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sábado, 14 de marzo de 2020

Marzo2020/Miscelánea DEMETRIO CARCELLER SEGURA (NATURAL DE LAS PARRAS DE CASTELLOTE)


Demetrio Carceller Segura (Las Parras de Castellote, Teruel; 22 de diciembre de 1894-Madrid, 1 de mayo de 1968) fue un ingeniero textil y político falangista español. Fue ministro de Industria y de Comercio segundo gabinete de Franco, asesoró al dictador sobre la necesidad de una aproximación a los Estados Unidos.(Wikipedia)
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REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
Demetrio Carceller Segura
Biografía
Carceller Segura, Demetrio. Parras de Castellote (Teruel), 22.XII.1894 – Barcelona, 1.V.1968. Inge­niero industrial, banquero y empresario.
Considerado como uno de los más avispados finan­cieros de España y uno de los más afortunados opor­tunistas vinculados al régimen de Franco. Emigrado a Cataluña a los seis años, su padre pasó de labrador a bedel de la Escuela Industrial de Tarressa, donde De­metrio estudió bajo la protección de Alfonso Sala Ar­gemí, conde de Egara, fundador de la escuela. A los diecinueve años obtuvo el título de ingeniero de in­dustrias textiles. En 1914, con veinte años, traba­jaba como químico en el laboratorio de refinería de lubrificantes de la empresa Sabadell Henry. Cuando, el 31 de diciembre de 1927, el gobierno creó el mo­nopolio de petróleos, CAMPSA incautó la refinería y Carceller se convirtió en su director. Un año después era director adjunto de CAMPSA y conoció personal­mente al general Primo de Rivera y al ministro José Calvo Sotelo, creadores del monopolio.
A partir de 1933, Carceller comenzó a colaborar es­trechamente con los fundadores de Falange, José An­tonio, Primo de Rivera, Julio Ruiz de Alda y Alfonso García Valdecasas. Sus conocimientos empresariales eran tales que José Antonio pensaba en él como el futuro ministro de industria en un hipotético e ideal gobierno fascista a la española, cargo que, dicho sea de paso, ocupó con Franco entre 1938 y 1942. Convertido, a sus treinta y nueve años, en uno de los je­fes de Falange en Barcelona, Carceller tenía el per­fil adecuado para convertirse en el líder que buscaba este sector financiero para capitanear el nuevo movi­miento nacionalista. Sin embargo, según Payne, “su liderazgo no cuajó por dos motivos: por la falta de preparación de aquellos industriales que pretendían apoyarlo y por el hecho de que a Demetrio lo que más le interesaba era hacer dinero”.
Al estallar la guerra civil, Carceller se trasladó a Burgos y trabajó en la Junta de Defensa desde 1938, dentro de la Comisión de Industria y Comercio pre­sidida por Joaquín Bau Noya. En 1940 fue miem­bro de la Junta Política, del II Congreso de Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (FET-JONS), y jefe provincial del Movimiento en Barcelona. El 16 de octubre de aquel año sustituyó al militar Luis Alarcón de Lastra como ministro de Industria y Comercio. Ejerció el cargo hasta 1945. Durante la Segunda Guerra Mun­dial explotó, indistintamente, las necesidades de los aliados y del Eje. Acompañó a Ramón Serrano Suñer en su viaje oficial al Berlín nazi, pero supo acercarse a los países aliados porque, según decía, “los capitalis­tas de todo el mundo podían entenderse”. Consiguió frenar a Juan March, y bajo su ministerio se inició la corrupción a gran escala dentro del régimen.
Su salida del gobierno supuso la continuación de una prodigiosa carrera empresarial. Decenas de con­sejos de administración se disputaron sus favores y dejó en una envidiable posición económica a sus des­cendientes. El 30 de julio de 1945, el ministro de In­dustria relató a su secretario José Antonio Torrente Fortuño: “Yo nunca, cuando tenía diez años y recogía peras y melones en el huerto a la vez que estudiaba, pensé que llegaría a ser millonario. Para esto y para otras muchas cosas más, había que saber tocar a Wag­ner con un peine”.
Mientras fue ministro se había convertido en el in­terlocutor de los empresarios catalanes de su época. Fue consejero de numerosas empresas, entre ellas los bancos Transatlántico, de Fomento y de Aragón, y las compañías petroleras Repesa y CEPSA. Al tiempo que se mantenía como procurador en Cortes desig­nado personalmente por Franco, ocupó puestos en dieciséis consejos de administración de grandes com­pañías: presidente de Bebidas Americanas, de Pro­ductos Asfálticos, de Industrial Cervecera Sevillana, de Siderúrgica Industrial Compañía Ibérica; vicepre­sidente de la Refinería de Petróleos de Escombreras. En 1964 promovió la creación del Banco Industrial de Cataluña, tres cuartas partes de cuyas acciones fueron suscritas por los bancos industriales catalanes: Banco Comercial Transatlántico, Banco de Sabadell y Banca Catalana.
Hasta su fallecimiento, en Barcelona en 1968, la le­yenda le atribuyó una inmensa fortuna personal. En los años sesenta confesaba sin ambages: “En Barce­lona residen, por lo menos, ciento cincuenta ciudada­nos perfectamente desconocidos del gran público que tienen fortunas muy superiores a la mía, sin que por ello pueda significar que yo estoy descontento. Y ante personalidades políticas y tertulias particulares hace más de veinte años que vengo presumiendo de que ‘Carceller y las empresas a que está vinculado Car­celler, viven en España, pero no de España’. Y creo que somos muy pocos los que, disfrutando de una posición económica desahogada, podamos mantener este aserto”.
Bibl.: J. Muñoz, El poder de la banca en España, Algorta, Zero, 1970; E. Álvarez-Puga, J. C. Clemente y J. M. Gironés, Los 90 ministros de Franco, Barcelona, Dopesa, 1970; A. de Miguel, Sociología del franquismo, Barcelona, Euros, 1975; F. Franco Salgado-Araujo, Mis conversaciones privadas con Franco, Barcelona, Planeta, 1976; S. G. Payne, Falange. Historia del fascismo español, Madrid, Sarpe, 1985; C. Molinero y P. Ysàs, Els industrials catalans durant el franquisme, Vic, Eumo Editorial, 1991; J. A. Torrente For­tuño, Bolsistas, banqueros y periodistas, 150 semblanzas convi­vidas, Madrid, Gráficas España, 1991; F. Cabana, La burgesia catalana. Una aproximació històrica, Barcelona, Proa, 1997; I. Riera, Los catalanes de Franco, Barcelona, Plaza y Janés. 1998; J. Baldavío y J. Sinova, Todo Franco, Barcelona, Plaza y Janés, 2000; M. Sánchez Soler, Ricos por la patria, Barce­lona, Plaza y Janés, 2001; M. Sánchez soler, Los banqueros de Franco, Madrid, Oberon, 2005.
Mariano Sánchez Soler

LA DINASTÍA CARCELLER
Villanueva Herrero, José Ramón
Durante los duros años del franquismo, en la inmediata posguerra, hubo dos turolenses que tuvieron un papel relevante en la política de la dictadura pues ambos fueron ministros del régimen: uno fue José Ibáñez Martín, responsable del Ministerio de Educación Nacional entre 1939-1952, y el otro, posiblemente menos conocido, fue Demetrio Carceller Segura (1894-1968), nacido en Las Parras de Castellote y que ocupó la cartera de ministro de Industria y Comercio entre octubre de 1940 y julio de 1945. A éste me referiré seguidamente.
Demetrio Carceller era hijo de una familia campesina que, como tantas otras, emigró desde las tierras turolenses a Cataluña en búsqueda de un futuro mejor. Establecidos en Tarrasa, pasados los años Demetrio llegó a ser ingeniero textil en esta industriosa ciudad catalana. Durante los años de la II República, inició su andadura política en las filas de la derecha fascista, razón por la cual colaboró con José Antonio Primo de Rivera en la fundación de Falange Española (1933).
Iniciada la Guerra Civil, consiguió, al igual que Ibáñez Martín, evadirse de la zona leal a la República y llegar a la zona rebelde, en donde participó en la recién creada Comisión de Industria y Comercio de la Junta de Defensa de Burgos. Carceller, por aquel entonces con importantes intereses vinculados a los negocios petrolíferos desde la fundación de CAMPSA (1927) y CEPSA (1929), desempeñó un papel decisivo (“intervención capital”, según Ramón Garriga), para conseguir los vitales suministros de carburante que precisaban los sublevados para sus tropas en los primeros instantes de la contienda, antes de que recibieran el masivo apoyo procedente de las potencias fascistas, esto es, de la Alemania de Hitler y de la Italia de Mussolini. Tal es así que los contactos del turolense Carceller hicieron que la multinacional petrolera americana Standard Oil suministrara de forma inmediata éstos a los generales Mola y Franco, cabezas visibles de la sublevación liberticida contra la República.
Durante la Guerra Civil, Carceller, a quien ya se empezaba a conocer como “el cerebro económico de la Falange”, fue ganando prestigio y poder político en la jerarquía franquista. Concluida esta y en pleno delirio filonazi, Carceller formó parte de la nutrida delegación que, al mando de Serrano Suñer, viajó a Berlín en septiembre de 1940 con el propósito de acordar la entrada de la España franquista en la guerra mundial al lado de las potencias del Eje. Carceller había recibido el mandato de Franco de estudiar los métodos puestos en práctica por la Alemania nazi para obtener dos productos que el régimen consideraba vitales en la depauperada España de posguerra: la fabricación de gasolina sintética  y de abonos químicos, razón por la cual el turolense efectuó diversas reuniones con técnicos alemanes y trató con los jerarcas nazis importantes temas económicos.
La estrella de Carceller era ascendente y un sentimiento de admiración hacia el político turolense se extendía entre la delegación española enviada a Berlín, hasta el punto de que algunos querían ver en él a “un mago de la obra de reconstrucción económica de España”. Pero el objetivo último que con ello se pretendía no era otro que servir a los fines de un quimérico expansionismo “imperial” aireado por el franquismo al socaire de su abierta alineación con la Alemania nazi, la misma que estaba despedazando a la vieja Europa. De hecho, se pensaba que, si la España franquista resolvía el problema del autoabastecimiento de gasolina y fertilizantes, podría jugar un “papel decisivo” en la guerra y el consiguiente reparto de un botín colonial que se intuía próximo.
A su regreso de Berlín, Franco, que confiaba plenamente en los planes económicos de Carceller, lo  nombró ministro de Industria y Comercio (17 octubre 1940), con lo cual dejaba en manos del falangista de Las Parras de Castellote la inmensa tarea de reconstruir la economía de aquella triste España de la posguerra, sumida en la miseria y la represión y cuyo primer eslabón fue la creación del Instituto Nacional de Industria (INI) en septiembre de 1941.
La gestión del flamante ministro turolense, compañero en el Gobierno de su paisano Ibáñez Martín, se caracterizó en un primer momento por su entusiasmo germanófilo. Convencido como estaba de la inminente victoria del III Reich, era de la opinión de que había que ayudar a la Alemania nazi en todo lo posible, suministrándole todo cuanto pidiera (sobre todo hierro y wolframio para su industria bélica) sin exigir, como contrapartida apenas nada,  lo cual se resumía con total nitidez en una frase del mismo Carceller: “A la hora de la victoria verá Hitler quienes han sido sus verdaderos amigos y recibiremos el premio que nos hemos merecido”.
Pero la realidad fue bien distinta: la gestión de Carceller propició los desastrosos balances comerciales hispano-germanos de 1940, 1941 y 1942. No fue hasta finales de 1942 cuando el astuto Carceller percibió que la guerra cambiaba de signo tras las derrotas nazis de Alamein y Stalingrado y por ello mudó su inicial servilismo pronazi por una mayor presión económica sobre Alemania bajo el lema de “Te daré lo que me pides, si recibo aquello que necesito”. Fue entonces cuando intentó desarrollar, con tecnología alemana, los proyectos para la elaboración de gasolina sintética y abonos químicos a partir de pizarras bituminosas y lignitos de baja calidad. En este contexto hay que situar la creación en noviembre de 1942, dentro del INI, de la Empresa Nacional Calvo Sotelo de Combustibles Líquidos y Lubricantes con el objeto de explotar las cuencas de Puertollano y Teruel y cuya producción, según el régimen debía de cubrir el 25-30 % de consumo nacional, pues se pensaba en producir mensualmente  la irreal cifra de 10.000 Tm. de gasolina sintética.
De Carceller debemos señalar igualmente que fue el primer ministro de Franco que volvió la espalda a la Alemania nazi cuando percibió la futura derrota de ésta y jugó, hasta su cese el 18 de julio de 1945, la carta del triunfo aliado pues pensaba que los capitalistas de todo el mundo, entre ellos los nuevos ricos surgidos al amparo del franquismo, como era su caso, debían de ser “buenos amigos” para hacer frente al enemigo que se vislumbraba en el horizonte en caso de una victoria soviética en la Guerra Mundial una vez abatida la Alemania hitleriana.
Continuando con la trayectoria política del ministro turolense Demetrio Carceller digamos que, cuando Franco lo cesó como ministro de Industria y Comercio el 18 de julio de 1945, tras cuatro años y medio en el cargo, el político nacido en Las Parras de Castellote era ya uno de los hombres más ricos de España, pues cuando dejó el gabinete contaba ya con una inmensa fortuna. Según datos aportados por el eminente historiador Josep Fontana en el VII Congreso de la Asociación de Historia Económica celebrado en Zaragoza en septiembre de 2001 sobre el tema “La economía del primer franquismo”, el ingeniero falangista acumuló su fortuna como consecuencia de que “ninguno de los negocios, empresas, industrias, comercios, permisos de importación, de explotación, negocios bancarios, establecimientos de industrias o su ampliación, o de comercio, ni una sola actividad industrial, comercial o de la banca españolas, puede realizarse sin contar con el beneplácito de don Demetrio Carceller”, por cuyas manos pasaron “miles y miles de millones de pesetas”, pero no sin dejar “peaje”, por lo que a Carceller se le ha considerado el iniciador de la corrupción en gran escala generada por el franquismo, el cual ya poseía una fortuna considerable derivada de sus negocios de refino de petróleo cuando fue nombrado ministro en 1940.
Una anécdota curiosa  de ésta época de ministro refleja el peculiar carácter de Carceller. En cierta ocasión, hablando con el agregado comercial de los Estados Unidos,  le preguntó cómo podría obtener un coche Buick del último modelo que acababa de salir de fábrica. El americano, amablemente, le contestó que él se encargaría de que el ministro tuviera el vehículo que tanto deseaba. “Acepto –respondió Carceller- , pero nada de regalos. Lo quiero pagar”. Pasaron unas semanas y el mismo diplomático se presentó para anunciar: “Señor ministro: a la puerta del Ministerio está el Buick que usted deseaba. Le sugiero un paseo a prueba”. Carceller abandonó todos los asuntos y subió al coche. Terminada la prueba y encantadísimo de su Buick, dijo al norteamericano: “Me tiene que decir lo que le debo, pues quedamos que lo quería pagar”. “Me debe 500 pesetas”, replicó el norteamericano al indicar un precio simbólico con el cual deseaba congraciarse con el ministro Carceller. Acto seguido, éste sacó la cartera y alargó un billete de 1.000 pesetas. “No tengo cambio”, se excusó el yanqui. “No importa –respondió el ministro- quédese con las 500 pesetas y envíeme otro Buick” fue la respuesta del ministro turolense.
Así fue como se asentó la dinastía Carceller, una dinastía de gran poder económico que ha ido creciendo, año tras año, hasta la actualidad. De este modo, el patrimonio del político y empresario turolense, cimentado inicialmente en los negocios petrolíferos (CAMPSA, CEPSA), energéticos (Hidrocantábrico) y financieros (Banco Herrero), fue continuado por su hijo Demetrio Carceller Coll, mediante el control de la industria cervecera Damm, de la cual era presidente y el mayor accionista así como desde la presidencia del Banco Comercial Transatlántico (Bancotrans), del cual era propietario del 11 % de sus acciones, o su participación en Sevillana de Electricidad, empresa vinculada a Endesa.
Pero la expansión de la dinastía Carceller alcanzó su cenit de la mano de Demetrio Carceller Arce, el “nietísimo” del ministro de Las Parras de Castellote y que, a fecha de hoy, es una de las fortunas más potentes de España. Su inmenso patrimonio se extiende desde sus participaciones en la Bolsa (que superan los 1.000 millones de euros), hasta un amplio conglomerado de empresas: la familia Carceller extiende su poderío económico por todo un holding empresarial del que forman parte la Sociedad Anónima Damm (presidente y máximo accionista con el 23 % del capital de la cervecera), así como empresas del sector petrolífero y energético como Disa Corporación Petrolífera, que controla la distribución de carburantes en las islas Canarias, en donde se halla domiciliada por cuestiones fiscales, así como CEPSA, Repsol, Atlántica Petrogas, Unión Fenosa, Gas Natural o Hidrocantábrico. El emporio se extiende igualmente al sector de las empresas constructoras e inmobiliarias: Demetrio Carceller Arce es propietario del 6,04 % de las acciones de Sacyr-Vallehermoso y fue uno de los impulsores del asalto protagonizado por esta constructora para hacerse con el control del BBVA; además, es miembro de los Consejos de Administración de diversas industrias del sector alimentario como es el caso de Ebro-Puleva e, incluso de otras empresas diversas como la dedicada a la producción de pinturas CIN-Valentine.
Ciertamente, nadie sabe con certeza la cuantía del patrimonio de Demetrio Carceller Arce, cabeza visible de la fortuna amasada por la familia del político de origen turolense. Su nieto, austero, discreto, alejado siempre de los medios de comunicación, profundamente enraizado con la más selecto de la burguesía española a pesar de tener su residencia en Londres, es el símbolo de una familia poderosa que ha pasado durante muchos años desapercibida para el conjunto de la sociedad que desconoce su trayectoria y el poder económico acumulado desde los tiempos de su abuelo, aquel antiguo ingeniero textil embarcado más tarde en negocios petrolíferos, ministro franquista de Industria y Comercio en los años más duros de aquella España triste, hambrienta, autárquica y víctima de la inmisericorde represión por parte de los vencedores de una trágica guerra civil mientras que los adictos al régimen medraban en la política y la economía del franquismo.
Esta es la breve historia de una familia, de la dinastía Carceller, una familia que no sufrió los rigores de la España del racionamiento y la pobreza, que se enriqueció al amparo de la dictadura franquista y que hoy es una de las mayores fortunas en la España democrática, una familia que, a buen seguro, tampoco sufrirá los efectos de la crisis económica global. Así es la vida, así es la historia de los poderosos.
(Diario de Teruel, 22 y 29 de noviembre de 2009)
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