Nº Inventario: 0366
Datación: Primera mitad del siglo XVII
Otros números: R. 54
Dimensiones: 89 x 66 cm
Técnica: Óleo sobre lienzo
Restauración: Pedro Rodríguez Mostacero (1984)
Domingo Anadón
Biografía tomada de la Real Academia dela
Anadón, Domingo.
Loscos (Teruel), c. 1530 – Valencia, 28.XII.1602. Dominico (OP), venerable.
Natural de
Loscos (Teruel), municipio de apenas trescientos habitantes, donde nació hacia
1530. En el Libro de hábitos del convento de predicadores de Valencia figura su
ingreso en la Orden el 30 de abril de 1557, donde tuvo a san Luis Bertrán por
maestro de novicios. Profesó el 6 de mayo de 1558.
Por espacio de
cuarenta y cuatro años desempeñó el oficio de portero y limosnero de su
comunidad.
En 1609 el
arzobispo de Valencia, san Juan de Ribera, incoó el proceso de su canonización,
para lo que señalaron las Cortes valencianas la suma de quince mil libras. En
1607 el historiador dominico Vicente Gómez había publicado ya su vida. El 30 de
noviembre de 1647 fue trasladado su cuerpo al nuevo sepulcro, hecho en Génova
por encargo de Juan Alfonso Pimental, conde de Benavente y virrey de Nápoles;
sepulcro que hoy puede verse en el Museo de Bellas Artes de Valencia (San Pío
V) y que estuvo primitivamente adosado a los muros de la capilla de San Luis
Bertrán del antiguo convento de Santo Domingo, antigua Capitanía General de
Valencia, hoy Fuerza de Maniobras (FMA).
Fuentes y bibl.: Archivo del Reino de Valencia, secc. Clero, Libro de hábitos, lib. n.º 2953, fols. 78r. y 17v.); Archivo del Real Convento de Predicadores (Valencia), Proceso de canonización, ms. 65, fol. 1r.-364v. [ejemplar orig., “De moribus et vita fr. Dominici Anadón”, ms. 64, págs. 2-325, copia del proceso; Biblioteca Universitaria de Valencia (BUV), ms. 8679 (Gut. 1161), fols. 1r.-12r., Instructio; BUV, ms. 8678 (Gut. 1162), instrucción y fórmulas de protestación de fe para el proceso (copia siglo xviii), escrito por J. V. Catalán]. D. Alegre (OP), Historia de las cosas más notables del convento de Predicadores de Valencia, Valencia, s. f. (BUV, ms. 157-158, cf. año 1647); J. Pradas (OP), Memorias de las cosas sucedidas desde el año 1603 asta el año 1628, BUV, ms. 159, fol. 61r.;
V. Gómez,
Verdadera relación de la Vida, muerte y hechos milagrosos del bendito P. F.
Domingo Anadón [...], Valencia, MDCVII [1607] (BUV, ms. Y-32/130); C. Fuentes
(OP), Escritores dominicos del reino de Aragón, Zaragoza, Gambón, 1932, págs.
61-68; M. García Miralles (OP), “Turolenses ilustres: Domingo Anadón”, en
Teruel, 43 (1970), págs. 113- 125 [cf. Archivo de Arte Valenciano, 1 (1915),
pág. 22, fig. 19 (sepulcro)]; M. González Pola, “Anadón, Domingo”, en Q. Aldea
Vaquero, J. Vives Gatell y T. Marín Martínez (dirs.), Diccionario de Historia
Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 61.
Laureano Robles
*
EL VENERABLE, FRAY DOMINGO ANADÓN
LA VIDA DE EL VENERABLE
por José Miguel Simón Domingo
Portero limosnero de la Orden de
Santo Domingo.
Padre de los pobres, raro ejemplo del
mundo.
Venerable por su Santidad y milagros.
Venerado en Loscos con devoción
*
NACIMIENTO
El Padre Fray Domingo Anadón López -El Venerable Anadón-
nació en Loscos en los primeros días del mes de abril (según su segundo biógrafo
Serafín Thomas Miguel, el día 5) del año de 1530. Sus padres fueron Antonio
Anadón y Francisca López. Eran labradores, gente llana y honrada. Sus 7
hermanos fueron: Antonio, María, Gracia, Antonia, Francisca, Justa y Juan.
Juan y María se casaron en Loscos, Antonio en Monforte,
Gracia en Badules, Antonia en Piedrahita y Francisca y Justa en Mezquita. Todos
ellos eran personas sencillas, humildes y de grandes virtudes.
Siendo aún niño murieron sus padres. En Loscos pasó los años
de niñez y adolescencia como pastorcillo, cuidando con su hermano Juan un
pequeño rebaño de ovejas del cupo que les tocó en suerte “un pegijal, que allí
llaman estajo de ovejas”.
Poco más sabemos de sus años de niño y adolescente. Su vida
en Loscos, sus andanzas por la calle El Moral donde nació, por las otras calles
del pueblo y por los campos que conocemos, que aunque no fue recogida por sus
biógrafos ha sido transmitida oralmente entre sus paisanos y es conocida por
toda la gente de este pueblo.
*
*
EMPLEO, DEVOCIÓN Y VIRTUDES
Un día
entero de su vida –según relatan los varios biógrafos que estudiaron sus
hechos- era poco más o menos como sigue: “Se levantaba –en invierno y verano- a
las cuatro de la mañana, rezaba sus maitines y se daba una rigurosa disciplina.
Después de su oración, confesión, misa y otros piadosos ejercicios. Visitaba
diariamente todos los altares de la Iglesia y claustros, que pasaban de ciento.
A las nueve de la mañana acudía a la portería para distribuir la limosna más
universal a los pobres comunes. A la una daba la limosna a los estudiantes –que
tenía en lista- negociándoles todos sus asuntos, a la vez que les hacía
comulgar todos los primeros y segundos domingos de mes y les buscaba casa en
que habitar”.
Durante el
reparto de la limosna a los pobres, sentaba en una parte a los hombres, en otra
a las mujeres y en lugar separado a los niños. Les explicaba, enseñaba,
preguntaba y les hacía cantar la doctrina cristiana; predicaba algún pequeño sermón
sobre las Virtudes y vida de Santos o las excelencias del que aquel día
celebraba la Iglesia o sobre el misterio del Santo Rosario. A los pobres que
por primera vez venían a la limosna, les exigía que se confesasen o que le
mostrasen la cédula de confesión. Les exhortaba a que oyesen Misa y que ganasen
indulgencias. Si no tenían rosario, les daba uno; tenía centenares de ellos. A
los más viejos y vergonzantes, los atendía en otros cuartos, cuando no querían
asistir con los demás. Lo mismo a los peregrinos y mujeres vergonzantes.
Remediaba su necesidad material pero también la espiritual. Consuelo y limosna
para todos los necesitados.
El reparto
de la limosna se realizaba generalmente de la siguiente manera: “Después
sacaban la olla grande, compuesta de arroz, garbanzos, judías y varias
verduras, comprado todo de propósito para los pobres, y tan limpio y bien
guisado como si fuera para los religiosos, velando sobre ellos los prelados. De
esta olla se sacaban dos medianitas, que se destinaban una para los pobres de
la cárcel y otra para los estudiantes que acudían a las once o una. Una y otra
iban acompañadas de veinte panes y un pequeño cántaro de vino. Luego se
distribuía entre los pobres comunes la olla grande con setenta panes y un
crecido cántaro de vino. Ayudaban en esta función de servir a los pobres al
Venerable damas y principales caballeros de la primera nobleza, todos
descubiertos; y algunos días acudían a este asunto de caridad y humildad los
excelentísimos condes de Benavente, virreyes de Valencia, y sus hijos,
asistiendo a la plática y repartiendo la limosna a los pobres”.
Y es que fue
mucho su amor a los pobres; los quería como si fuesen sus hijos. Tanto los
amaba que no quiso dejar nunca este empleo, aunque algunas veces por asistirles
se vio en peligro de perder la vida. Tampoco los superiores lo retiraron de la
portería, aunque alguna vez se lo aconsejaron. “Un día riñendo dos pobres y
arrojado con furia el uno al otro la escudilla, fue por desgracia a dar en la
cabeza del Venerable Anadón y se le quebró con efusión de sangre. Quiso el
prior por esta desgracia retirarle de la portería; pero el Varón Santo se le
arrodilló a los pies y le suplicó que no le removiese por amor de Dios de aquel
caritativo empleo”. Incluso “algún desarrapado quiso matarlo con un cuchillo”.
Ejercitaba
el Venerable en la portería no sólo la caridad, sino también la paciencia;
porque los pobres con la pesadumbre del hambre, estaban inquietos, le decían
mil oprobios e injurias, queriendo todos ser preferidos a los demás.
Era
proverbial la abundancia y prodigalidad de sus limosnas. Nadie alcanzaba a
comprender como se multiplicaban en sus manos el pan y la comida para los
pobres. Mucha gente rica le confiaba donativos para que los repartiera entre
los pobres.
Los ratos
libres que le quedaban de su ocupación de portero y limosnero los dedicaba a
visitar los muchos altares de la Iglesia y Claustro, rezando y adornándolos con
flores.
Visitaba a
los enfermos, a los que guardaba su comida y a los que siempre llevaba en las
mangas algún regalo. Curaba a muchos de ellos y les remediaba muchas
necesidades. Llevaba también pan cuando salía del convento para los pobres que
topaba. Especial interés mostraba con los encarcelados, a quienes enviaba
limosnas, les llevaba comida y ropa y les daba especiales pláticas, aunque, por
su humildad, dejaba de ir muchas veces porque le honraban por Santo.
Su
mortificación era muy grande. tanto en comidas como en las penitencias y
“disciplinas”. Sus ayunos no eran de un día sí y otro no, sino de toda la vida,
porque de la comida ordinaria y de la ración de un fraile dominico -que es más
bien pequeña- quitaba siempre la mitad, o el tercio para los pobres y
levantándose a media comida, mendigaba por las mesas de la ración de los
religiosos para lo mismo. Acostábase tarde y madrugaba mucho –ya se ha dicho
que se levantaba a las cuatro-, estando gran parte de la noche en oración. Su
cama era pobre y dura. Las disciplinas y azotes que se daba eran muchos y con
gran rigor, lastimándose grandemente las espaldas. Muchas veces se disciplinaba
por la conversión de alguna almas, el remedio de las cuales compra a peso y
precio de sangre. Y no mitigaban el rigor de sus penitencias las enfermedades
que padecía que no eran pocas ni pequeñas -dolor de hijada y muy grande y
continúo de estómago, una pierna enferma muchos años y otros muchos males- y
sin embargo siempre parecía estar alegre y nunca se quejaba.
El Venerable
además de su gran caridad para con los pobres, sobresalió en otras muchas
virtudes, como afirman sus contemporáneos y testigos de su Proceso de
Beatificación. Hacía mucha oración, tanto contemplativa como vocal; casi
continua. A media noche, después de la Misa, por la tarde y al anochecer pasaba
largos ratos de oración. Varios testigos hablan de éxtasis en la oración.
Era más que
medianamente docto y sus sermones sabíalos realzar con profunda Teología
(sermones sobre la Trinidad, la Santa Cruz, etc.). Eran sermones desnudos de
colores retóricos y llenos de espíritu y virtud. “El Predicador, -decía el
Venerable-, debe persuadir las virtudes y reprender los vicios”. Sus consejos,
de trato llano y sencillo, los reafirmaba con frecuentes citas de la Sagrada
Escritura y de los Santos Padres y con espíritu y unción que dejaba a todos
admirados.
El Arzobispo
y virrey de Valencia, San Juan de Ribera, admiraba mucho a los religiosos
dominicos; durante sus frecuentes visitas pastorales le acompañaban casi
siempre frailes Predicadores, como Andrés Balaguer, el propio Venerable y el P.
Salamanca. Especial gusto mostraba por los sermones del P. Anadón. Por todo
ello fueron varios los sermones que le encomendó en la Catedral. Predicó
también varias Cuaresmas.
Entre sus
devociones y prácticas piadosas tuvo siempre una especial predilección por el
misterio de la Santísima Trinidad. Sus cartas terminaba así: “La Santísima
Trinidad nos conserve en su amor y gracia con favores del Cielo”. Visitaba con
frecuencia la Iglesia de la Santísima Trinidad de Religiosas Franciscanas y de
los Trinitarios. Sus ejercicios comenzaban así: “Por amor de la Santísima
Trinidad”, y siempre que la liturgia lo permitía, decía la Misa de este
Misterio.
El Santo
Rosario lo rezaba continuamente: cuando iba por los claustros, dependencias y
calles era su devoción favorita. Especial vocación tenía a la Ascensión del
Señor y la Eucaristía. Recordaba los Corporales de Daroca que dejaron profunda
impronta en su alma de sus tiempos de estudiante. Mandaba velas para que
alumbraran en su Capilla y siempre que pasaba por las proximidades de la ciudad
amurallada se desviaba para decir Misa en su Capilla y rezar ante los
Corporales.
Consolaba
cuanto podía a los atribulados y aplicaba por ellos fervientes oraciones. Llegó
a escribir al Rey Felipe II e incluso pasó a Aragón a hablar con su Majestad
para templar el rigor de su Justicia. Comentando esta audiencia, contaba
después: “Mirad cuanto tonto soy, que traté al Rey de Vuesa Merced." Y
advertido por el conde de Chinchón que al Rey se le debía llamar Majestad, “me
equivoqué nuevamente” y concluía: “¡que simple soy que habiéndome avisado volví
a caer!”.
Fue muy
alabado de San Luís Bertrán por las grandes virtudes que en él resplandecían
-profundísima humildad y ardentísima caridad- y decía de Él: “Este fraile es
gran siervo de Dios y no es conocido, pero cuando muriere lo conocerán y
honrarán mucho esta casa”. Y en otra ocasión, cuando un caballero le pidió a
San Luís Bertrán que le encomendase a Dios, le respondió: “Yo soy un pecador,
el santo es Ese que está en la portería”. Antes de morir el mismo San Luís
Bertrán contestó al Prior que le pedía oraciones ante Dios: “Ya queda en casa
el Padre Fray Domingo Anadón. Téngale en mucho porque por Él ha de honrar Dios
nuestro Señor el Convento”.
Era tan
grande la opinión de Santidad que en el siervo de Dios Fray Domingo tenían que
Su Majestad y cuantos grandes seguían la corte, y otros muchos prelados de
España y fuera de ella (Cardenales y otros Príncipes) le escribían pidiéndole
el beneficio de sus santas oraciones y rogaban que los encomendase a Dios. No
llegaba a Valencia Caballero alguno que no le fuese a ver a la portería de
Predicadores para recibir su bendición y remedio celestial en sus enfermedades.
Humildad,
paciencia y caridad, fueron virtudes que profesó incesantemente durante toda su
vida y por lo cual le daban el título de Santo Fray Domingo el Limosnero
*
DON DE PROFECÍA
El Padre
Fray Domingo Anadón, el Limosnero, tuvo don de profecía y fueron innumerables
las cosas que dijo antes que sucediesen o pudiesen saberse. Así lo recogen los
numerosos biógrafos que sobre su vida escribieron. A continuación se reproducen
numerosos relatos que muestran este don concedido al Venerable.
Viniendo una
vez a su patria Loscos, pasó por Altura, y visitó unas sobrinas del Padre Fray
Francisco Clemente del mismo convento de Predicadores y les ofreció traer de su
tierra un poco de azafrán en agradecimiento de las buenas obras y caridad que
le hicieron. No pudo volver por allí, pero llevaba su azafrán. Murmuraron del
Padre aquellas mujeres, porque a su parecer les había faltado a la palabra,
diciendo: “Fiaos de estos Santos”. Y siendo un día esto por la tarde, se fue a
lo que amanecía a la celda del Padre Clemente y le dijo riendo: “Envíe este
azafrán a sus sobrinas, que se lo prometí y que no murmuren de aquí adelante,
como ahora han murmurado de un gran pecador, que soy yo, pues podían murmurar
de alguien bueno”.
Don Vicente
Valterra, Señor de Torrestorres, enfermó el año de 1592, y antes de que la
enfermedad descubriese su malicia, fue a verle Fr. Pedro Blasco con el Padre
Anadón quién acercándose al enfermo le dijo que ordenase sus cosas y enviase
por su hijo Don Miguel que estaba en Almansa, advirtiéndole que estaba en
grande peligro. Como los médicos no tenían por peligro la enfermedad, en
particular el Doctor Almenara, médico insigne, se vino a quejar al Prior de que
sin motivo ni fundamento alguno el Padre Anadón hubiese afligido a toda la casa
por nueva tan infausta. Y advertido el Varón de Dios, respondió: -¿Es amigo mío
Don Vicente Valterra y no queréis que le diga que se muere?-. Y así sucedió y
tan rápido que su hijo Don Miguel no lo vio vivo.
Estando Fray
Pedro del Portillo enfermo en Castellón de la Plana desahuciado de los médicos,
y sin esperanza de vida, ni remedio humano, dada la unción, partió un amigo
suyo a Valencia para hablar con el padre Fray Domingo para que “si era vivo
rogase a Dios por su salud y si muerto por su alma”. Dijo “Vaya con Dios que no
morirá el Padre Portillo de esta vez”, y así fue, porque vivió hasta el año
1610.
Dada su
humildad, este Santo encubría con gran cuidado sus virtudes y santidad. Tanto
que algunos creían que no era tan Santo como la fama le pregonaba. Este mismo
pensamiento tuvo el doctísimo Padre Fray Alonso Cabrera, predicador de su
Majestad Felipe II, que estando en Valencia comunicó algún rato con este siervo
de Dios. Saliendo una mañana después de haber estudiado un famoso sermón para
predicarlo en la Seo de Valencia, se detuvo para escuchar la predicación del
Santo Portero a sus pobres antes de repartirles la limosna y oyó que decía:
“entonces piensan algunos que solo ellos hallan cosas importantes para predicar
pues a fe que también saben y suele comunicar Dios sus tesoros a los
pobres" y diciendo esto comenzó a predicar palabra por palabra lo que el
padre Cabrera llevaba escrito y estudiado, de lo que quedó espantado y
edificadísimo, haciéndose gran pregonero de la santidad del Santo Portero de
allí en adelante.
Estando un
día predicando en el Hospital de Valencia con gran llaneza y mucho espíritu, un
hombre decía entre sí “Este fraile es simple o ignorante”. Y tan presto se
volvió el Santo hacia él y dijo “Tenéis razón que soy simple e ignorante y que
no tengo las partes que debe tener el que ocupa este lugar, pero la obediencia
me lo manda y he de hacerlo”. El hombre quedó pasmado, pero enmendado de lo que
había imaginado.
Estando en
una ocasión en Longares le rogaron al Padre que se apiadase de ellos por la
gran sequía que padecían y la gran necesidad de agua que había en los postreres
de mayo, perdidos ya casi los panes. Ordenó una procesión yendo Él en ella y se
puso a predicar a la gente, que seguía la procesión, sentada en las gradas de
un humilladero, donde al final del sermón dijo que confiasen en Dios que pronto
tendrían agua. Acabado el sermón se pusieron en marcha y profetizó al canónigo
Baylo de Daroca que saliendo de Longares llegaría a Daroca antes de que
lloviese, pero que se mojarían antes de llegar a Loscos y que llovería mucho, y
esto era estando el cielo muy sereno. Y así fue que en apeándose el canónigo en
su casa comenzó a llover en abundancia, mojando mucho el camino, al padre y a
los que en su compañía iban. Y esta agua, alcanzada por su intercesión, fue
milagrosa.
A un
religioso que padecía detrimento de su honra por falsas informaciones y le
habían privado de un cargo, cuando fue llamado a los despachos del Provincial y
todos le decían que no tendría remedio su asunto, le certificó el Santo
Portero, que fuese y vendría bien despechado y solucionado su problema. Y para
que se viese la certeza de la profecía, cuando volvía el fraile le dijo antes
de hablar palabra: “¿no se lo dije yo?, la madre de Dios del Rosario lo ha
hecho”.
Predicó en
cierta ocasión el Santo Padre Fray Domingo a unas religiosas y esto fue con
tanto espíritu que las reprendió de los defectos particulares de cada una, como
si fuera testigo de vista, hasta decir las mismas palabras que una de ellas
solía decir para disuadir a algunas doncellas de que no se hiciesen monjas, de
lo que se admiraron y aprovecharon grandemente. Lo mismo aconteció otra vez
hablando con una mujer puesto que parecía que le leía el corazón y sabía lo que
le había pasado por el pensamiento por lo que preguntó: “Padre, ¿cómo sabe
esto?", respondiendo el Venerable “Somos como los gitanos que hablando
hablando aciertan algunas veces”.
En un
convento dos religiosas le pidieron las confesase: la una buscando su consuelo
espiritual, la otra movida de curiosidad. Dejó el Varón Santo a la afligida
consoladísima, diciendo “Confío en la Santísima Trinidad, que cuantas hoy viven
en esta casa se han de ir al cielo”, pero a la curiosa le habló con tal
sequedad que se salió del confesionario quejándose y diciendo. “Qué fraile y
que santidad. ¿Este es el Santo?" De aquí conocieron todas su impertinente
intención. A doña Luisa Antics, que se fue a confesar, antes de comenzar la
confesión le dijo: “Doña Luisa hija no le de pena este pensamiento” diciéndole
lo que le traía inquieta. A una señora de título, que se confesaba generalmente
con el Padre Fray Domingo, diciendo que no se acordaba de otra cosa le dijo
“Acuérdese que tal y tal día cometió tal pecado”. A otra hija suya de confesión
–persona devota- que se afligía mucho cuando le hablaba de su próxima muerte le
dijo: “No os aflijáis que presto me seguiréis” y fue así que murió en 1603.
A Pedro
Assiau, que iba a la corte a tratar cosas de importancia le decía los asuntos
que llevaba sin habérselos dicho persona alguna y también algún suceso antes de
que tuviera lugar. A Francisca García de Longares le dijo mucho antes que
sucediera: “Estad segura que seréis monja del orden de Santo Domingo antes del
día de Santa Catalina de Sena” y así fue. A Sor Ana de Gotor que estaba en el
convento de Nª Señora del Rosario de Religiosas Dominicas de Daroca le dijo:
“Consuélese vuestra merced con estos Santos y más ahora que es muerto su padre
Gerónimo de Gótor y goza de Dios”, y esto era el tiempo en que nadie allí lo sabía.
Un día
saliendo de una cárcel de Valencia de visitar a los presos estaba muy triste,
le preguntó Baltasar Simón que porqué lo estaba y el Venerable le respondió
“Porque no he de volver más a esta cárcel a consolar a los pobres”. Y esta
escena ocurrió pocos días antes de que se quemara la cárcel el día de
Carnestolendas de 1586
*
DON DE HACER MILAGROS
Muchos han
sido los autores que han tratado la biografía de Domingo y todos ellos comentan
con amplitud la gran cantidad de prodigios que obró el dominico de Loscos por
todos los lugares por donde anduvo. Desde los primeros tiempos de vida
religiosa se refirieron de él abundantes profecías y milagros que corrían de
boca en boca entre las gentes, que no se recataban de tratarlo “de Santo”.
Los milagros
en la cura de enfermos y personas necesitadas que este bendito hombre hizo
fueron innumerables. También fueron muchos los milagros que en el dar limosna
hizo y las veces que en las manos se les multiplicó el pan y las que halló las
cestas llenas después de haberlas dejado vacías. Y lo escribieron los autores
dichos y muchos poetas de su tiempo, en alabanza de este santo, lo celebraron
en sus versos.
Estos son
algunos de los milagros relatados por sus biógrafos. Queda para otro capítulo
aquellos que no están escritos y de boca en boca se transmiten entre sus
paisanos de Loscos.
En Loscos un
niño de ocho años cayó de una ventana a la calle tan desgraciadamente que en
sentir de todo el pueblo quedó muerto, sin señal alguna de respiración por mas
de dos horas, hasta que el Padre Anadón que entonces se hallaba en el Lugar, le
tomó en brazos y orando por un breve rato le restituyó los alientos de la vida
y la salud perfecta.
Ángela
Andréu, niña de seis meses, de una caída quedó tan quebrantada que no pudiendo
tomar el pecho en tres días, amaneció el cuarto envidriados ya los ojos y tan
consumida que cuantos la veían la daban por muerta; y hasta el mismo Padre
Anadón, al que su padre le había llevado, le dijo: “Para que la trae. Esta niña
ya es muerta”. Pero instando el Padre para que rogase al Señor por su salud, le
dijo: “Váyase a casa, que la niña tendrá salud”. Acababa de decir esto cuando
la niña abrió los ojos y volviendo a su casa tomó el pecho y estuvo sana.
Volviendo de
Zaragoza a Valencia, pasó por el Lugar de Ababuj, y estando sentado a la puerta
de la casa del cura, donde estaba hospedado, se enterneció de ver pasar por la
calle con su rebaño un pastorcillo llamado Gerónimo Belloc que estaba quebrado
–sin aprovecharle remedios- y con su sola bendición le dejó repentinamente
sano.
En un viaje
de Zaragoza a Valencia, pasando el Venerable por un Lugar de la Comunidad de
Teruel, acudió un vecino de Cedrillas y le dijo al mozo de mulas: “Hermano
¿donde está el Fraile Santo que pasando por mi Lugar ha curado un sordo y
mudo?”. Lo encaminó el mozo al cuarto en el que estaba el Venerable y el hombre
con la misma llaneza le dijo: “Padre rogad por mí, que sois Santo”. Se enojó el
varón humildísimo y le despidió con alguna aspereza. Insistió el hombre
diciendo: “Sé que sois santo, que en mi Lugar aquel hombre sordo y mudo a quien
dijisteis las oraciones ya oye y habla perfectamente”. Se fue el hombre y
preguntándole Francisco Romfara que le acompañaba que había sido aquello,
respondió el Venerable: “Déjalo estar que eso no lo hacen los hombres sino la
Virtud del Evangelio”.
También en
Cedrillas, acudió por remedio Isabel Plo, que en una granja vecina yacía
tullida hacía muchos años. Dióle el Varón Santo la bendición, díjole las
oraciones y dejola con eso repentinamente sana, subiendo y bajando las
escaleras muy ágil.
Otro día en
el mismo Lugar, subió al Castillo con algunos clérigos a bendecir el término.
Mosén Jaime Anadón llevó consigo una calabaza pequeña de tres vasos de vino,
con una torta de las que llaman delgadas. Cuando llegó la hora de refrescar,
mandó el Varón de Dios a los que allí se hallaban (pasaban de veinticinco) que
comiesen de aquella corta provisión, asegurándoles que habría para todos. Así
fue que comiendo todos y bebiendo a deseo hasta quedar satisfechos, hubo lo
bastante, atribuyendo la conocida multiplicación del pan y vino aquella gente
al contacto del Santo Varón.
Un año,
viendo el Padre Prior y los frailes de su congregación que el vino se les
perdía y que del todo se avinagraba, pidieron al Santo Portero, que rogase a Dios
por aquella necesidad que redundaba en daño, no solo de los frailes sino
también de los pobres a quienes se repartía. Respondió el Santo Fray Domingo al
Prior y a los que estaban delante, que confiasen en la Santísima Trinidad que
convertiría el vino agrio en muy bueno y muy suave. El Prior quedó con gran
esperanza y fue ello así que el vino fue escogidísimo y tal que por muchos años
no se bebió tan bueno en aquel monasterio.
Llevando un
día un plato de pescado con unos mendrugos que halló en una alcancía fue tras
él gritando el refitolero que aquella ración la guardaba para el religioso que
llevaba el platillo del Rosario, oyó el Prior las voces desde el claustro,
sabiendo la queja del refitolero, hizo cargo el santo portero, que con su
acostumbrada mansedumbre le respondió: “Cierto padre Prior, que no llevo tal
cosa”. Levantóle el prior el escapulario y no halló ni peces sino un oloroso
deposito de frescas y fragantes rosas.
Un día
diciendo Misa en la capilla de San Vicente Ferrer –donde hay una imagen de la
Santísima Trinidad- el ayudante le encendió dos velas (como es costumbre) pero
en toda la Misa ardieron tres y preguntándole el ayudante como había sido
aquello dijo “Calla, calla déjalo estar”.
Apartábase y
escondíase para rezar. Pero un día Antonio Burguero, amigo del Santo limosnero
entró en la capilla de San Vicente Ferrer y le halló arrodillado rezando y
levantado de tierra más de dos palmos. Volviendo en sí y hallando allí a su
amigo le dijo “Lo que habéis visto calladlo que puedo ser ilusión del demonio”,
diciendo esto por encubrir su gran santidad.
La misma
noche de su muerte se le apareció a un religioso anciano del convento con
demostraciones de gloria. Y después de varios días también a otro religioso.
En fin este
fue el vivo retrato de un perfecto siervo de Dios.
*
MUERTE
Como es muy
de ordinario revelar Dios a sus amigos el día de su muerte, honró la divina
misericordia al Padre Fray Domingo Anadón con esta prerrogativa y privilegio.
Añadiremos aquí brevemente como el Santo lo significó muchas veces29.
Hablaba este año 1602 muchas veces de la muerte y decía a los que le oían:
“Rogad a Dios por mí que poco viviré”. En octubre comenzó a sentir molestias y
era frecuente oírle hablar de su próxima muerte. En los primeros días de
diciembre, estando a la lumbre con el Padre Fray Martín Juárez le dijo “Ya
somos viejos y viviremos poco, yo por lo menos no veré el año 1603”.
Asimismo predicando el sermón de las Once mil Vírgenes -que fue el postrero que
predicó- dijo: “Hermanos no viváis descuidados, preparaos para la muerte que yo
desde anoche comencé a disponer de las cosas que de los pobres tengo en la
celda y es menester porque se llegó la hora”. El día de Santa Lucía pidiendo
limosna para los pobres en una puerta, pareciéndole que les había causado
molestia a los de aquella casa, porque había pedido deprisa, dijo: “Perdonadme
que no vendré más a enfadaros” y fue el mismo día que se acostó en la cama para
morir.
Comenzó a sentir una calentura continua. Los médicos descubrieron en su espalda
llagas causadas por las disciplinas por lo que algún Autor dice que fue la
causa de la fiebre en aumento y de su muerte.
Asistido por los religiosos en su enfermedad, estaba en continua oración -como
durante toda su vida- y diciéndole que no rezase tanto, respondía “Estoy
muriéndome y queréis que no rece”. Y así recabó del Padre Prior le dejase rezar
el Oficio Divino hasta su muerte. Confesaba y comulgaba. Para todo le daba Dios
grandes fuerzas y vióse más en la mañana en que había de recibir el Santísimo
Sacramento, pidió vestirse y no osándole dar un estudiante que le servía
(pareciéndole que le había de morir en las manos) comenzó a levantarse el Santo
Fray Domingo y se vistió con muy gran diligencia y con poca ayuda se levantó y
arrodilló al pie de la cama. Y a pesar de sus grandes dolores y enfermedad que
padecía estuvo el santo viejo arrodillado dos horas desde las seis hasta las
ocho que devotísimamente comulgó y pidió que a su debido tiempo le diesen la
Santa Extremaunción. Y aquella misma noche (que era la del Nacimiento del
Señor) rezó los maitines cuando sintió que los frailes los comenzaban y
queriendo estorbárselo Domingo Uriel que le servía dijo “Dadme el Breviario que
ahora me han dicho los ángeles que lo rece”.
Cuando al Santo le iba llegando la hora de la muerte, más estaba puesto en Dios
y siempre meneaba los labios con que estaba rezando, sin mudar semblante ni
decir palabra. Pero oyó la Oración que muchas veces Él solía decir, abrió
entonces los ojos y se sonrió.
Diéronle la Unción y recibióla con devotísimos y fervorosos afectos. Y
diciéndole el Superior del Convento: “Padre Fray Domingo, si nuestro Señor
(como lo confiamos en sus Misericordia) lo llevara al Cielo, encomiéndele de
veras mire por esta casa con ojos de clemencia”. Respondió el humilde Padre:
“Si tanta misericordia me hiciese nuestro señor, que olvidando mis culpas y
mirando el valor de su sangre y sus merecimientos me llevare al cielo (del que
tan indigno me siento) no me olvidaré de casa, a quien tanto debo”.
El mismo día de su muerte, por la tarde, recibió la visita San Juan De Ribera
que quería mucho al Venerable, mutuamente se besaron la mano. A la hora de
morir se hallaba en su aposento mucha nobleza y amigos. “Comenzó a agonizar,
viendo la gente que ya acababa, comenzó a tocar los rosarios en su venerable
rostro y manos. Otros daban las toquillas y los sombreros para que las
pusiésemos en la cabeza del santo varón, y otros echaban sus rosarios y lienzos
sobre la cama del siervo de Dios, para enriquecerse después de la virtud y
santidad que por el contacto alcanzasen aquellas cosas y esto se hizo en viendo
que de cuanto había en la celda no había quedado cosa que llevar: zapatos,
rosarios, papeles y aun los clavos de las paredes, procurando cada uno llevar
algo para reliquia”. Cúpome a mí por suerte tener un gran rato sus benditos
pies en mis manos.”.
Expiró el Santo Varón a las 8 de la tarde del sábado 28 de diciembre de 1602,
día de los Santos Inocentes, y quedóle el rostro tan apacible y risueño que
parecía muy hermoso. Las manos estaban tratables y parecía vivo.
Veinte caballeros le llevaron después de vestido en los hombros desde la celda
hasta la Capilla Mayor de la Iglesia. Toda aquella noche estuvo la Iglesia
llena de gente principal y de los títulos de Marqueses y Condes y de otras mil
gentes. El domingo día de Santo Tomás Cantauriense lo pusieron los religiosos
en medio de la iglesia en un tablado muy alto que habían hecho para defenderlo
de la gente innumerable que no cabía en la Iglesia e incluso llenaba la Plaza
de Predicadores y fueron menester alabarderos de la Guardia del Virrey para
guardar el Santo Cuerpo. Besábanle la mano, pies, hábitos y dieron muchas
sortijas para que se las pusiesen en los dedos y se las devolviesen como
grandes reliquias para que las manos empleadas en el sustentar y ayudar los
pobres, después de muertas fuesen adornadas con ricos rubíes y diamantes. Por
delante de su sencillo féretro desfilaron desde los más humildes comensales de
su diaria sopa, hasta las más encumbradas personalidades de la ciudad, así como
el Arzobispo San Juan de Ribera y el Gobernador Jaime Ferrer.
En olor de Santidad fue enterrado el lunes siguiente día 30, y le llevaron a la
sepultura los Jurados de Valencia en forma de ciudad con sus insignias y
algunos otros Señores. Infinita gente que desde dos horas antes aguardaba en la
plaza. Fue increíble el concurso, el aplauso y la devoción del valenciano pueblo.
Sus restos fueron enterrados en la Capilla de los Venerables de la Iglesia.
Lugar donde se entierra a los que mueren con opción de Santidad. Y lo colocaron
encima del ataúd del Santo Fray Miguel Lázaro. En 1611 llegó a este Convento el
magnífico sepulcro de jaspe y mármol que para colocar el cuerpo del Venerable
Anadón envió el mencionado Conde de Benavente, entonces Virrey de Nápoles
(agradecido a las misericordias que Dios les había hecho en Valencia por la
intercesión del fray Santo Domingo el Limosnero). Desenterrado y puestos sus
restos en este sepulcro se colocó en particular capilla (haciéndose la
traslación el 17 de octubre con licencia del Arzobispo). Posteriormente en 1647
la urna se trasladó a la nueva capilla de San Luís Bertrán junto a los restos
de otro venerable, el P. Juan Micó. Tras la exclaustración de 1835 en que el
Convento de Predicadores se convirtió en Cuartel de Artillería y en 1839
acogiera la Capitanía General de Valencia, se derribó la magnífica Capilla de
San Luís y trasladados los restos del Venerable a la Suntuosa Capilla de los
Reyes, contigua, quedando depositados en la cripta bajo el Altar de Nuestra
Señora de Montserrat.
Tras la muerte del Predicador de Loscos, se acrecentó la devoción y la fama de
santidad, de prodigios e incluso milagros. Así en los años siguientes se
hicieron sus memorias como de Santo. En 1604 se le hicieron unas honras muy
solemnes por deseo expreso de San Juan de Ribera, Arzobispo de Valencia y
Patriarca de Antioquía. Se entapizó la Iglesia de Predicadores. Se dijo Misa de
Todos los Santos por el obispo de Orihuela con música y muchos cantores y
predicó el propio Patriarca que cantó con grandes alabanzas las muchas virtudes
del Venerable. Asistieron numerosos obispos, entre ellos el de Albarracín D.
Vicente Roca, y la totalidad de Autoridades así civiles como militares, toda
Valencia y podríamos decir todo el Reino.
Al año siguiente -el día de su fallecimiento- nuevamente con gran solemnidad,
se entonó Misa de Todos los Santos predicando un notable sermón los milagros de
este Santo varón. También hubo justa poética de sus alabanzas que fueron muchas
y de muy buenos conceptos y de subidos ingenios que después se imprimió.
Tal era la fama del Venerable en toda Valencia, tanto como limosnero como por
su bondad humana y religiosa que en la Iglesia del Colegio-Seminario del Corpus
Christi o Iglesia del Patriarca de Valencia, mandada construir en 1586 por San
Juan de Ribera (1532-1611) e inaugurada su Capilla en 1604, aprovechando la
estancia en Valencia del Rey Felipe III con su esposa Doña Margarita de
Austria, ya aparece un cuadro pintado al Venerable. Es una pintura mural
situada en uno de los muros laterales de la Capilla de nuestra Señora. Se
titula Huida a Egipto y es de grandes proporciones; al pie del cuadro vienen
retratados el Obispo Espinosa, primer rector del Colegio, y el Venerable Anadón
repartiendo pan a dos estudiantes.
Tal era la fama de El Venerable que no dudó el Patriarca S. Juan de Ribera en
abrir proceso informativo sobre la fama de santidad, virtudes y milagros de varios
religiosos, entre ellos los de sus dos grandes amigos Luís Bertrán y Domingo
Anadón. Le fue incoado el proceso de beatificación y se solicitó licencia para
venerarle como santo.
El proceso de Beatificación se inició el 19 de enero de 1609. Un total de 99
testigos fueron los que declararon sobre su vida y virtudes. Personas de toda
condición (entre ellos varios obispos que lo conocieron) a él encomendadas que
por su intercesión alcanzaron favores milagrosos. Se redactó el Expediente y se
envió a Roma. Parece ser que no fue correctamente redactado y mal presentado
desde el principio, pues se hacía hincapié en las virtudes, en general, y no se
aportaban pruebas suficientes de sus prodigios y virtudes concretas. Este hecho
unido a cierto descuido, negligencia o abandono por parte de algunos miembros
de su propia orden, hizo que quedase estacionada la causa. Se cerró el proceso
y trámite el 27 de agosto de 1610 por causas del todo no estudiadas, eso sí
causas ajenas a la figura del Venerable.
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