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martes, 3 de marzo de 2020

Marzo2020/Miscelánea. DE LO QUE LE OCURRIÓ A SAN BERNABÉ EN COSUENDA UNA TARDE DE VERANO.


EL POBRE BERNABÉ
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 Antes de que el sacerdote jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin intentará conciliar fe y ciencia ya había muchos sacerdotes en Aragón que, rascándose el cogote por la parte de la tonsura, aventuraban expresiones propias de una venidera época en la que el imperio sería el de la razón o casi. Uno de estos pioneros fue el cura de Cosuenda, parroquia y lugar que tienen por patrono a San Bernabé. Era la época en que funcionaban los esconjuraderos para detener las tormentas y, de las rogativas, para pedir la lluvia. Así es la vida del agricultor, siempre penando: unas veces porque no llueve y otras por tanto llover.
Como Cosuenda, al contrario que Encinacorba, no tenía ni tiene esconjuradero con el que aplacar las tormentas de verano y, siendo una época en la que todavía no se había inventado la estufa de yoduro de plata, ni las avionetas que riegan las nubes que vienen de Gallocanta cargadas de piedra. El Alcalde del lugar y buena parte de los parroquianos instaban insistentemente al mosén: ¡Señor cura, señor cura! ¡Qué saque a San Bernabé pronto o nos quedamos sin cosecha este año! Mire usted que las nubes vienen por Algairén muy negras y nos acotolarán todas las vides.
Tras mucho insistir, el cura párroco del lugar, se revistió a escape en la sacristía y cuatro hombres forzudos cogieron la peana con el santo. Ya estaban en la calle, pasaron el río y el cura comenzó: primero el exordio, luego el rosario y, entremedias, se cantaron los gozos al venerable patrón y se le rindieron otros agasajos florales. Y así, calle arriba y calle abajo, la feligresía ponía de su parte todo el ímpetu de su fe más pura, para que la nube se aplacara por mediación del santo Bernabé. Pero en vano. El cielo, por momentos, se puso negro como el carbón y un olor puro a ozono penetraba en las fosas nasales del cura que, visto lo visto, planteó la retirada ordenada del santo y de la procesión al interior del templo.
Atravesaron, ya en desbandada, el puente mientras que la peana que iba en posición delantera penetraba en el templo. En ese mismo instante pero, un segundo antes de que el santo se pusiera a cubierto, sonó un tremendo trueno y una piedra, que digo piedra, un meteorito de hielo del tamaño del puño de un labrador honrado fue a dar en la cabeza del santo arrancándole la mitra. Dejó la nube de rugir, aplacose la multitud y en medio de un silencio sepulcral se oyó la voz del mosén exclamar: CHÚPATE ESA BERNABÉ. Luego comenzó una tremenda granizada que dejó los campos asolados. Sin embargo, esta frase lapidaria ha quedado inscrita en los anales de la pequeña historia local de Cosuenda y, en ocasiones propicias, se escucha salir, también, de la boca de muchas gentes de los  pueblos de la redolada.
No perdía sin embargo, San Bernabé, la gracia entre sus fieles y no dejaron por ello de implorar sus favores en cuantas ocasiones se presentaban. Todo lo contrario que el mosén, cada día más inclinado a leer los libros del jesuita francés, a pesar de estar severamente prohibidos por la curia romana. En esta deriva, nació en él la pasión por la ciencia y el desapego por las cosas de la fe. Le interesaba particularmente la climatología y dedicaba buena parte de su tiempo a investigar sobre el tema y a observar los fenómenos meteorológicos haciendo apuntes en un cuadernillo que llevaba siempre en un bolsillo de la sotana.
Tras la última salida infructuosa de San Bernabé por las calles de Cosuenda, el cura se resistía a hacer nuevos alardes de fe y pensaba, cada vez más, en que los poderes del santo no eran tales. Sucedió que vino a la comarca un largo periodo de sequías. No se veía en el cielo ni la más pequeña nube. Las fuentes se secaron, y las viñas, a pesar de su probada resistencia a la sequía ya empezaban a secarse. Alarmados los vecinos, recurrieron de nuevo a San Bernabé para que les sacara del apuro. El Alcalde  y un grupo de vecinos se acercaron hasta la casa del curato para hablar con el mosén. Señor cura, le dijeron, es preciso que saquemos a San Bernabé de procesión. La sequía nos va a dejar sin cosechas y moriremos de hambre. Como vieran al cura remiso, insistieron y porfiaron. Por fin, el mosén abdicó de su reacia posición, no sin antes espetarles otra de sus famosas y lapidarias frases: ¡AL SANTO LO SACAREMOS DE PROCESIÓN, PERO… DE LLOVER NO ESTÁ!
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