaban a través de canciones, recitaciones, adivinanzas, cuentacuentos, aprendizaje de números, letras, juegos y, sobre todo, generando hábitos de conducta moral. Al ser ciegas, tenían forzosamente que tener a los niños activos para poder reconocerlos y controlarlos. La ceguera les obligó a desarrollar el ingenio.
Alguien podría pensar que esto es un cuento, pero no, es rigurosamente cierto. Ascensión y Atanasia (Las Atanasias) merecen el reconocimiento general y deberían tener al menos una calle dedicada a su recuerdo y ejemplo.
Carmen Gil Cucalón fue una de las niñas que asistió a esta increíble escuela y quien hoy nos ofrece, con esta poesía, un testimonio entrañable y cierto de cuanto decimos.
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