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Los bueyes doblan la
frente,
impotentemente mansa,
delante de los
castigos:
los leones la
levantan
y al mismo tiempo
castigan
con su clamorosa
zarpa.
Según la crónica
local del momento, cuatro mil (4.000) personas (bueyes en el poema de Miguel Hernández)
salieron a las calles turolenses pidiendo que no se cometiera la injusticia de
establecer una escuela privada de Magisterio en Zaragoza (Universidad de San
Jorge). Nosotros no salimos, la razón fundamental es que somos partidarios de
la libre concurrencia, de la libre competencia y de la pluralidad. Democracia,
libertad de pensamiento, libertad de expresión, equilibrio de poderes… Ahora,
ya no sale nadie a la calle. ¿Dónde está esa natural y necesaria rebeldía del
individuo? Sin ella somos bueyes y estamos perdidos.
¿Quién
habló de echar un yugo
sobre
el cuello de esta raza?
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¿Quién pone el yugo a los bueyes?
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