(ENNA, AÑO 1843)
Tomado del Libro, "LOS BORBONES EN PELOTAS"
Ramón María
Narváez, duque de Valencia (1800-1868), fue una figura decisiva en el reinado
isabelino. Gran soporte conservador del trono de
Isabel II desde sus orígenes, logró mantener unido al Partido Moderado durante
los años cruciales de 1845-1853. Era conocido como «El Espadón de Loja», ciudad
en la que tenía gran cantidad de bienes. Entre 1844 y 1868 presidió el Consejo de
Ministros en siete ocasiones. Su fallecimiento, el 23 de abril de 1868, aceleró
la quiebra final del Partido Moderado, ya muy atomizado y que el general había
dejado de controlar. En la escena, recordando la dura represión que llevó a
cabo sobre sus opositores, aparece sobre un patíbulo, con una soga en la mano
junto al garrote vil, y un sombrero calañés, prenda muy recurrente en estas
acuarelas. De general calañés le calificaron varios autores satíricos. En el periódico
Gil Blas, en octubre de 1870, se publicó una caricatura de Ortego titulada «El poder
en España. Ayer, hoy y mañana» donde la figura de Narváez se evocaba mediante
un enorme calañés y una espada, sinécdoque frecuente. Manuel del Palacio y Luis
Rivera en Cabezas y calabazas (1864), le dedicaron uno de sus retratos al
vuelo: «Tiene este santo varón / por su afán de ser bonito / y sus aires de
matón, / semejanza con Nerón... / y también de don Pepito».
Según Lee Fontanella, Gustavo Adolfo Bécquer estuvo junto a Narváez en su lecho de muerte, en abril de1868.
Valle-Inclán describe así su final en La Corte de los Milagros (1927): «El Espadón de Loja, con garrafas en los pies, cáusticos en los costados y en las orejas cuatro pendientes de sanguijuelas, íbase de este mundo amargo a todo el compás de sus zancas gitanas. En sopor, con hervores de pecho, sostenía inconexos diálogos, agitado por los fantasmas de la fiebre [...] Don Ramón María Narváez, Duque de Valencia, Grande de España, Capitán General de los Ejércitos, Caballero del Toisón y Presidente del Real Consejo, hacía su cuenta de conciencia. Miraba en sí, con mirada advertida, juntando la contemplación ascética con presagios y agüeros de gitano rancio. El señor Duque de Valencia, en las sombras de la alcoba, fulminaba sus últimos reniegos con ojos relucientes de fiebre y la calva ceñida a lo majo por el gibraltarino pañuelo de seda».