Ventana de asiento o festejadora en el castillo de Mora de Rubielos
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EL NOVIAZGO EN TERUEL
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Era largo y complicado, a menudo
interferido por intereses de todo tipo: enemistades personales pero, principalmente, económicos. Los noviazgos eran
generalmente entre jóvenes del mismo pueblo o localidad. Si el pretendiente era
de fuera (forastero) tenía que pagar “la manta” una especie de tributo en forma
de merienda que facilitaba la incorporación al grupo. Las mujeres no tenían
muchas opciones a la hora de elegir, pues eran sus padres quienes negociaban el
noviazgo y luego el casorio. El dicho popular dice que: “El mejor jornal se
gana festejando”. Señalando con ello que, si elegías moza de “posibles”
adelantabas mucho en tu posición social y económica. La mujer podía salir “manifestada”,
aludiendo a un derecho foral aragonés, la Carta de Manifestación. Con esta
opción la moza rechazaba al novio impuesto y elegía al de su gusto.
Había muchas formas de iniciar el
noviazgo, desde la subasta o sorteo de la moza, como se hacía para los Mayos en
la Sierra de Albarracín, hasta los acuerdos familiares: “Tu chica pa mi chico”. Poco a poco la libertad de elegir novio/a se
fue incrementando y llegó un momento que los noviazgos entre jóvenes de pueblos
vecinos fue casi generalizado. La libertad de elección ha permitido la desaparición de la lacra social de las ENDOGAMIAS, que daban como resultado muchos hijos con minusvalías intelectuales.
Lo más habitual era que un mozo se fijara en una moza. A tal efecto la esperaba por la tarde cuando ella salía a por agua a la fuente o al río. Él le pedía si podía acompañarle a lo que ella respondía… “la calle es de todos”. Era un primer paso, pero el acompañamiento no era hasta la misma puerta de la casa… ¡cuidado”! Se corría, pronto, la voz por el pueblo y se comentaba, “fulano está por mengana”. Si el mozo en las próximas semanas o meses llegaba a la puerta de la casa de la moza, la cosa iba bien. “Entrar en casa” era un paso muy importante y requería que el mozo hiciera la petición formal a los padres de ella, para iniciar el noviazgo. Festejando en casa de la novia no los dejaban estar solos y siempre permanecía una persona con ellos. Aquí aparecen las ventanas de asiento o ventanas festejadoras. Si la casa era importante como en la fotografía superior, en el cuarto anejo había mujeres haciendo labor, mientras que los jóvenes hablaban junto a la ventana.
Lo más habitual era que un mozo se fijara en una moza. A tal efecto la esperaba por la tarde cuando ella salía a por agua a la fuente o al río. Él le pedía si podía acompañarle a lo que ella respondía… “la calle es de todos”. Era un primer paso, pero el acompañamiento no era hasta la misma puerta de la casa… ¡cuidado”! Se corría, pronto, la voz por el pueblo y se comentaba, “fulano está por mengana”. Si el mozo en las próximas semanas o meses llegaba a la puerta de la casa de la moza, la cosa iba bien. “Entrar en casa” era un paso muy importante y requería que el mozo hiciera la petición formal a los padres de ella, para iniciar el noviazgo. Festejando en casa de la novia no los dejaban estar solos y siempre permanecía una persona con ellos. Aquí aparecen las ventanas de asiento o ventanas festejadoras. Si la casa era importante como en la fotografía superior, en el cuarto anejo había mujeres haciendo labor, mientras que los jóvenes hablaban junto a la ventana.
El matrimonio, desde el rey hasta el
último plebeyo, era un asunto de mucha importancia y no podía dejarse al azar.
En todo momento había que procurar que no se “mancillara” la honra de la novia.
Todavía siguen realizando los gitanos el “rito del pañuelo” manchado de sangre,
símbolo de virginidad.
Una vez hechos los “ajustes matrimoniales”
con el “aponderador” venía la boda y, un asunto muy importante entre las clases
muy pudientes era, la “consumación del matrimonio” que dejaban sellados en firme los acuerdos económicos que contraían los casados.
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Castillo de Mora
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