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viernes, 27 de marzo de 2020

Marzo2020/Miscelánea. LA VERDADERA RAZÓN DE POR QUÉ LECHAGO SE LLAMA LECHAGO

REFRANERO GEOGRÁFICO TUROLENSE
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En estos días de encierro forzoso, las horas pasan lentas y hay tiempo hasta para aburrirse. Puedes darle la vuelta a la biblioteca, a la fonoteca y no digamos a la bicicleta (estática). Y, es por esta causa mayor del Coronavirus, por la que he estado rebuscando en los cajones libros, que hace tiempo había olvidado. Esos libros que los lees una vez y los almacenas sine die. Bien, pues este libro, que más que un libro es una cuadernillo de 38 páginas editado por el Centro de Estudios del Jiloca y escrito por José y José María de Jaime (padre e hijo),  versa sobre lo que aquí va de título, con el añadido de los comentarios y aclaraciones pertinentes.  Todo correcto.
Sucede a menudo que las cosas populares y que han ido de boca en boca durante muchas generaciones suelen tener varias versiones, según el pueblo, la circunstancia, o la mucha o poca imaginación de la persona que la cuenta. La cosa anda así de revuelta hasta que, finalmente, se “fija” mediante el escrito. Y “fijar”, gráficamente, es una de las tareas que cumple este cuaderno.
Veamos el ejemplo de LECHAGO (pueblo del Jiloca a orillas del río Pancrudo y famoso, ahora, por tener un pantano que nadie sabe para que sirve, el pantano, no el pueblo). Bien, pues el topónimo, siempre ha llamado la atención. Hasta tal punto, dicen los autores, que los jornaleros del campo suelen decir cuando empinan la bota. “Valiente trago, y viva el cura de LECHAGO”.
Sin embargo a la pregunta… ¿De dónde proviene el nombre de LECHAGO? La creencia popular referida en el cuaderno es la siguiente. “Cuentan jocosamente en los pueblos de alrededor de LECHAGO, que debe el nombre el pueblo a esta exclamación de Jesucristo tras retirarse al desierto a orar y sufrir las tentaciones del demonio. Y aquí que LECHE  HAGO.”
La versión que yo he oído, aún teniendo en el fondo el mismo significado, goza de alguna variación.
Dice así:
Cuentan que se reunió el concejo del lugar con un único punto del día. Se trataba de aclarar el por qué todos los lugares de la contornada tenían un nombre  y este no. Planteada la cuestión uno de los vecinos señaló que, si no se sabía el nombre, es porque nadie lo había preguntado. ¿Y, a quién preguntamos, respondió el Alcalde? Volvió a intervenir el vecino… a quién si no, al que ha creado el pueblo. Preguntemos a Jesucristo hijo de Dios y el nos lo dirá.  El Alcalde, dando dos golpes de mazo en la mesa consistorial, dio por terminada la sesión y dijo: todo el pueblo se encerrará ahora en la iglesia a rezar y a pedir a Jesucristo que venga a decirnos que nombre tiene este pueblo.
Pasaron los días y Jesucristo no daba señales, ni aparecía por ningún lado. Por más que se encargaba misas al cura y se hacían rosarios y novenas… Jesucristo no llegaba nunca.
Cierto día, ya anochecido, llegó procedente de Navarrete un pastor  a dar vuelta a un pequeño atajo de ovejas parideras que tenía en unos corrales del alto del pueblo. Llevaba el pastor una potente luminaria cuyo resplandor alcanzaba ya a las primeras casas del pueblo. En esa primera casa vivía una vieja que, asombrada con la iluminaria, entreabrió la puerta y observo al caminante. El pastor, sin previo aviso se paró en seco. Advirtió que no había luz en ninguna casa y que tampoco había alumbrado público. Y entonces exclamó: ¡Que LECHE HAGO yo aquí!
Desapareció el hombre de la luminaria y la abuela corrió, cuanto pudo, a casa del Alcalde y le espetó ya sin resuello. ¡Señor Alcalde, Señor Alcalde! ¡Qué ya ha venido Dios! El Alcalde trató de tranquilizarla dándole a beber un poco de agua fresca del río Pancrudo. ¡Vamos a ver, mujer, qué ha sucedido!
Señor Alcalde, que ya tenemos nombre. Que ha venido Dios y ha dicho que el pueblo se llamará LECHAGO. Y así ha sido, al menos hasta hoy día.

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