Instituto que mandó construir José Ibáñez Martín
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Transcribimos aquí bajo varios textos biográficos que nos ayudarán a comprender mejor la vida de José Ibáñez Martín, natural de Valbona y ministro de Franco.
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Ibáñez Martín, José Texto GEA 2000
(Valbona, T., 1898 - Madrid, 1969).
Ministro de Educación Nacional durante un largo período del franquismo. Estudió
en Valencia las carreras de Derecho y Filosofía y Letras, obteniendo premio
extraordinario en ambas licenciaturas. Ganó oposiciones a cátedras de
instituto, con el número 1, y ya en Murcia servirá fervorosamente a la
Dictadura de Primo de Rivera como presidente de aquella Diputación provincial y
miembro de la Asamblea Nacional. Durante la II República conoce a José Antonio
Primo de Rivera y a Gil-Robles, a cuyo lado obtendrá el escaño de diputado de la
C.E.D.A., a la vez que establece importantes contactos con Acción Española y la
Asociación Católica Nacional de Propagandistas. Casado con la condesa de Marín,
María Ángeles Mellado.
Durante la guerra civil es detenido
en Madrid, y se refugia en la embajada de Chile, donde conoce a su paisano el
aragonés José María Albared, amistad de la que habrán de surgir muchas
consecuencias. Pasa a la zona nacionalista y forma parte, en 1938, de una gran
campaña de propaganda por la causa de Franco en diversos países de
Hispanoamérica. Poco después de terminada la guerra es designado ministro de
Educación, cargo en el que permanece desde el 9-VIII-1939 al 19-VII-1951, y
desde el que favorecerá muy destacadamente la postura nacional-católica, la
duradera ley Universitaria de 1943, la expansión de la enseñanza media a cargo
de centros de la Iglesia y, especialmente, el ascenso de destacados miembros
del Opus Dei en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas -donde
Albareda será secretario general de 1939 a 1966, en que fallece-, en la revista
Arbor desde 1943 y en las oposiciones a cátedras, la designación de cuyos
tribunales depende prácticamente del ministro.
Miembro nato de las Cortes
organizadas por Franco a partir de 1943, permanece en ocho legislaturas, ocupa
también la presidencia del Consejo de Estado, del C.S.I.C. ya citado (desde
20-I-1949 a 19-VIII-1967), y, durante cierto tiempo, depende de su ministerio
la censura y el aparato de propaganda del régimen. Tras su cese, en 1951,
marcha como embajador a Lisboa, sustituyendo a Nicolás Franco, y estableciendo
importantes conexiones con D. Juan de Borbón en nombre del general Franco
durante el largo e importante período 1951-1967, fecha en que solicita regresar
a España por motivos de salud, falleciendo dos años después. Su hija Pilar está
casada con Leopoldo Calvo-Sotelo.
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José Ibáñez Martín 1948-1992
José Ibáñez Martín Ministro de
Educación Nacional de España (1939-1951), nació en Valbona (Teruel) el 18 de
diciembre de 1896 y falleció en Madrid el 21 de diciembre de 1969. Licenciado
en Derecho y en Filosofía y Letras (logró el Premio Extraordinario en ambas
carreras) por la Universidad de Valencia. Inexcusablemente ligado al gobierno
del General Franco, su primer trabajo consistió en la preparación, en 1937,
junto a hombres como Fernando Valls Taberner (diputado de la Lliga regionalista
por Barcelona en las elecciones del 16 de febrero de 1936) y Eugenio Montes
Domínguez (escritor gallego, colaborador durante la guerra del bando nacional,
1897-1982), de una campaña de promoción del nuevo régimen en Hispanoamérica.
Tras la renuncia de Pedro Sáinz Rodríguez como Ministro de Educación Nacional
(27 de abril de 1939), el 9 de agosto de ese mismo año, Ibáñez Martín ocupa la
cartera de Educación, formando parte del segundo gobierno de Franco.
Compatibilizó sus funciones como Ministro con las de Presidente del Consejo de
Estado. El 19 de julio de 1951 cesa como ministro y le sustituye Joaquín Ruiz
Giménez. Es nombrado embajador de España en Portugal, hasta que en 1969 pide
ser relevado por motivos de salud, falleciendo en Madrid ese mismo año. En 1967
ingresó en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, con el discurso
Suárez y el sentido cristiano del poder político, que fue contestado por Luis
Legaz Lacambra.
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José Ibáñez Martín honoris causa por
la Pontificia de Salamanca
La Universidad Pontificia de
Salamanca agradece a José Ibáñez Martín los servicios prestados: doctor honoris
causa el 29 de abril de 1966.
«José Ibáñez Martín. Profesor y
gobernante. Fué Ministro de Educación Nacional con el Generalísimo Franco, y ha
realizado en su departamento una labor muy amplia y profunda en todos los
órdenes. Ha concedido grandes subvenciones a las Universidades para mejorar sus
locales y enseñanzas, ha logrado dignificarlas, creando en ellas los Colegios
Mayores, Cátedras de ampliación de estudios, el Cuerpo de Capellanes y otros
organismos muy necesarios, sobresaliendo, entre todos, su nueva Ley de
Ordenación Universitaria. Para propulsar el movimiento intelectual de España,
instituyó también el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, con sus
Patronatos e Institutos respectivos, y ha dado tal impulso a la restauración de
la Ciudad Universitaria, que ya están allí perfectamente instaladas algunas
Facultades y Escuelas. En su labor diaria por el desarrollo y fomento de la
instrucción pública y de la cultura en general, ha procurado mejorar todos los
servicios y atender las aspiraciones de las Academias, y de los diferentes
deseos suyos de que nada falte en ninguno de ellos.» (Enrique Esperabé de
Arteaga, Diccionario enciclopédico ilustrado y crítico de los hombres de
España, Madrid 1956, página 247.)
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«José Ibáñez Martín (1896-1969)
Catedrático y Político. Eminente figura del mundo universitario, Catedrático,
Ministro de la Educación durante doce años, Fundador del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, José Ibáñez Martín Conde de Marín, nació en
Valbona (Teruel), el 18 de diciembre de 1896 y murió en Madrid el 21 de
diciembre de 1969. Licenciado con Premio Extraordinario en las Facultades de
Filosofía y Letras y de Derecho de Valencia, se doctoró en la Universidad de
Madrid, consiguiendo después, por oposición, la Cátedra de Geografía e Historia
en el Instituto San Isidro de esta capital. Ha sido Presidente de la Diputación
de Murcia y Diputado a Cortes en varias legislaturas de la República. En 1937,
formó parte de la misión de información enviada por el Gobierno del
Generalísimo Franco a diversos países de Hispanoamérica. El 19 de agosto de
1939, fue nombrado Ministro de Educación Nacional, cargo que ocupó hasta el 19
de julio de 1951. En el primer Pleno de las Cortes Españolas presentó y fue
aprobada una Ley de Ordenación de la Universidad Española por la que se crearon
las nuevas Facultades de Ciencias Políticas y Económicas y se incorporaron a la
Universidad con carácter de Facultad las Escuelas de Veterinaria. También
durante su gestión ministerial se fundaron los Colegios Mayores y se promulgó
la Ley de Protección Escolar (1944). Dedicó igualmente especial atención a la
Primera Enseñanza, dictando la Ley de Ordenación de la Enseñanza Primaria.
Posteriormente, fue aprobada por las Cortes la Ley de Enseñanza Laboral,
elaborada durante su Ministerio y que constituye una de las más importantes
realizaciones de la Enseñanza en España en los últimos tiempos. La promulgación
de la Ley de Protección Escolar, la de Enseñanza Laboral y la fundación de los
Colegios Mayores contienen una gran significación para el desarrollo de España.
En 1939 funda el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, organismo que
preside durante veintiocho años y al que da un impulso extraordinario. Al cesar
de su cargo de Presidente de este organismo, es nombrado Presidente de Honor
vitalicio. Procurador en Cortes de sucesivas legislaturas y Presidente de la
Comisión de Justicia, desde 1951 a 1958 ocupó la presidencia del Consejo de
Estado. En 1958 fue nombrado Embajador de España en Portugal, cargo en el que
permaneció hasta su jubilación en 1969. Fue Doctor «Honoris Causa» de la
Universidad Católica de Santiago de Chile y de la Universidad de Sevilla, así
como Miembro Numerario de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, de
la Real de Bellas Artes y de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.
Estaba casado con doña María de los Angeles Mellado y Pérez de Meca, condesa de
Marín. Obras principales: Dios y el Derecho, Hacia una nueva ciencia española,
La investigación española, Los Reyes Católicos y la Unidad Nacional, Símbolo
Hispánico del Quijote, Suárez y el sentido cristiano del poder político,
&c.» (Diccionario Biográfico Español Contemporáneo, Círculo de Amigos de la
Historia, Madrid 1970, vol. 2, pág. 847.)
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«José Ibáñez Martín (fallecido).
Acenepista de Madrid. Antiguo colaborador de Primo de Rivera; ligado a los
hombres de Acción Española y cofundador de la revista del mismo nombre. Antiguo
diputado de CEDA. Ministro de Educación (1939-1951) fue el principal artífice
de la infiltración de los miembros del Opus Dei en la Universidad. Presidente
del Consejo de Estado tras su cese como ministro y, asimismo, presidente
vitalicio honorario del CSIC. Embajador en Lisboa en 1958. Académico de
Jurisprudencia en 1962.» (A. Saez Alba, La Asociación Católica Nacional de
Propagandistas, Ruedo Ibérico, París 1974, páginas 306-307.)
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«Algo más que un gesto adulador.
«17 de julio, 1937. Querido amigo:
Después de diez meses de calvario en la zona roja, en donde el sufrimiento ha
adoptado lo más variados matices, Dios me ha permitido salir de aquel infierno,
para llegar al regalo de la España nacional, en donde para fortuna de todos tan
maravillosamente ha prendido el sentido heroico cristiano e imperial de los
jubilosos días de nuestra grandeza. Si le sirvo de algo, me tiene Vd. a su
incondicional disposición. Un abrazo de su siempre amigo,
José Ibáñez Martín. S.c. Calle de
Valladolid, 10, 1.0 [Burgos].»
Dirigida a la Delegación de Prensa y
Propaganda, y fechada el mismo día en que yo me incorporaba al frente, la
tarjeta postal utilizada por Ibáñez Martín no carecía de casi ninguno de los
requisitos de la parafernalia patriótica del momento: retrato en óvalo del
generalísimo, bandera nacional, un gran «¡Viva España!» impreso y, por si todo
ello fuera poco, otro «¡Viva Franco!» añadido a mano.
Había conocido a Ibáñez Martín siendo
yo presidente de la Juventud Monárquica. Me dirigió a mediados de 1930 una
carta para hacerme saber, además de su fervoroso monarquismo, que él pertenecía
a la Juventud de la Unión Monárquica Nacional, donde se hallaban refugiados los
supervivientes de la Unión Patriótica. Muy favorecido por la Dictadura, había
sido teniente de alcalde del Ayuntamiento de Murcia y presidente de su
Diputación provincial. El año en que me escribió era ya catedrático de
Geografía e Historia en el Instituto de San Isidro, de Madrid.
Aun cuando no llegara a contar con él
para las actividades de nuestra Juventud Monárquica, por el simple hecho de ser
catedrático, solicité su colaboración cuando me disponía a lanzar una revista
doctrinal, en el momento mismo de la caída de la Monarquía. La verdad es que no
me hizo ningún caso. Tenía la mirada puesta, más bien, en las ventajas que
pudieran derivársele de su contacto, como «propagandista», con Angel Herrera. A
pesar de eso, movido por el afán de incorporar a mis tareas el mayor número
posible de personas relacionadas con la cultura, le nombré vocal de la primera
junta directiva de Acción Española, bien seguro de que halagaría con ello su
vanidad. Y a esto se debió su detención gubernativa, el 17 de agosto de 1932,
algunos días después de haber sido clausurado el local de Acción Española. El
pretexto fue nuestra supuesta colaboración en el fracasado alzamiento de los
generales Sanjurjo y Barrera.
Según he dicho ya en el primer tomo
de estas Memorias, aquella medida se le reveló muy pronto al Gobierno como un
auténtico palo de ciego. No tardaron mucho en ir saliendo a la calle los
detenidos, a intervalos regulares. Uno de los primeros en abandonar la cárcel
fue el marqués de Quintanar, como consecuencia, tal vez, de la visita que la
joven marquesa hizo al ministro de la Gobernación, Casares Quiroga, para alegar
la inocencia de su marido, con quien se había casado unos quince días antes.
Tampoco tardaron mucho en ser liberados, consecutivamente, Maeztu, Pedro de
Artíñano y Manuel Pombo Angulo, al ejercitarse en su favor diversas influencias.
El último en salir fue Ibáñez Martín, por el que nadie intercedió, puesto que
era prácticamente un desconocido. Permaneció más meses en la cárcel que la suma
de veces que había asistido a actos organizados por Acción Española.
Esto no impidió, sin embargo, que en
el resumen biográfico publicado en los periódicos, al ser nombrado Ibáñez
Martín ministro de Educación el 9 de agosto de 1939, se le hiciese aparecer no
sólo como figura destacada de Acción Española, sino incluso como «fundador» de la
misma. Y para perpetuar de alguna forma tan valioso dato, Joaquín Sendra Oliver
lo dejaría también consignado así, en el suplemento anual de 1949 a 1952 de la
Enciclopedia Espasa: «En los últimos días de la Monarquía y durante el período
republicano, intensificó su actuación política interviniendo activamente en la
constitución del grupo intelectual Acción Española, cuya aportación ideológica
contribuyó eficazmente en la génesis del movimiento nacional del 18 de julio de
1936». Claro es que ni siquiera se mencionaba en la reseña biográfica donde
figuraba ese párrafo, que el personaje había militado, políticamente, en la
CEDA y que en representación de este partido salió elegido diputado por Murcia
en las elecciones generales de 1933.
Su conocida vinculación política,
desde muy pronto, a Gil Robles no fue obstáculo para que se le continuara
invitando a los actos de Acción Española. Hasta le hice hablar en un banquete
organizado el 23 de enero de 1933, con motivo del cumpleaños de Alfonso XIII.
Los oradores que para aquella ocasión escogí, con indiscutible intención
política, fueron Esteban Bilbao y el bueno de Ibáñez Martín, quien puso el
contrapunto de su no mala oratoria populista a los desmesurados trinos
decimonónicos del viejo tribuno del tradicionalismo.
A todo aquello se debió, sin duda, el
que me dirigiese Ibáñez Martín, apenas llegado a la España nacional, tan dócil
y efusiva tarjeta; y también, por supuesto, a que todavía me considerase
situado en la vecindad, cuando menos, del poder. No dudaba, por lo visto, que,
dados mis antecedentes, podría yo contar algo en el futuro político de la nueva
España. Buen chasco debió de llevarse al saber que me encontraba en el frente.
No volvimos a tener más contacto. Mejor dicho, lo tuvimos de manera indirecta cuatro
años más tarde; pero con una intención por su parte radicalmente opuesta. El
sumiso fervor de 1937 se había trocado ya en implacable hostilidad. Creo que
merece la pena avanzar unos pasos en la historia, para anticipar brevemente el
relato del episodio. [...]» (Eugenio Vegas Latapie, Los caminos del desengaño.
Memorias políticas 2, 1936-1938, Tebas, Madrid 1987, páginas 357-359.)