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jueves, 7 de marzo de 2013

Marzo2013/Miscelánea. LEYENDA DEL CRISTO DEL SALVADOR O CRISTO DE LAS TRES MANOS


LEYENDA DEL CRISTO DEL  SALVADOR
Por Jaime Caruana y Gómez de Barreda
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El invierno había sido muy duro aquel año.
Montes y valles fueron cubiertos por la nieve y enfrío intenso la endureció transformándola en hielo que todo lo cubría.
Perduraba ya el desolador paisaje desde hacía ya mucho tiempo sin que se observaran señales de mayor templanza.
Y ya entrada la primavera, con la caricia del sol, comenzó el hielo a derretirse, al principio licuándose en pequeños regatos que poco a poco iban aumentando, luego formando arroyuelos, y más tarde verdaderos torrentes que, creciendo en su furia, venían a engrosar tumultuosamente las aguas revueltas y amenazadoras de los dos ríos que bordean a Teruel, el Turia o Guadalaviar, y el Alfambra, ambos salidos de sus cauces.
Crecían sin cesarlas turbulentas oleadas que habían cubierto los llanos y la vega obligando a los agricultores, a los pastores y a los vecinos a refugiarse en las altas mestas: la de la Muela y la de la villa de Teruel.
Pasaban los días sin que la fuerza de las aguas turbulentas decreciera. Por el contrario, cada día aumentaba más y más con la consternación consiguiente de los valerosos conquistadores, que, desde lo alto de la muralla avizoraban, como sitiados en espera de socorro, buscando señales que indicaran el decrecimiento de aquella monstruosa avenida y la recogida de las aguas en sus cauces normales.
Todo inútil.
Cierto día de desesperanza advirtieron los turolenses un extraordinario prodigio.
Las aguas, que desde los montes de Alfambra descendían levantando nubes de espuma y formando tremendos remolinos al chocar contra rocas y otros obstáculos naturales, dejaban en medio de ellas un espacio encalmado, tal como un balsa de aceite, que pausadamente avanzaba acercándose lentamente hacia los muros de la villa de Teruel y en su centro se mecía dulcemente una bellísima imagen de Nuestro Redentor, mientras que a pocos palmos de los extremos de aquella Cruz volvía el líquido elemento a rebullir y contorsionarse furiosamente.
Todas las gentes del naciente Teruel, asomadas a los adarves de la muralla, observaban sobrecogidas aquel caso extraordinario, mientras que desde el fondo de sus corazones elevaban plegarias al Señor Todopoderoso.
El Cristo Redentor bajó suavemente por el declive, siguiendo la ruta del río Alfambra, y torciendo según el curso y corriente del Guadalaviar, fue aproximándose a Teruel, pausada y lentamente, hasta llegar a los propios muros donde paró, como una nave fuertemente anclada, quedando la prodigiosa imagen mirando ala villa.
Los vecinos cobraron ánimos. Desechado el temor a la furia de las aguas bajaron en tropel, recogiendo y llevando en sus hombros con toda veneración aquella sagrada imagen que depositaron en la iglesia más próxima al lugar donde paró, la llamada del Salvador, e hincados de rodillas ante el Cristo Redentor, oraron con fervor pidiendo cada cual el alivio de sus miserias y sus penas de esta vida.
Y las aguas poco apoco fueron decreciendo en sus ímpetus, retirándose de los campos anegados y volviendo a sus normales cauces.
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