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viernes, 12 de enero de 2024

Enero2024/Miscelánea. DOMINGO ANADÓN, NATURAL DE LOSCOS (TE)

Anónimo 
Primera mitad del siglo XVII 
El Beato Domingo Anadón, dominico.

Departamento: Museo
Nº Inventario: 0366
Datación: Primera mitad del siglo XVII
Otros números: R. 54
Dimensiones: 89 x 66 cm
Técnica: Óleo sobre lienzo
Restauración: Pedro Rodríguez Mostacero (1984)

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Domingo Anadón

Biografía tomada de la Real Academia dela Historia

Anadón, Domingo. Loscos (Teruel), c. 1530 – Valencia, 28.XII.1602. Dominico (OP), venerable.

Natural de Loscos (Teruel), municipio de apenas trescientos habitantes, donde nació hacia 1530. En el Libro de hábitos del convento de predicadores de Valencia figura su ingreso en la Orden el 30 de abril de 1557, donde tuvo a san Luis Bertrán por maestro de novicios. Profesó el 6 de mayo de 1558.

Por espacio de cuarenta y cuatro años desempeñó el oficio de portero y limosnero de su comunidad.

En 1609 el arzobispo de Valencia, san Juan de Ribera, incoó el proceso de su canonización, para lo que señalaron las Cortes valencianas la suma de quince mil libras. En 1607 el historiador dominico Vicente Gómez había publicado ya su vida. El 30 de noviembre de 1647 fue trasladado su cuerpo al nuevo sepulcro, hecho en Génova por encargo de Juan Alfonso Pimental, conde de Benavente y virrey de Nápoles; sepulcro que hoy puede verse en el Museo de Bellas Artes de Valencia (San Pío V) y que estuvo primitivamente adosado a los muros de la capilla de San Luis Bertrán del antiguo convento de Santo Domingo, antigua Capitanía General de Valencia, hoy Fuerza de Maniobras (FMA).

Fuentes y bibl.: Archivo del Reino de Valencia, secc. Clero, Libro de hábitos, lib. n.º 2953, fols. 78r. y 17v.); Archivo del Real Convento de Predicadores (Valencia), Proceso de canonización, ms. 65, fol. 1r.-364v. [ejemplar orig., “De moribus et vita fr. Dominici Anadón”, ms. 64, págs. 2-325, copia del proceso; Biblioteca Universitaria de Valencia (BUV), ms. 8679 (Gut. 1161), fols. 1r.-12r., Instructio; BUV, ms. 8678 (Gut. 1162), instrucción y fórmulas de protestación de fe para el proceso (copia siglo xviii), escrito por J. V. Catalán]. D. Alegre (OP), Historia de las cosas más notables del convento de Predicadores de Valencia, Valencia, s. f. (BUV, ms. 157-158, cf. año 1647); J. Pradas (OP), Memorias de las cosas sucedidas desde el año 1603 asta el año 1628, BUV, ms. 159, fol. 61r.;

V. Gómez, Verdadera relación de la Vida, muerte y hechos milagrosos del bendito P. F. Domingo Anadón [...], Valencia, MDCVII [1607] (BUV, ms. Y-32/130); C. Fuentes (OP), Escritores dominicos del reino de Aragón, Zaragoza, Gambón, 1932, págs. 61-68; M. García Miralles (OP), “Turolenses ilustres: Domingo Anadón”, en Teruel, 43 (1970), págs. 113- 125 [cf. Archivo de Arte Valenciano, 1 (1915), pág. 22, fig. 19 (sepulcro)]; M. González Pola, “Anadón, Domingo”, en Q. Aldea Vaquero, J. Vives Gatell y T. Marín Martínez (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 61.

Laureano Robles

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Vista de Loscos

EL VENERABLE, FRAY DOMINGO ANADÓN

LA VIDA DE EL VENERABLE

por José Miguel Simón Domingo

Portero limosnero de la Orden de Santo Domingo.

Padre de los pobres, raro ejemplo del mundo.

Venerable por su Santidad y milagros.

Venerado en Loscos con devoción

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NACIMIENTO

El Padre Fray Domingo Anadón López -El Venerable Anadón- nació en Loscos en los primeros días del mes de abril (según su segundo biógrafo Serafín Thomas Miguel, el día 5) del año de 1530. Sus padres fueron Antonio Anadón y Francisca López. Eran labradores, gente llana y honrada. Sus 7 hermanos fueron: Antonio, María, Gracia, Antonia, Francisca, Justa y Juan.

Juan y María se casaron en Loscos, Antonio en Monforte, Gracia en Badules, Antonia en Piedrahita y Francisca y Justa en Mezquita. Todos ellos eran personas sencillas, humildes y de grandes virtudes.

Siendo aún niño murieron sus padres. En Loscos pasó los años de niñez y adolescencia como pastorcillo, cuidando con su hermano Juan un pequeño rebaño de ovejas del cupo que les tocó en suerte “un pegijal, que allí llaman estajo de ovejas”.

Poco más sabemos de sus años de niño y adolescente. Su vida en Loscos, sus andanzas por la calle El Moral donde nació, por las otras calles del pueblo y por los campos que conocemos, que aunque no fue recogida por sus biógrafos ha sido transmitida oralmente entre sus paisanos y es conocida por toda la gente de este pueblo.

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ESTUDIO, NOVICIADO Y ORDENACIÓN

Como la vida de pastor no dejaba satisfechas las ansias apostólicas que desde bien temprano germinaban en su corazón, decidió, con 19 años, marcharse de Loscos. Encomendó el cuidado del ganado a su hermano Juan y se trasladó a Daroca donde estudió Gramática y Latinidad en el Estudio General o centro de enseñanza superior (moderna Universidad).
Tras un corto y aprovechado período de tiempo en la ciudad de los Corporales, volvió a Loscos donde se encontró con que su hermano Juan había ido dando el ganado a los pobres. Ante esto y viendo que se iban confirmando sus inclinaciones religiosas, comunicó a sus hermanos su decisión firme de tomar el hábito de Santo Domingo en Valencia, ciudad hacia la que encaminó sus pasos para de momento proseguir su aprendizaje de Teología y Artes.
Domingo debió llegar a Valencia entre los años 1550 y 1553. Sus biógrafos no nos dicen dónde se hospedó, ni con qué medios se sustentó durante estos años hasta entrar al noviciado de los Padres Dominicos. Nos relatan que con 24 años cursaba estudios de Filosofía, Teología y Artes en la Universidad. Con tanta diligencia y aprovechamiento escuchaba las lecciones y era tanta su aplicación y afición a argüir con sus discípulos y de disputar con sus maestros, que recibió el cariñoso apelativo de Aristóteles, amén de por el ingenio que desarrollaba en sus argumentaciones.
Allí frecuentaba el trato con algunos religiosos Jesuitas, quienes conocedores de la extraordinaria calidad humana de Domingo, intentaron durante un tiempo y de las más variadas maneras persuadirle para que se incorporase a su Regla; pero Él les contestaba que ya hacía tiempo que deseaba entrar en la Orden de Dominicos y con este deseo había venido a Valencia.
Con este fin frecuentaba la Iglesia y convento de Dominicos. Por este tiempo el Convento estaba lleno de varones espirituales, de alta oración y contemplación, por lo que era uno de los centros de mayor plenitud espiritual y de más eficaz proyección sobre la vida valenciana. Vivían en el convento los venerables Fray Miguel de Santo Domingo, Fray Pedro de Salamanca, Fray Bartolomé Pavía y el gran santo valenciano San Luís Bertrán. Así pues en los ratos libres que sus estudios universitarios le permitían corría al Convento a dialogar con aquellos buenos y virtuosos religiosos, a quienes el estudiante Anadón comunicó su deseo de ingresar en la Orden.
Con tan buenos principios de virtud y letras que había adquirido, vista la perseverancia y averiguada su vocación, los Padres dominicos decidieron admitir al joven al noviciado.
Con 27 años (el 30 de abril de 1557) recibió el blanco hábito de manos del Prior Fray Domingo de Santo Domingo, dejando “sus ropas de capa y sayo, zapatos con calzas negras, camisa, un pañuelo y sombrero”. Llevaba consigo “los escritos de Lógica, Filosofía y Teología que había estudiado en la Universidad, un Breviario y un Diurno, un Nuevo Testamento, las obras de Fray Luís de Granada y una cinta”.
Su noviciado duró un año y tuvo como maestro de novicios al propio S. Luís Bertrán. Durante este año de prueba dio grandes muestras de santidad en el silencio, recogimiento, mortificación, obediencia, amor a la oración, fervor de la penitencia y en diversos actos de humildad. Una gran humildad que siempre profesó.
Tras un largo período de escasez, sobrevino al año siguiente (1558) una terrible peste. En Valencia enfermaron y murieron muchas personas. Entre los afectados se encontraba el novicio Domingo, que logró superar la enfermedad.
Hizo la Profesión el 6 de mayo de 1558. Teniendo en cuenta su probada virtud, su adelanto en los estudios, su cultura universitaria y teológica, sin esperar los cuatro años reglamentarios después de la Profesión, fue ordenado Sacerdote Religioso Dominico el año 1559.
Ya sacerdote, lo nombraron Ayudante (Coadjutor) del Confesor del Convento de monjas de Santa Catalina de Siena en Valencia. Poco tiempo ejerció este cargo, porque conociendo todos su piadoso y caritativo corazón, fue nombrado portero y limosnero del Convento, cargo humilde al parecer, pero que en aquella época sólo se confiaba a religiosos prudentes y misericordiosos. Las bellas cualidades de amor y ternura movieron a San Luís Bertrán, entonces Prior de Predicadores, para colocarlo al frente del noviciado como Maestro de Novicios –puesto de gran responsabilidad por requerir sabiduría, santidad y prudencia-, donde continuó siendo un dechado de virtudes. Con excepción de estos siete meses que estuvo en dicho cargo, el resto de sus años los pasó allí, en el modesto destino de la portería siendo un verdadero padre para los necesitados, espejo de caridad fraterna, “limosnero de más de 300 pobres que cada día acudían a aquella portería, además de otras muchas limosnas secretas que se daban a personas de honra necesitadas. Y en este santo ministerio acabó su dichosa vida”.
Tan eximio religioso que había pasado casi toda su vida entre ollas y cocinas, era la admiración de todos por su vida contemplativa, por su mortificación, por su éxtasis y por sus elevadas visiones

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EMPLEO, DEVOCIÓN Y VIRTUDES 

Un día entero de su vida –según relatan los varios biógrafos que estudiaron sus hechos- era poco más o menos como sigue: “Se levantaba –en invierno y verano- a las cuatro de la mañana, rezaba sus maitines y se daba una rigurosa disciplina. Después de su oración, confesión, misa y otros piadosos ejercicios. Visitaba diariamente todos los altares de la Iglesia y claustros, que pasaban de ciento. A las nueve de la mañana acudía a la portería para distribuir la limosna más universal a los pobres comunes. A la una daba la limosna a los estudiantes –que tenía en lista- negociándoles todos sus asuntos, a la vez que les hacía comulgar todos los primeros y segundos domingos de mes y les buscaba casa en que habitar”.

Durante el reparto de la limosna a los pobres, sentaba en una parte a los hombres, en otra a las mujeres y en lugar separado a los niños. Les explicaba, enseñaba, preguntaba y les hacía cantar la doctrina cristiana; predicaba algún pequeño sermón sobre las Virtudes y vida de Santos o las excelencias del que aquel día celebraba la Iglesia o sobre el misterio del Santo Rosario. A los pobres que por primera vez venían a la limosna, les exigía que se confesasen o que le mostrasen la cédula de confesión. Les exhortaba a que oyesen Misa y que ganasen indulgencias. Si no tenían rosario, les daba uno; tenía centenares de ellos. A los más viejos y vergonzantes, los atendía en otros cuartos, cuando no querían asistir con los demás. Lo mismo a los peregrinos y mujeres vergonzantes. Remediaba su necesidad material pero también la espiritual. Consuelo y limosna para todos los necesitados.

El reparto de la limosna se realizaba generalmente de la siguiente manera: “Después sacaban la olla grande, compuesta de arroz, garbanzos, judías y varias verduras, comprado todo de propósito para los pobres, y tan limpio y bien guisado como si fuera para los religiosos, velando sobre ellos los prelados. De esta olla se sacaban dos medianitas, que se destinaban una para los pobres de la cárcel y otra para los estudiantes que acudían a las once o una. Una y otra iban acompañadas de veinte panes y un pequeño cántaro de vino. Luego se distribuía entre los pobres comunes la olla grande con setenta panes y un crecido cántaro de vino. Ayudaban en esta función de servir a los pobres al Venerable damas y principales caballeros de la primera nobleza, todos descubiertos; y algunos días acudían a este asunto de caridad y humildad los excelentísimos condes de Benavente, virreyes de Valencia, y sus hijos, asistiendo a la plática y repartiendo la limosna a los pobres”.

Y es que fue mucho su amor a los pobres; los quería como si fuesen sus hijos. Tanto los amaba que no quiso dejar nunca este empleo, aunque algunas veces por asistirles se vio en peligro de perder la vida. Tampoco los superiores lo retiraron de la portería, aunque alguna vez se lo aconsejaron. “Un día riñendo dos pobres y arrojado con furia el uno al otro la escudilla, fue por desgracia a dar en la cabeza del Venerable Anadón y se le quebró con efusión de sangre. Quiso el prior por esta desgracia retirarle de la portería; pero el Varón Santo se le arrodilló a los pies y le suplicó que no le removiese por amor de Dios de aquel caritativo empleo”. Incluso “algún desarrapado quiso matarlo con un cuchillo”.

Ejercitaba el Venerable en la portería no sólo la caridad, sino también la paciencia; porque los pobres con la pesadumbre del hambre, estaban inquietos, le decían mil oprobios e injurias, queriendo todos ser preferidos a los demás.

Era proverbial la abundancia y prodigalidad de sus limosnas. Nadie alcanzaba a comprender como se multiplicaban en sus manos el pan y la comida para los pobres. Mucha gente rica le confiaba donativos para que los repartiera entre los pobres.

Los ratos libres que le quedaban de su ocupación de portero y limosnero los dedicaba a visitar los muchos altares de la Iglesia y Claustro, rezando y adornándolos con flores.

Visitaba a los enfermos, a los que guardaba su comida y a los que siempre llevaba en las mangas algún regalo. Curaba a muchos de ellos y les remediaba muchas necesidades. Llevaba también pan cuando salía del convento para los pobres que topaba. Especial interés mostraba con los encarcelados, a quienes enviaba limosnas, les llevaba comida y ropa y les daba especiales pláticas, aunque, por su humildad, dejaba de ir muchas veces porque le honraban por Santo.

Su mortificación era muy grande. tanto en comidas como en las penitencias y “disciplinas”. Sus ayunos no eran de un día sí y otro no, sino de toda la vida, porque de la comida ordinaria y de la ración de un fraile dominico -que es más bien pequeña- quitaba siempre la mitad, o el tercio para los pobres y levantándose a media comida, mendigaba por las mesas de la ración de los religiosos para lo mismo. Acostábase tarde y madrugaba mucho –ya se ha dicho que se levantaba a las cuatro-, estando gran parte de la noche en oración. Su cama era pobre y dura. Las disciplinas y azotes que se daba eran muchos y con gran rigor, lastimándose grandemente las espaldas. Muchas veces se disciplinaba por la conversión de alguna almas, el remedio de las cuales compra a peso y precio de sangre. Y no mitigaban el rigor de sus penitencias las enfermedades que padecía que no eran pocas ni pequeñas -dolor de hijada y muy grande y continúo de estómago, una pierna enferma muchos años y otros muchos males- y sin embargo siempre parecía estar alegre y nunca se quejaba.

El Venerable además de su gran caridad para con los pobres, sobresalió en otras muchas virtudes, como afirman sus contemporáneos y testigos de su Proceso de Beatificación. Hacía mucha oración, tanto contemplativa como vocal; casi continua. A media noche, después de la Misa, por la tarde y al anochecer pasaba largos ratos de oración. Varios testigos hablan de éxtasis en la oración.

Era más que medianamente docto y sus sermones sabíalos realzar con profunda Teología (sermones sobre la Trinidad, la Santa Cruz, etc.). Eran sermones desnudos de colores retóricos y llenos de espíritu y virtud. “El Predicador, -decía el Venerable-, debe persuadir las virtudes y reprender los vicios”. Sus consejos, de trato llano y sencillo, los reafirmaba con frecuentes citas de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres y con espíritu y unción que dejaba a todos admirados.

El Arzobispo y virrey de Valencia, San Juan de Ribera, admiraba mucho a los religiosos dominicos; durante sus frecuentes visitas pastorales le acompañaban casi siempre frailes Predicadores, como Andrés Balaguer, el propio Venerable y el P. Salamanca. Especial gusto mostraba por los sermones del P. Anadón. Por todo ello fueron varios los sermones que le encomendó en la Catedral. Predicó también varias Cuaresmas.

Entre sus devociones y prácticas piadosas tuvo siempre una especial predilección por el misterio de la Santísima Trinidad. Sus cartas terminaba así: “La Santísima Trinidad nos conserve en su amor y gracia con favores del Cielo”. Visitaba con frecuencia la Iglesia de la Santísima Trinidad de Religiosas Franciscanas y de los Trinitarios. Sus ejercicios comenzaban así: “Por amor de la Santísima Trinidad”, y siempre que la liturgia lo permitía, decía la Misa de este Misterio.

El Santo Rosario lo rezaba continuamente: cuando iba por los claustros, dependencias y calles era su devoción favorita. Especial vocación tenía a la Ascensión del Señor y la Eucaristía. Recordaba los Corporales de Daroca que dejaron profunda impronta en su alma de sus tiempos de estudiante. Mandaba velas para que alumbraran en su Capilla y siempre que pasaba por las proximidades de la ciudad amurallada se desviaba para decir Misa en su Capilla y rezar ante los Corporales.

Consolaba cuanto podía a los atribulados y aplicaba por ellos fervientes oraciones. Llegó a escribir al Rey Felipe II e incluso pasó a Aragón a hablar con su Majestad para templar el rigor de su Justicia. Comentando esta audiencia, contaba después: “Mirad cuanto tonto soy, que traté al Rey de Vuesa Merced." Y advertido por el conde de Chinchón que al Rey se le debía llamar Majestad, “me equivoqué nuevamente” y concluía: “¡que simple soy que habiéndome avisado volví a caer!”.

Fue muy alabado de San Luís Bertrán por las grandes virtudes que en él resplandecían -profundísima humildad y ardentísima caridad- y decía de Él: “Este fraile es gran siervo de Dios y no es conocido, pero cuando muriere lo conocerán y honrarán mucho esta casa”. Y en otra ocasión, cuando un caballero le pidió a San Luís Bertrán que le encomendase a Dios, le respondió: “Yo soy un pecador, el santo es Ese que está en la portería”. Antes de morir el mismo San Luís Bertrán contestó al Prior que le pedía oraciones ante Dios: “Ya queda en casa el Padre Fray Domingo Anadón. Téngale en mucho porque por Él ha de honrar Dios nuestro Señor el Convento”.

Era tan grande la opinión de Santidad que en el siervo de Dios Fray Domingo tenían que Su Majestad y cuantos grandes seguían la corte, y otros muchos prelados de España y fuera de ella (Cardenales y otros Príncipes) le escribían pidiéndole el beneficio de sus santas oraciones y rogaban que los encomendase a Dios. No llegaba a Valencia Caballero alguno que no le fuese a ver a la portería de Predicadores para recibir su bendición y remedio celestial en sus enfermedades.

Humildad, paciencia y caridad, fueron virtudes que profesó incesantemente durante toda su vida y por lo cual le daban el título de Santo Fray Domingo el Limosnero

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DON DE PROFECÍA

El Padre Fray Domingo Anadón, el Limosnero, tuvo don de profecía y fueron innumerables las cosas que dijo antes que sucediesen o pudiesen saberse. Así lo recogen los numerosos biógrafos que sobre su vida escribieron. A continuación se reproducen numerosos relatos que muestran este don concedido al Venerable.

Viniendo una vez a su patria Loscos, pasó por Altura, y visitó unas sobrinas del Padre Fray Francisco Clemente del mismo convento de Predicadores y les ofreció traer de su tierra un poco de azafrán en agradecimiento de las buenas obras y caridad que le hicieron. No pudo volver por allí, pero llevaba su azafrán. Murmuraron del Padre aquellas mujeres, porque a su parecer les había faltado a la palabra, diciendo: “Fiaos de estos Santos”. Y siendo un día esto por la tarde, se fue a lo que amanecía a la celda del Padre Clemente y le dijo riendo: “Envíe este azafrán a sus sobrinas, que se lo prometí y que no murmuren de aquí adelante, como ahora han murmurado de un gran pecador, que soy yo, pues podían murmurar de alguien bueno”.

Don Vicente Valterra, Señor de Torrestorres, enfermó el año de 1592, y antes de que la enfermedad descubriese su malicia, fue a verle Fr. Pedro Blasco con el Padre Anadón quién acercándose al enfermo le dijo que ordenase sus cosas y enviase por su hijo Don Miguel que estaba en Almansa, advirtiéndole que estaba en grande peligro. Como los médicos no tenían por peligro la enfermedad, en particular el Doctor Almenara, médico insigne, se vino a quejar al Prior de que sin motivo ni fundamento alguno el Padre Anadón hubiese afligido a toda la casa por nueva tan infausta. Y advertido el Varón de Dios, respondió: -¿Es amigo mío Don Vicente Valterra y no queréis que le diga que se muere?-. Y así sucedió y tan rápido que su hijo Don Miguel no lo vio vivo.

Estando Fray Pedro del Portillo enfermo en Castellón de la Plana desahuciado de los médicos, y sin esperanza de vida, ni remedio humano, dada la unción, partió un amigo suyo a Valencia para hablar con el padre Fray Domingo para que “si era vivo rogase a Dios por su salud y si muerto por su alma”. Dijo “Vaya con Dios que no morirá el Padre Portillo de esta vez”, y así fue, porque vivió hasta el año 1610.

Dada su humildad, este Santo encubría con gran cuidado sus virtudes y santidad. Tanto que algunos creían que no era tan Santo como la fama le pregonaba. Este mismo pensamiento tuvo el doctísimo Padre Fray Alonso Cabrera, predicador de su Majestad Felipe II, que estando en Valencia comunicó algún rato con este siervo de Dios. Saliendo una mañana después de haber estudiado un famoso sermón para predicarlo en la Seo de Valencia, se detuvo para escuchar la predicación del Santo Portero a sus pobres antes de repartirles la limosna y oyó que decía: “entonces piensan algunos que solo ellos hallan cosas importantes para predicar pues a fe que también saben y suele comunicar Dios sus tesoros a los pobres" y diciendo esto comenzó a predicar palabra por palabra lo que el padre Cabrera llevaba escrito y estudiado, de lo que quedó espantado y edificadísimo, haciéndose gran pregonero de la santidad del Santo Portero de allí en adelante.

Estando un día predicando en el Hospital de Valencia con gran llaneza y mucho espíritu, un hombre decía entre sí “Este fraile es simple o ignorante”. Y tan presto se volvió el Santo hacia él y dijo “Tenéis razón que soy simple e ignorante y que no tengo las partes que debe tener el que ocupa este lugar, pero la obediencia me lo manda y he de hacerlo”. El hombre quedó pasmado, pero enmendado de lo que había imaginado.

Estando en una ocasión en Longares le rogaron al Padre que se apiadase de ellos por la gran sequía que padecían y la gran necesidad de agua que había en los postreres de mayo, perdidos ya casi los panes. Ordenó una procesión yendo Él en ella y se puso a predicar a la gente, que seguía la procesión, sentada en las gradas de un humilladero, donde al final del sermón dijo que confiasen en Dios que pronto tendrían agua. Acabado el sermón se pusieron en marcha y profetizó al canónigo Baylo de Daroca que saliendo de Longares llegaría a Daroca antes de que lloviese, pero que se mojarían antes de llegar a Loscos y que llovería mucho, y esto era estando el cielo muy sereno. Y así fue que en apeándose el canónigo en su casa comenzó a llover en abundancia, mojando mucho el camino, al padre y a los que en su compañía iban. Y esta agua, alcanzada por su intercesión, fue milagrosa.

A un religioso que padecía detrimento de su honra por falsas informaciones y le habían privado de un cargo, cuando fue llamado a los despachos del Provincial y todos le decían que no tendría remedio su asunto, le certificó el Santo Portero, que fuese y vendría bien despechado y solucionado su problema. Y para que se viese la certeza de la profecía, cuando volvía el fraile le dijo antes de hablar palabra: “¿no se lo dije yo?, la madre de Dios del Rosario lo ha hecho”.

Predicó en cierta ocasión el Santo Padre Fray Domingo a unas religiosas y esto fue con tanto espíritu que las reprendió de los defectos particulares de cada una, como si fuera testigo de vista, hasta decir las mismas palabras que una de ellas solía decir para disuadir a algunas doncellas de que no se hiciesen monjas, de lo que se admiraron y aprovecharon grandemente. Lo mismo aconteció otra vez hablando con una mujer puesto que parecía que le leía el corazón y sabía lo que le había pasado por el pensamiento por lo que preguntó: “Padre, ¿cómo sabe esto?", respondiendo el Venerable “Somos como los gitanos que hablando hablando aciertan algunas veces”.

En un convento dos religiosas le pidieron las confesase: la una buscando su consuelo espiritual, la otra movida de curiosidad. Dejó el Varón Santo a la afligida consoladísima, diciendo “Confío en la Santísima Trinidad, que cuantas hoy viven en esta casa se han de ir al cielo”, pero a la curiosa le habló con tal sequedad que se salió del confesionario quejándose y diciendo. “Qué fraile y que santidad. ¿Este es el Santo?" De aquí conocieron todas su impertinente intención. A doña Luisa Antics, que se fue a confesar, antes de comenzar la confesión le dijo: “Doña Luisa hija no le de pena este pensamiento” diciéndole lo que le traía inquieta. A una señora de título, que se confesaba generalmente con el Padre Fray Domingo, diciendo que no se acordaba de otra cosa le dijo “Acuérdese que tal y tal día cometió tal pecado”. A otra hija suya de confesión –persona devota- que se afligía mucho cuando le hablaba de su próxima muerte le dijo: “No os aflijáis que presto me seguiréis” y fue así que murió en 1603.

A Pedro Assiau, que iba a la corte a tratar cosas de importancia le decía los asuntos que llevaba sin habérselos dicho persona alguna y también algún suceso antes de que tuviera lugar. A Francisca García de Longares le dijo mucho antes que sucediera: “Estad segura que seréis monja del orden de Santo Domingo antes del día de Santa Catalina de Sena” y así fue. A Sor Ana de Gotor que estaba en el convento de Nª Señora del Rosario de Religiosas Dominicas de Daroca le dijo: “Consuélese vuestra merced con estos Santos y más ahora que es muerto su padre Gerónimo de Gótor y goza de Dios”, y esto era el tiempo en que nadie allí lo sabía.

Un día saliendo de una cárcel de Valencia de visitar a los presos estaba muy triste, le preguntó Baltasar Simón que porqué lo estaba y el Venerable le respondió “Porque no he de volver más a esta cárcel a consolar a los pobres”. Y esta escena ocurrió pocos días antes de que se quemara la cárcel el día de Carnestolendas de 1586

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DON DE HACER MILAGROS

Muchos han sido los autores que han tratado la biografía de Domingo y todos ellos comentan con amplitud la gran cantidad de prodigios que obró el dominico de Loscos por todos los lugares por donde anduvo. Desde los primeros tiempos de vida religiosa se refirieron de él abundantes profecías y milagros que corrían de boca en boca entre las gentes, que no se recataban de tratarlo “de Santo”.

Los milagros en la cura de enfermos y personas necesitadas que este bendito hombre hizo fueron innumerables. También fueron muchos los milagros que en el dar limosna hizo y las veces que en las manos se les multiplicó el pan y las que halló las cestas llenas después de haberlas dejado vacías. Y lo escribieron los autores dichos y muchos poetas de su tiempo, en alabanza de este santo, lo celebraron en sus versos.

Estos son algunos de los milagros relatados por sus biógrafos. Queda para otro capítulo aquellos que no están escritos y de boca en boca se transmiten entre sus paisanos de Loscos.

En Loscos un niño de ocho años cayó de una ventana a la calle tan desgraciadamente que en sentir de todo el pueblo quedó muerto, sin señal alguna de respiración por mas de dos horas, hasta que el Padre Anadón que entonces se hallaba en el Lugar, le tomó en brazos y orando por un breve rato le restituyó los alientos de la vida y la salud perfecta.

Ángela Andréu, niña de seis meses, de una caída quedó tan quebrantada que no pudiendo tomar el pecho en tres días, amaneció el cuarto envidriados ya los ojos y tan consumida que cuantos la veían la daban por muerta; y hasta el mismo Padre Anadón, al que su padre le había llevado, le dijo: “Para que la trae. Esta niña ya es muerta”. Pero instando el Padre para que rogase al Señor por su salud, le dijo: “Váyase a casa, que la niña tendrá salud”. Acababa de decir esto cuando la niña abrió los ojos y volviendo a su casa tomó el pecho y estuvo sana.

Volviendo de Zaragoza a Valencia, pasó por el Lugar de Ababuj, y estando sentado a la puerta de la casa del cura, donde estaba hospedado, se enterneció de ver pasar por la calle con su rebaño un pastorcillo llamado Gerónimo Belloc que estaba quebrado –sin aprovecharle remedios- y con su sola bendición le dejó repentinamente sano.

En un viaje de Zaragoza a Valencia, pasando el Venerable por un Lugar de la Comunidad de Teruel, acudió un vecino de Cedrillas y le dijo al mozo de mulas: “Hermano ¿donde está el Fraile Santo que pasando por mi Lugar ha curado un sordo y mudo?”. Lo encaminó el mozo al cuarto en el que estaba el Venerable y el hombre con la misma llaneza le dijo: “Padre rogad por mí, que sois Santo”. Se enojó el varón humildísimo y le despidió con alguna aspereza. Insistió el hombre diciendo: “Sé que sois santo, que en mi Lugar aquel hombre sordo y mudo a quien dijisteis las oraciones ya oye y habla perfectamente”. Se fue el hombre y preguntándole Francisco Romfara que le acompañaba que había sido aquello, respondió el Venerable: “Déjalo estar que eso no lo hacen los hombres sino la Virtud del Evangelio”.

También en Cedrillas, acudió por remedio Isabel Plo, que en una granja vecina yacía tullida hacía muchos años. Dióle el Varón Santo la bendición, díjole las oraciones y dejola con eso repentinamente sana, subiendo y bajando las escaleras muy ágil.

Otro día en el mismo Lugar, subió al Castillo con algunos clérigos a bendecir el término. Mosén Jaime Anadón llevó consigo una calabaza pequeña de tres vasos de vino, con una torta de las que llaman delgadas. Cuando llegó la hora de refrescar, mandó el Varón de Dios a los que allí se hallaban (pasaban de veinticinco) que comiesen de aquella corta provisión, asegurándoles que habría para todos. Así fue que comiendo todos y bebiendo a deseo hasta quedar satisfechos, hubo lo bastante, atribuyendo la conocida multiplicación del pan y vino aquella gente al contacto del Santo Varón.

Un año, viendo el Padre Prior y los frailes de su congregación que el vino se les perdía y que del todo se avinagraba, pidieron al Santo Portero, que rogase a Dios por aquella necesidad que redundaba en daño, no solo de los frailes sino también de los pobres a quienes se repartía. Respondió el Santo Fray Domingo al Prior y a los que estaban delante, que confiasen en la Santísima Trinidad que convertiría el vino agrio en muy bueno y muy suave. El Prior quedó con gran esperanza y fue ello así que el vino fue escogidísimo y tal que por muchos años no se bebió tan bueno en aquel monasterio.

 

Llevando un día un plato de pescado con unos mendrugos que halló en una alcancía fue tras él gritando el refitolero que aquella ración la guardaba para el religioso que llevaba el platillo del Rosario, oyó el Prior las voces desde el claustro, sabiendo la queja del refitolero, hizo cargo el santo portero, que con su acostumbrada mansedumbre le respondió: “Cierto padre Prior, que no llevo tal cosa”. Levantóle el prior el escapulario y no halló ni peces sino un oloroso deposito de frescas y fragantes rosas.

Un día diciendo Misa en la capilla de San Vicente Ferrer –donde hay una imagen de la Santísima Trinidad- el ayudante le encendió dos velas (como es costumbre) pero en toda la Misa ardieron tres y preguntándole el ayudante como había sido aquello dijo “Calla, calla déjalo estar”.

Apartábase y escondíase para rezar. Pero un día Antonio Burguero, amigo del Santo limosnero entró en la capilla de San Vicente Ferrer y le halló arrodillado rezando y levantado de tierra más de dos palmos. Volviendo en sí y hallando allí a su amigo le dijo “Lo que habéis visto calladlo que puedo ser ilusión del demonio”, diciendo esto por encubrir su gran santidad.

La misma noche de su muerte se le apareció a un religioso anciano del convento con demostraciones de gloria. Y después de varios días también a otro religioso.

En fin este fue el vivo retrato de un perfecto siervo de Dios.

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MUERTE

Como es muy de ordinario revelar Dios a sus amigos el día de su muerte, honró la divina misericordia al Padre Fray Domingo Anadón con esta prerrogativa y privilegio. Añadiremos aquí brevemente como el Santo lo significó muchas veces29.

Hablaba este año 1602 muchas veces de la muerte y decía a los que le oían: “Rogad a Dios por mí que poco viviré”. En octubre comenzó a sentir molestias y era frecuente oírle hablar de su próxima muerte. En los primeros días de diciembre, estando a la lumbre con el Padre Fray Martín Juárez le dijo “Ya somos viejos y viviremos poco, yo por lo menos no veré el año 1603”.
Asimismo predicando el sermón de las Once mil Vírgenes -que fue el postrero que predicó- dijo: “Hermanos no viváis descuidados, preparaos para la muerte que yo desde anoche comencé a disponer de las cosas que de los pobres tengo en la celda y es menester porque se llegó la hora”. El día de Santa Lucía pidiendo limosna para los pobres en una puerta, pareciéndole que les había causado molestia a los de aquella casa, porque había pedido deprisa, dijo: “Perdonadme que no vendré más a enfadaros” y fue el mismo día que se acostó en la cama para morir.
Comenzó a sentir una calentura continua. Los médicos descubrieron en su espalda llagas causadas por las disciplinas por lo que algún Autor dice que fue la causa de la fiebre en aumento y de su muerte.
Asistido por los religiosos en su enfermedad, estaba en continua oración -como durante toda su vida- y diciéndole que no rezase tanto, respondía “Estoy muriéndome y queréis que no rece”. Y así recabó del Padre Prior le dejase rezar el Oficio Divino hasta su muerte. Confesaba y comulgaba. Para todo le daba Dios grandes fuerzas y vióse más en la mañana en que había de recibir el Santísimo Sacramento, pidió vestirse y no osándole dar un estudiante que le servía (pareciéndole que le había de morir en las manos) comenzó a levantarse el Santo Fray Domingo y se vistió con muy gran diligencia y con poca ayuda se levantó y arrodilló al pie de la cama. Y a pesar de sus grandes dolores y enfermedad que padecía estuvo el santo viejo arrodillado dos horas desde las seis hasta las ocho que devotísimamente comulgó y pidió que a su debido tiempo le diesen la Santa Extremaunción. Y aquella misma noche (que era la del Nacimiento del Señor) rezó los maitines cuando sintió que los frailes los comenzaban y queriendo estorbárselo Domingo Uriel que le servía dijo “Dadme el Breviario que ahora me han dicho los ángeles que lo rece”.
Cuando al Santo le iba llegando la hora de la muerte, más estaba puesto en Dios y siempre meneaba los labios con que estaba rezando, sin mudar semblante ni decir palabra. Pero oyó la Oración que muchas veces Él solía decir, abrió entonces los ojos y se sonrió.
Diéronle la Unción y recibióla con devotísimos y fervorosos afectos. Y diciéndole el Superior del Convento: “Padre Fray Domingo, si nuestro Señor (como lo confiamos en sus Misericordia) lo llevara al Cielo, encomiéndele de veras mire por esta casa con ojos de clemencia”. Respondió el humilde Padre: “Si tanta misericordia me hiciese nuestro señor, que olvidando mis culpas y mirando el valor de su sangre y sus merecimientos me llevare al cielo (del que tan indigno me siento) no me olvidaré de casa, a quien tanto debo”.
El mismo día de su muerte, por la tarde, recibió la visita San Juan De Ribera que quería mucho al Venerable, mutuamente se besaron la mano. A la hora de morir se hallaba en su aposento mucha nobleza y amigos. “Comenzó a agonizar, viendo la gente que ya acababa, comenzó a tocar los rosarios en su venerable rostro y manos. Otros daban las toquillas y los sombreros para que las pusiésemos en la cabeza del santo varón, y otros echaban sus rosarios y lienzos sobre la cama del siervo de Dios, para enriquecerse después de la virtud y santidad que por el contacto alcanzasen aquellas cosas y esto se hizo en viendo que de cuanto había en la celda no había quedado cosa que llevar: zapatos, rosarios, papeles y aun los clavos de las paredes, procurando cada uno llevar algo para reliquia”. Cúpome a mí por suerte tener un gran rato sus benditos pies en mis manos.”.
Expiró el Santo Varón a las 8 de la tarde del sábado 28 de diciembre de 1602, día de los Santos Inocentes, y quedóle el rostro tan apacible y risueño que parecía muy hermoso. Las manos estaban tratables y parecía vivo.
Veinte caballeros le llevaron después de vestido en los hombros desde la celda hasta la Capilla Mayor de la Iglesia. Toda aquella noche estuvo la Iglesia llena de gente principal y de los títulos de Marqueses y Condes y de otras mil gentes. El domingo día de Santo Tomás Cantauriense lo pusieron los religiosos en medio de la iglesia en un tablado muy alto que habían hecho para defenderlo de la gente innumerable que no cabía en la Iglesia e incluso llenaba la Plaza de Predicadores y fueron menester alabarderos de la Guardia del Virrey para guardar el Santo Cuerpo. Besábanle la mano, pies, hábitos y dieron muchas sortijas para que se las pusiesen en los dedos y se las devolviesen como grandes reliquias para que las manos empleadas en el sustentar y ayudar los pobres, después de muertas fuesen adornadas con ricos rubíes y diamantes. Por delante de su sencillo féretro desfilaron desde los más humildes comensales de su diaria sopa, hasta las más encumbradas personalidades de la ciudad, así como el Arzobispo San Juan de Ribera y el Gobernador Jaime Ferrer.

En olor de Santidad fue enterrado el lunes siguiente día 30, y le llevaron a la sepultura los Jurados de Valencia en forma de ciudad con sus insignias y algunos otros Señores. Infinita gente que desde dos horas antes aguardaba en la plaza. Fue increíble el concurso, el aplauso y la devoción del valenciano pueblo.
Sus restos fueron enterrados en la Capilla de los Venerables de la Iglesia. Lugar donde se entierra a los que mueren con opción de Santidad. Y lo colocaron encima del ataúd del Santo Fray Miguel Lázaro. En 1611 llegó a este Convento el magnífico sepulcro de jaspe y mármol que para colocar el cuerpo del Venerable Anadón envió el mencionado Conde de Benavente, entonces Virrey de Nápoles (agradecido a las misericordias que Dios les había hecho en Valencia por la intercesión del fray Santo Domingo el Limosnero). Desenterrado y puestos sus restos en este sepulcro se colocó en particular capilla (haciéndose la traslación el 17 de octubre con licencia del Arzobispo). Posteriormente en 1647 la urna se trasladó a la nueva capilla de San Luís Bertrán junto a los restos de otro venerable, el P. Juan Micó. Tras la exclaustración de 1835 en que el Convento de Predicadores se convirtió en Cuartel de Artillería y en 1839 acogiera la Capitanía General de Valencia, se derribó la magnífica Capilla de San Luís y trasladados los restos del Venerable a la Suntuosa Capilla de los Reyes, contigua, quedando depositados en la cripta bajo el Altar de Nuestra Señora de Montserrat.
Tras la muerte del Predicador de Loscos, se acrecentó la devoción y la fama de santidad, de prodigios e incluso milagros. Así en los años siguientes se hicieron sus memorias como de Santo. En 1604 se le hicieron unas honras muy solemnes por deseo expreso de San Juan de Ribera, Arzobispo de Valencia y Patriarca de Antioquía. Se entapizó la Iglesia de Predicadores. Se dijo Misa de Todos los Santos por el obispo de Orihuela con música y muchos cantores y predicó el propio Patriarca que cantó con grandes alabanzas las muchas virtudes del Venerable. Asistieron numerosos obispos, entre ellos el de Albarracín D. Vicente Roca, y la totalidad de Autoridades así civiles como militares, toda Valencia y podríamos decir todo el Reino.

Al año siguiente -el día de su fallecimiento- nuevamente con gran solemnidad, se entonó Misa de Todos los Santos predicando un notable sermón los milagros de este Santo varón. También hubo justa poética de sus alabanzas que fueron muchas y de muy buenos conceptos y de subidos ingenios que después se imprimió.
Tal era la fama del Venerable en toda Valencia, tanto como limosnero como por su bondad humana y religiosa que en la Iglesia del Colegio-Seminario del Corpus Christi o Iglesia del Patriarca de Valencia, mandada construir en 1586 por San Juan de Ribera (1532-1611) e inaugurada su Capilla en 1604, aprovechando la estancia en Valencia del Rey Felipe III con su esposa Doña Margarita de Austria, ya aparece un cuadro pintado al Venerable. Es una pintura mural situada en uno de los muros laterales de la Capilla de nuestra Señora. Se titula Huida a Egipto y es de grandes proporciones; al pie del cuadro vienen retratados el Obispo Espinosa, primer rector del Colegio, y el Venerable Anadón repartiendo pan a dos estudiantes.
Tal era la fama de El Venerable que no dudó el Patriarca S. Juan de Ribera en abrir proceso informativo sobre la fama de santidad, virtudes y milagros de varios religiosos, entre ellos los de sus dos grandes amigos Luís Bertrán y Domingo Anadón. Le fue incoado el proceso de beatificación y se solicitó licencia para venerarle como santo.
El proceso de Beatificación se inició el 19 de enero de 1609. Un total de 99 testigos fueron los que declararon sobre su vida y virtudes. Personas de toda condición (entre ellos varios obispos que lo conocieron) a él encomendadas que por su intercesión alcanzaron favores milagrosos. Se redactó el Expediente y se envió a Roma. Parece ser que no fue correctamente redactado y mal presentado desde el principio, pues se hacía hincapié en las virtudes, en general, y no se aportaban pruebas suficientes de sus prodigios y virtudes concretas. Este hecho unido a cierto descuido, negligencia o abandono por parte de algunos miembros de su propia orden, hizo que quedase estacionada la causa. Se cerró el proceso y trámite el 27 de agosto de 1610 por causas del todo no estudiadas, eso sí causas ajenas a la figura del Venerable.

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Biografía de Domingo Anadón por Ramiro Monterde Elias
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