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CITA DEL QUESO DE TRONCHÓN EN EL QUIJOTE
-Calle, señor bueno -replicó el
cartero-, que no hubo encanto alguno ni mudanza de rostro ninguna: tan lacayo
Tosilos entré en la estacada como Tosilos lacayo salí della. Yo pensé casarme
sin pelear, por haberme parecido bien la moza, pero sucedióme al revés mi
pensamiento, pues, así como vuestra merced se partió de nuestro castillo, el
duque mi señor me hizo dar cien palos por haber contravenido a las ordenanzas
que me tenía dadas antes de entrar en la batalla, y todo ha parado en que la
muchacha es ya monja, y doña Rodríguez se ha vuelto a Castilla, y yo voy ahora
a Barcelona, a llevar un pliego de cartas al virrey, que le envía mi amo. Si vuestra merced quiere un traguito,
aunque caliente, puro, aquí llevo una calabaza llena de lo caro, con no sé
cuántas rajitas de queso de Tronchón,
que servirán de llamativo y despertador de la sed, si acaso está durmiendo. CAPÍTULO
LXVI (Segunda parte, 1615) Que trata de lo que verá el que lo leyere, o lo oirá
el que lo escuchare leer.
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CIRCUNSTANCIAS PREVIAS AL SUCESO
CIRCUNSTANCIAS PREVIAS AL SUCESO
Situación política de España en
el año 1615. En el año 1605 se publica la primera parte de El Quijote. En 1615
sale a la luz la segunda parte, que es en la que aparece citado el Queso de
Tronchón. Reina en España Felipe III. Es valido del rey de España el duque de
Villahermosa que tiene un palacio, también, en Pedrola (Zaragoza). Para estas
fechas, Jerónimo de Pasamonte (al parecer natural de Ibdes, Zaragoza) está
publicando un falso Quijote con el seudónimo de Abellaneda. Hay tensión entre
Pasamonte y Cervantes, ya se constata en la primera parte de El Quijote. Lo que
sucedió entre Pasamonte y Cervantes fue una historia de envidias personales.
Cervantes, más precavido que el de Ibdes, antes de marchar a la guerra (los dos
estuvieron en la batalla de Lepanto) fue a visitar al duque de Villahermosa pidiéndole cartas
de presentación. Esas cartas le fueron muy útiles a Cervantes cuando cayó
prisionero de los otomanos al estar firmadas por el valido del rey de España,
nada menos. Razón por la cual, Cervantes fue rescatado por los Mercedarios y
Pasamonte tuvo que pasar todo su cautiverio a su suerte. Surgen los celos en
Pasamonte al considerar el trato diferente entre uno y otros y por ello escribe
El Quijote apócrifo. Cervantes reacciona haciendo pasar a su Quijote por
lugares diferentes al del falso Quijote de Avellaneda-Pasamonte. Los
Mercedarios tenían cuatro votos: pobreza, obediencia, castidad y la obligación de redimir cautivos.
CIRCUNSTANCIAS DEL SUCESO
Para conocer mejor los entresijos de por qué
el queso de Tronchón aparece en el Quijote hay que tener en cuenta algunas circunstancias de la vida de Miguel
de Cervantes. En primer lugar, hay un artículo en la revista Aragón del SIPA
que señala que Cervantes acudió al palacio de los duques de Villahermosa, en
Pedrola, para pedirle “cartas” antes de enrolarse en el ejército y
precisamente, antes, de la famosa batalla de Lepanto. También hay que leer los
apuntes de Juan Antonio Pellicer (encinacorbero), en su edición del Quijote
comentada. Por estos “comentarios” sabemos, entre otras cosas, la ruta que hizo
don Quijote desde la Mancha de Aragón hasta el valle del Ebro. En tercer lugar
hay que conocer las “tensiones” entre Jerónimo de Pasamonte (Avellaneda) y
Miguel de Cervantes y las razones por las que el Quijote no entró en Zaragoza y
marchó a Barcelona. También hay que señalar que el duque de Villahermosa (el
primero) era hermanastro de Fernando II (el Católico) y en la época que nos
ocupa, valido del rey de España.
Sabemos, pues, que Cervantes tenía cierta
amistad con el duque de Villahermosa y que en su palacio de Pedrola y en la Ínsula
Barataria (Alcalá de Ebro) acaecieron un buen número de capítulos de la segunda parte del
Quijote. Que estaba seriamente enemistado con Jerónimo Pasamonte, razón por la
cual el Quijote no entró en Zaragoza y marchó a Barcelona. Es a la vuelta de la
ciudad condal cuando se encuentra con Tosilos, un lacayo del duque, que le hace
recordar el suceso vergonzoso de éste en la treta preparada por el duque: …“tan lacayo
Tosilos entré en la estacada como Tosilos lacayo salí della”.
Es, pues, un lacayo del duque de Villahermosa
quien ofrece el queso a don Quijote de la Mancha, y no porque este queso fuera
famoso en toda España (esto es mucho decir en aquellos tiempos) si no porque el
duque, a buen seguro, lo consumía como consumía otros productos del valle del Ebro.
También se apunta que, Cervantes, conoció el queso en Madrid en el palacio del
duque. Sea como fuere, en Madrid o en Pedrola, el queso saltó a la fama por la
consideración de esta novela como obra universal.
Pellicer nos descubrió el lugar de la Ínsula
Barataria. Jerónimo de Pasamonte
(Avellaneda) con su Quijote apócrifo creó las circunstancias y la ocasión del
encuentro entre don Quijote y el lacayo Tosilos. El duque de Villahermosa, cuyo
ducado es el heredero de la bandera de Aragón, estimaba este queso como gran
manjar (así lo manifiesta Cervantes en su obra).
Salazones (perniles, tocino, congrio, bacalao),
quesos, fritos del cerdo (conservas en aceite) y escabeches, constituían la
despensa de invierno en esta época.
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ASÍ RETRATA, CERVANTES, A GINÉS DE PASAMONTE EN EL CAPÍTULO XXII DE LA PRIMERA PARTE DEL QUIJOTE
(De llegar definitivamente a la conclusión que Ginés, Jerónimo y Avellaneda son la misma persona, como sostienen Riquer y el detallado estudio de Alfonso Martín Jiménez, el asunto quedaría resuelto.)
Tras
todos estos venía un hombre de muy buen parecer, de edad de treinta años, sino
que al mirar metía el un ojo en el otro; un poco venía diferentemente atado que
los demás, porque traía una cadena al pie tan grande que se la liaba por todo
el cuerpo, y dos argollas a la garganta, la una en la cadena, y la otra de las
que llaman guarda amigo, o pie de amigo, de la cual descendían dos hierros que
llegaban a la cintura, en los cuales se asían dos esposas, donde llevaba las
manos cerradas con un grueso candado, de manera que ni con las manos podía
llegar a la boca, ni podía bajar la cabeza a llegar a las manos
Preguntó
Don Quijote que cómo iba aquel hombre con tantas prisiones más que los otros.
Respondiole la guardia, porque tenía aquel solo más delitos que todos los otros
juntos, y que era tan atrevido y tan grande bellaco, que aunque le llevaban de
aquella manera no iban seguros de él, sino que temían que se les había de huir.
¿Qué delitos puede tener, dijo Don Quijote, si no ha merecido más pena que
echarle a las galeras? Va por diez años, replicó la guarda, que es como muerte
civil. No se quiera saber más, sino que este buen hombre es el famoso Ginés de
Pasamonte, que por otro nombre llaman Ginesillo de Parapilla.
Señor
comisario, dijo entonces el galeote, váyase poco a poco, y no andemos ahora a
deslindar nombres y sobrenombres, Ginés me llamo, y no Ginesillo, y Pasamonte
es mi alcurnia, y no Parapilla, como voacé dice, y cada uno se dé una vuelta a
la redonda, y no hará poco. Hable con menos tono, replicó el comisario, señor
ladrón de más de la marca, si no quiere que le haga callar mal que le pese.
Bien parece, respondió el galeote, que va el hombre como Dios es servido; pero
algún día sabrá alguno si me llamo Ginesillo de Parapilla o no.
¿Pues
no te llaman así, embustero? dijo la guarda. Sí llaman, respondió Ginés; mas yo
haré que no me lo llamen, o me las pelaría donde yo digo entre mis dientes.
Señor caballero, si tiene algo que darnos, dénoslo ya, y vaya con Dios, que ya
enfada con tanto querer saber vidas ajenas; y si la mía quiere saber, sepa que
yo soy Ginés de Pasamonte, cuya vida está escrita por estos lugares. Dice
verdad, dijo el comisario, que él mismo ha escrito su historia, que no hay más
que desear, y deja empeñado el libro en la cárcel en doscientos reales. Y le
pienso desempeñar, dijo Ginés, aunque quedara en doscientos ducados. ¿Tan bueno
es? dijo Don Quijote. Es tan bueno, dijo Ginés, que mal año para Lazarillo de
Tormes, y para todos cuantos de aquel género se han escrito o escribieren; lo
que le sé decir a voacé es que trata verdades tan lindas y tan donosas, que no
puede haber mentiras que les igualen.
¿Y
cómo se intitula el libro? preguntó Don Quijote. "La vida de Ginés de
Pasamonte", respondió él mismo. ¿Y está acabado? preguntó Don Quijote.
¿Cómo puede estar acabado, respondió él, si aún no está acabada mi vida? Lo que
está escrito es desde mi nacimiento hasta el punto que esta última vez me han
echado en galeras. ¿Luego otra vez habéis estado en ellas? dijo Don Quijote.
Para servir a Dios y al rey, otra vez he estado cuatro años, y ya sé a qué sabe
el bizcocho y el corbacho, respondió Ginés; y no me pesa mucho de ir a ellas,
porque allí tendré lugar de acabar mi libro, que me quedan muchas cosas que
decir, y en las galeras de España hay más sosiego de aquel que sería menester,
aunque no es menester mucho para lo que yo tengo de escribir, porque me lo sé
de coro. Hábil pareces, dijo Don Quijote. Y desdichado, respondió Ginés, porque
siempre las desdichas persiguen al buen ingenio. Persiguen a los bellacos, dijo
el comisario. Ya le he dicho, señor comisario, respondió Pasamonte, que se vaya
poco a poco, que aquellos señores no le dieron esa vara para que maltratase a
los pobretes que aquí vamos, sino para que nos guiase y llevase adonde su
majestad manda; sino, por vida de... basta, que podría ser que saliese algún
día en la colada las manchas que se hicieron en la venta, y todo el mundo calle
y viva bien, y hable mejor y caminemos, que ya es mucho regodeo este.