UNA CULTURA DE QUIOSCO
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Durante la posguerra, la ciudad de Teruel se consolidó como ciudad
de funcionarios. Para que las oficinas funcionaran eran necesarias, las
imprentas (Perruca, Balmes, García, Martínez...), los encuadernadores (Guillén) y las librerías (Perruca, Escolar, Sánchez...). Para el ocio del
funcionario las novelas de Marcial Lafuente Estefanía y para sus hijos: El
Jabato, El Capitán Trueno, Titín, Roberto Alcázar y Pedrín, El TBO... Por ello y, sin lugar a dudas, el lugar más
frecuentado por los habitantes de la ciudad era el quiosco. Para los más
intelectuales estaba la revista “Teruel” del IET y los folletones con obras clásicas
y modernas.
Los quioscos que recordamos eran
por este orden: “Dominguín” en la calle Ainsas, frente al bar Majico. El de
Lezana, (un señor con chapela y germanófilo) que primero habitó la calle Santa
María y luego en las escaleras de la Amargura. Enfrente a la Amargura, en plena
calle de San Juan, estaban los “Hermanos Sabino” que entre otras cosas “alquilaban
novelas”. En la plaza del Torico se instalaron los Royo, una saga que perdura
en la actualidad. Para terminar, al inicio del Viaducto, en el lugar que ahora
crece una acacia, estaba “La Tropela” que vendía el tabaco por unidades (cigarrillos).
Luego, en el paseo del Óvalo, estaban las quiosqueras que vendían a los estudiantes del Ibáñez Martín,
cacahuetes, altramuces, membrillos, caramelos…
Pero, los turolenses, también
gustaban de las obras clásicas de la literatura universal como mostramos en
estas portadas que colocamos a continuación y cuyo precio no llegaba (alcanzaba) nunca la
peseta.
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